ENTREVISTA
SUSAN SONTAG, ESCRITORA
“Sólo eres real si estás dispuesto a morir”
Susan Sontag. Tengo 70 años. Me crié en pequeños pueblos del sur de Arizona y California, y vivo en Nueva York. Soy escritora. Estoy divorciada y tengo un hijo, David Rieff (50), que es reportero de guerra y escritor. No sé definirme políticamente: ¡es demasiado complejo! No creo en Dios, y defiendo el laicismo. He sobrevivido a dos cánceres: ¡yo ya no temo a nada! No he decepcionado los sueños que tuve de niña. Estados Unidos tiene aspectos muy buenos, pero Europa tiene mayor diversidad cultural
VÍCTOR-M AMELA - 06:10 horas - 16/11/2003 / LA VANGUARDIA
Quedo con Susan Sontag a su paso por Barcelona, recién aterrizada de Oviedo tras recibir el premio Príncipe de Asturias de las Letras. La prensa española la define como “conciencia crítica de Estados Unidos”.
¿Puedo pedirle ahora el ejercicio contrario?
¿Qué quiere decir?
Que me elogie Estados Unidos y sea crítica con Europa.
Bien. Hay cosas muy buenas en mi país, desde luego...
La escucho.
La actitud en la vida cotidiana hacia las mujeres es todavía algo mejor en Estados Unidos que en Europa. Allí son menos misóginos.
Siga, siga...
Allí la gente suele ser muy cívica, amable, generosa, de fuerte espíritu comunitario.
Más...
Se nos estimula a saber empezar de nuevo siempre, tengas la edad que tengas, y a atreverte a rehacer tu vida en cualquier momento...
¿Y acaso en Europa no?
En Europa me ha sorprendido hablar con mujeres de 40 años, con preparación y condiciones sobradas para mejorar su vida, que me han dicho: “No, ya no, ¡yo ya soy demasiado mayor...!”. ¡Me parece increíble! ¿Cómo pueden decir eso? Mientras son treintañeras, aún pueden cambiar su rumbo, pero creen que a los 40... ya no. ¡Creencia loca!
¿Algo psicológico?
Psicológico, cultural... En Estados Unidos, una persona de 83 años se puede poner a estudiar un idioma, cambiar de pareja, practicar paracaidismo, empezar un trabajo, mudarse de casa o de ciudad... ¡Siempre estamos preparados para volver a empezar!
Es otra creencia: creen que pueden llegar a presidentes...
Ja, ja... No, eso ya sabemos que no es tan sencillo... Mire, quien me dio la medida de las limitaciones de Europa fue una amiga a la que le daba vergüenza, a sus 35 años, apuntarse a un cursillo para aprender a esquiar, porque, decía, “soy tan mayor, ¡que se reirán de mí!”. Y se fue a hacerlo a Estados Unidos...
¿Y qué es lo que más admira de Europa?
Su diversidad cultural, que todavía conserva. Su enorme riqueza y variedad lingüística, arquitectónica, gastronómica... Sus libertades políticas... En eso solía ser mejor...
¿Solía? ¿Qué pasa?
Veo que los gobiernos de España e Italia cooperan con la política imperial de Estados Unidos... Aunque las razones de Aznar y Berlusconi no convencen a sus poblaciones.
Que siguen votándolos. ¿Por qué?
¡Gran pregunta! ¡No lo sé! ¿Quizá porque la izquierda es hoy muy débil? Explíquemelo usted... En fin, yo creo que sería bueno que Aznar y Berlusconi dejasen de mandar... ¡por alguna temporada, al menos!
Entre tanto, los californianos votan a Schwarzenegger...
En Occidente se está dando un colapso de los partidos convencionales, un cansancio de la gente de los políticos tradicionales. Y se vota a Schwarzenneger o a Berlusconi.
¿Los compara?
Sí. Son personajes que alardean precisamente de no tener historial político. De no tener conexiones con partidos. De no ser políticos. ¡Se presentan a sí mismos como antipolíticos! “Votadme, soy rico, soy ignorante, confío sólo en mí mismo, me he hecho a mí mismo.” Encarnan una rebeldía contra la política.
De una anterior charla con Susan Sontag, hace un año, sé que no le agrada hablar de sí misma (“yo observo el mundo, a la gente, pero no suelo analizarme a mí misma”), pero me apetece intentarlo de nuevo.
Me contó que su sueño de niña era ¡ser extranjera!
Sí. Viví solitaria en pueblos desolados, y mi única alfombra mágica eran los libros. Y soñaba: sería mayor, iría lejos, haría cosas...
¿Ha cumplido sus sueños?
Le contaré una escena de mis 14 años. Estaba ante la ventana de mi cuarto, miraba afuera, pensando en esas cosas. Oscureció, y el cristal de la ventana reflejó mi imagen. Viéndome, me dije: “Susan, no te conviertas en una persona de la que te avergüences”.
¿Y?
No he decepcionado a esa niña. No he acabado siendo como aquellos adultos a los que oía lamentarse de todo lo que no habían hecho.
Pero tendrá aún sueños que perseguir...
Quiero aprender a tocar el piano, y un idioma difícil (chino, ruso, japonés...). Y... ser mejor persona.
Me dijo usted que se arrepentía sólo de una cosa: de no haber tenido más de un hijo.
Sí, porque nada hay más fascinante que ver a un niño aprender. Luego, mi hijo ha influido más en mí que yo en él. Estudió Historia, y me hizo ver la importancia de verlo todo en el plano histórico.
Él afirma que el mal es algo consustancial al ser humano.
Yo sé que Auschwitz y todos los horrores están ahí, pero a la vez siento que la vida es alegre y benigna. ¡Ambas cosas son reales, y hay que vivir con ambas!
¿Cómo lo hace usted?
Usted, un 20% de la población mundial y yo somos privilegiados. ¡Pero somos sólo un 20% de la realidad! Yo no puedo quedarme encerrada ahí, limitada: por eso necesito periódicamente contactar con el otro 80%, sentirlo, conocerlo.
No se resigna usted a su mundo tranquilo.
No. Cuando pregunto a mis compatriotas qué porcentaje de la población mundial somos, responden que un 15%. Y yo les digo que somos sólo un 6%... ¡y no se lo creen!
Usted prefiere ponerse en perspectiva con la totalidad.
Y ahí veo que cualquiera de mis problemas... ¡no es problema ni nada! relacionado con el conjunto de la realidad del mundo. Sólo si te sientes dispuesto a perder la vida en cada momento eres de verdad real.
Susan Sontag acaba de publicar un libro titulado “Ante el dolor de los demás”, un conjunto de reflexiones acerca del caudal de imágenes del dolor ajeno que, cada día, los medios audiovisuales vierten sobre nosotros, imágenes que nos convierten en testigos ¿impávidos, insensibles, estremecidos, sacudidos? de los horrores del mundo. Pregunto a Sontag acerca de todo este asunto.
La frecuencia de imágenes crudas, ¿nos sensibiliza o nos encallece?
No creo que nos blinden e insensibilicen ante la violencia real.
¿No?
Es verdad que se ha verificado una especie de metamorfosis antropológica: nuestras reacciones fisiológicas ante el horror cambian. Piense en la clásica escena del ojo cortado en la película “Un perro andaluz”, de Buñuel y Dalí. ¡Hoy no nos produce el efecto que produjo en su época!
Diríase entonces que sí nos hemos endurecido...
Es cierto que los niños ven hoy sin parpadear cerebros saltando por los aires, estilo Tarantino. Pero no es cierto que eso nos haga insensibles a la realidad. Mantenemos clara la distinción entre la imagen y lo real.
¿Seguro?
Hablemos del caso de las Torres Gemelas: oí a testigos presenciales, a supervivientes, diciéndome esto: “¡Ha sido como una película!”.
Por tanto, ¡sí parece haber confusión entre lo ficticio y lo real!
No: si ocurre algo terrible, te niegas a aceptarlo en primera instancia, suspendes la asunción del hecho momentáneamente... Y buscas referencias en tu imaginario.
En las películas.
Claro. Hace cien años hubieran dicho: “Era como en una novela”. En fin, eso implica que sí discernimos entre realidad y fición. Cuando decimos “era como en una película” lo que en verdad estamos diciendo es: “¡Qué pasmoso que suceda en la realidad algo similar a una ficción”, es decir, “a algo que siempre he sabido que era mera ficción, que no era real”. O sea, que nunca nos creemos las películas, ni las imágenes. Y nos sorprende descubrir ¡que la vida pueda ser como una película! Porque tenemos clara la diferencia.
¿Algún otro ejemplo?
Tras regresar del Sarajevo en guerra e ir a Londres, y pese a que la televisión ofrecía cada día imágenes dramáticas, un amigo mío inglés me preguntó: “Susan, ¿es peligroso Sarajevo?”. Le pregunté yo: “¿Acaso no lo ves cada día por la tele?”. “Sí.” “¿Y no ves cada día los muertos?” “Sí.” “¡Pues es exactamente eso!”, le dije.
¿Desconfiamos de las imágenes, por tanto?
Nos emborrachamos con imágenes como con una droga, una droga que en realidad nadie se cree.
Pero potente: se prohibió ver imágenes de muertos del 11-S.
El estadounidense tiene un alto concepto de sí mismo. Tiene la idea de ser diferente al resto del mundo, y mejor. De que siempre tiene razón, siempre es el fuerte, siempre triunfa. Si algo puede desmoralizarlo..., se procura eliminarlo, censurarlo.
¿Cuál es el máximo reproche que haría usted a la filosofía de vida americana?
Lo de “compro, luego existo”. ¡Es la fantasía americana! Lo cierto es que allí se siguen perdiendo empleos.
Dicen que la economía está recuperándose...
¿Recuperándose? Será según los patrones de beneficio del sistema capitalista. ¡Pero no se recuperan los empleos! Se han perdido por millones y jamás volverán. Los ricos, eso sí, lo son cada vez más, pero hay mucha gente que lo pasa muy mal...
Pero medio mundo parece ansiar emigrar a ese sitio tan horrible que usted pinta...
Porque Estados Unidos ha creado un mito de sí mismo, y su hegemonía cultural lo transmite al mundo, que se lo cree: ¡el mejor lugar del mundo, el Nuevo Mundo...!
Mediante el cine, la publicidad, la cultura...
La moda... Hasta los manifestantes contra la invasión de Iraq estaban encantados de lucir “jeans” americanos y de oír su música y de ir a vivir a Estados Unidos.
Un imaginario globalizado....
Cuando subo a un avión de Iberia, el hilo musical ¿pone música española? No: son “estándares” americanos. Al revés no sucede. Hay en el mundo una excepción a la hegemonía cultural americana: China. China todavía la resiste.
También aquí hay resistencias a esa hegemonía cultural.
Lo sé..., pero es muy difícil. Las mayores exportaciones de mi país son las armas... y la cultura de masas
Susan Sontag es una de los intelectuales más visibles del último tercio del siglo XX, y ha entrado con pie muy firme en el siglo XXI. En poco tiempo ha sumado el premio Príncipe de Asturias y el premio de la Paz de los Libreros Alemanes, otorgado por su último libro, “Ante el dolor de los demás” (Alfaguara) / “Davant el dolor dels altres” (Proa), una aguda reflexión sobre las representaciones gráficas de dolor ajeno y sobre cómo influyen en nuestra relación con los hechos. Acudo a la cita con una fotocopia de nuestra primera entrevista, hace un año: da la vuelta a la hoja y la deposita boca abajo sobre la mesa, como si no le apeteciera verse. “No me analizo a mí misma”, me insistió entonces en más de una ocasión. No quiere darse importancia: al decirle que está considerada como la sexta mujer que más ha influido en el mundo en el siglo pasado, sonríe y me dice: “Si eso fuera verdad, ¡no deje usted que yo me entere!”. También se la considera una de las 50 personalidades vivas norteamericanas más relevantes internacionalmente. Tiene una vasta obra, con ensayos sobre fotografía, sida, viajes, feminismo, medios de comunicación, política..., además de varias novelas, y dice no temer a nada “porque debería haber muerto ya dos veces a causa de dos cánceres, y luché y viví. Y lo que no te mata, te fortalece”