El escritor
Su charla la ofrecerá este domingo 28 de noviembre en el Palacio de Bellas Artes al mediodía y el martes viajará a Guadalajara para asistir a la Feria del Libro que se celebra en esa ciudad. Antes de que saliera de Barcelona tuvo a bien sostener este diálogo con EL FINANCIERO sobre sus principios literarios.
-París no se acaba nunca (Anagrama, 2004) es el libro más reciente publicado en España y tiene la particularidad de presentarlo en primera persona para decirle al lector quién es Enrique Vila-Matas.
-Significa una forma, por primera vez, de aparecer yo mismo. Es el personaje real que forma parte de una especie de tapiz que se dispara en muchas direcciones en una obra compuesta de diversos libros que aspiran a una totalidad. París no se acaba nunca sería sólo una parte, un trozo del tapiz en el que he apuntado datos biográficos que completan otros libros. Puede ser algo paradójico saber algo de mí porque saben ya bastante a través de los libros que he escrito, pero en este caso aporto la novedad de que saber algo de mí significa saber algo sobre Vila-Matas real, el personaje de la vida real.
–Hay quien acusa a su literatura de libresca, ¿se puede escribir sin ser un lector?
–Para acusarme de libresco primero tienen que haberme leído. Si alguien me lee se da cuenta de que estoy tendiendo una trampa libresca al lector mismo. Muchas de las citas incluso referenciadas con nombres de autores están inventadas. Tenemos ahí un juego literario. Tanto Bartleby y compañía como El mal de Montano contienen muchas trampas en ese sentido. Puede ser que encubra a través de la cita de otros autores frases mías que no me atrevo a decir por mí mismo y he establecido un juego con el lector para que descubra cuáles son o no las referencias auténticas. Por otro lado, cuando se trata de hablar de alguien libresco se piensa en el caso de Borges y en un ratón de biblioteca. Y nada más alejado de un ratón de biblioteca que yo mismo. En realidad no he estado nunca en las bibliotecas, no he pisado ninguna, mi literatura se alimenta de mis lecturas pero también normalmente de la vida misma. La literatura nos aleja de la vida precisamente porque uno se aferra a escribir la vida que nos gustaría. Precisamente porque nos aleja de la vida, en el fondo a veces nos ha- ce comprenderla.
–¿Qué significa para usted partir de la idea y no de la imagen en el proceso de la escritura?
–Me han emparentado con Sebald y Magris y en lo peninsular con Javier Marías. Este parentesco lo ha calificado un crítico como pentamental, que es un adjetivo que se ha inventado él y que no me acaba de gustar mucho pero que observa a este tipo de literatura como alejada del mundo de la imagen y del cine para escribir algo más apegado a un trabajo de lenguaje.
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| El barcelonés en la Feria del Libro de Guadalajara.
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Excéntrico y transfronterizo, enemigo de las literaturas oficiales y los nacionalismos literarios, Enrique Vila-Matas llega esta noche a México para presentar sus dos libros más recientes y dictar una conferencia magistral de título paradójico: "Escribir es dejar de ser escritor".
Su charla la ofrecerá este domingo 28 de noviembre en el Palacio de Bellas Artes al mediodía y el martes viajará a Guadalajara para asistir a la Feria del Libro que se celebra en esa ciudad. Antes de que saliera de Barcelona tuvo a bien sostener este diálogo con EL FINANCIERO sobre sus principios literarios.
-París no se acaba nunca (Anagrama, 2004) es el libro más reciente publicado en España y tiene la particularidad de presentarlo en primera persona para decirle al lector quién es Enrique Vila-Matas.
-Significa una forma, por primera vez, de aparecer yo mismo. Es el personaje real que forma parte de una especie de tapiz que se dispara en muchas direcciones en una obra compuesta de diversos libros que aspiran a una totalidad. París no se acaba nunca sería sólo una parte, un trozo del tapiz en el que he apuntado datos biográficos que completan otros libros. Puede ser algo paradójico saber algo de mí porque saben ya bastante a través de los libros que he escrito, pero en este caso aporto la novedad de que saber algo de mí significa saber algo sobre Vila-Matas real, el personaje de la vida real.
–Lo han calificado de escritor excéntrico pero también hay en usted un escritor transfronterizo...
–Cada vez más existe de una manera rotunda la idea de lo transnacional. Las literaturas de tipo nacional son anacrónicas. Son algo que en el fondo yo desprecio bastante porque, además, están ligadas: ligan la literatura al poder. Esos escritores nacionales son los que a la larga se llevan las medallas locales y en definitiva aspiran a estar cercanos al poder político, todo lo contrario de lo que a mí me gusta y me interesa. Veo la literatura como un combate con el lenguaje, un combate cotidiano del escritor con su escritura, cuyo paradigma, tan alejado del poder y tan cercano a la literatura, que es independiente por completo del poder político, sería el caso de Kafka. Y, bueno, ya sabemos que Kafka era un escritor transnacional, aunque sólo sea porque es un clásico. Es un anacronismo en estos momentos hablar de literaturas nacionales. Se puede ver esto en México donde hay nacionalismo muy fuerte, para no hablar de Cataluña. En España hay unos escritores que pudieran ser considerados como españoles, algunos de los cuales, los más representativos, fueron invitados a la boda del príncipe. Los invitados son los representantes de lo que antes se llamaba la literatura nacional española.
–Cada vez más existe de una manera rotunda la idea de lo transnacional. Las literaturas de tipo nacional son anacrónicas. Son algo que en el fondo yo desprecio bastante porque, además, están ligadas: ligan la literatura al poder. Esos escritores nacionales son los que a la larga se llevan las medallas locales y en definitiva aspiran a estar cercanos al poder político, todo lo contrario de lo que a mí me gusta y me interesa. Veo la literatura como un combate con el lenguaje, un combate cotidiano del escritor con su escritura, cuyo paradigma, tan alejado del poder y tan cercano a la literatura, que es independiente por completo del poder político, sería el caso de Kafka. Y, bueno, ya sabemos que Kafka era un escritor transnacional, aunque sólo sea porque es un clásico. Es un anacronismo en estos momentos hablar de literaturas nacionales. Se puede ver esto en México donde hay nacionalismo muy fuerte, para no hablar de Cataluña. En España hay unos escritores que pudieran ser considerados como españoles, algunos de los cuales, los más representativos, fueron invitados a la boda del príncipe. Los invitados son los representantes de lo que antes se llamaba la literatura nacional española.
–Hay quien acusa a su literatura de libresca, ¿se puede escribir sin ser un lector?
–Para acusarme de libresco primero tienen que haberme leído. Si alguien me lee se da cuenta de que estoy tendiendo una trampa libresca al lector mismo. Muchas de las citas incluso referenciadas con nombres de autores están inventadas. Tenemos ahí un juego literario. Tanto Bartleby y compañía como El mal de Montano contienen muchas trampas en ese sentido. Puede ser que encubra a través de la cita de otros autores frases mías que no me atrevo a decir por mí mismo y he establecido un juego con el lector para que descubra cuáles son o no las referencias auténticas. Por otro lado, cuando se trata de hablar de alguien libresco se piensa en el caso de Borges y en un ratón de biblioteca. Y nada más alejado de un ratón de biblioteca que yo mismo. En realidad no he estado nunca en las bibliotecas, no he pisado ninguna, mi literatura se alimenta de mis lecturas pero también normalmente de la vida misma. La literatura nos aleja de la vida precisamente porque uno se aferra a escribir la vida que nos gustaría. Precisamente porque nos aleja de la vida, en el fondo a veces nos ha- ce comprenderla.
–¿Qué significa para usted partir de la idea y no de la imagen en el proceso de la escritura?
–Me han emparentado con Sebald y Magris y en lo peninsular con Javier Marías. Este parentesco lo ha calificado un crítico como pentamental, que es un adjetivo que se ha inventado él y que no me acaba de gustar mucho pero que observa a este tipo de literatura como alejada del mundo de la imagen y del cine para escribir algo más apegado a un trabajo de lenguaje.
–Excéntrica también ha sido su re lación con el cine...
–Escribí un libro que se llama Nunca voy al cine precisamente para expresar la relación amor/odio que mantengo con él. Me gusta el cine de Rosselini, de Godard y el cine norteamericano de los años cuarenta. No me gusta tanto el cine de efectos especiales como el que hace Hollywood. Creo que el buen cine, al igual que la buena literatura, está hoy cada día más convertido en algo minoritario. Todavía contamos con buenos degustadores del buen cine y también de la buena literatura, pero cada vez son menos. Por otra parte, creo que la literatura posee cada vez más una expresión propia respecto al cine, sobre todo al que está vacío de contenido y lleno de efectos especiales. El cine se ha acercado cada vez más al cine y a sus posibilidades menos explotada todavía como medio de expresión. Para mí, son dos lenguajes totalmente distintos pero con conexiones fundamentales. Mi literatura hasta ahora no se ha podido adaptar al cine, aunque supongo que no van a tardar en hacerlo. En todo caso me he resistido mucho tiempo igual como me resistí a los premios literarios. Y cuando empecé a vanagloriarme de ello fue cuando comencé a recibirlos. Ahora me temo que van a empezar a hacer películas. Pero mi literatura sólo se preocupa por el trabajo con el lenguaje.
Enrique Vila-Matas sostendrá un diálogo público este domingo 28 de noviembre, a las 12 horas, en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, y el martes 30 de noviembre, a las 19 horas, presentará su libro El viento ligero de Parma, editado por SextoPiso, en la XVII FIL de Guadalajara.
–Escribí un libro que se llama Nunca voy al cine precisamente para expresar la relación amor/odio que mantengo con él. Me gusta el cine de Rosselini, de Godard y el cine norteamericano de los años cuarenta. No me gusta tanto el cine de efectos especiales como el que hace Hollywood. Creo que el buen cine, al igual que la buena literatura, está hoy cada día más convertido en algo minoritario. Todavía contamos con buenos degustadores del buen cine y también de la buena literatura, pero cada vez son menos. Por otra parte, creo que la literatura posee cada vez más una expresión propia respecto al cine, sobre todo al que está vacío de contenido y lleno de efectos especiales. El cine se ha acercado cada vez más al cine y a sus posibilidades menos explotada todavía como medio de expresión. Para mí, son dos lenguajes totalmente distintos pero con conexiones fundamentales. Mi literatura hasta ahora no se ha podido adaptar al cine, aunque supongo que no van a tardar en hacerlo. En todo caso me he resistido mucho tiempo igual como me resistí a los premios literarios. Y cuando empecé a vanagloriarme de ello fue cuando comencé a recibirlos. Ahora me temo que van a empezar a hacer películas. Pero mi literatura sólo se preocupa por el trabajo con el lenguaje.
Enrique Vila-Matas sostendrá un diálogo público este domingo 28 de noviembre, a las 12 horas, en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, y el martes 30 de noviembre, a las 19 horas, presentará su libro El viento ligero de Parma, editado por SextoPiso, en la XVII FIL de Guadalajara.