miércoles, febrero 16, 2005

Eco, la memoria de papel


El escritor. Posted by Hello
Aparece la quinta novela del semiólogo italiano, un inteligente y divertido rompecabezas con final hollywoodiense sobre un hombre que olvida quién es tras un accidente cerebral. También abordamos Historia de la belleza, su último ensayo


ROBERT SALADRIGAS - La Vanguardia- 16/02/2005

Por fin en su quinta novela y tres años después de Baudolino, Umberto Eco (Alessandria, 1932) se aleja de las historias medievales y las tramas pseudocientíficas para explorar la época moderna en La misteriosa llama de la reina Loana, título fastuoso que sugiere una fábula, una acrobacia de la imaginación sin mayores vínculos con la realidad de la experiencia vivida. Y sin embargo es una novela llamémosle existencialista y a la vez un juego de la inteligencia a los que tan aficionado es Eco, el experto en semiótica capaz de convertir obras de fuerte impregnación culturalista como la archifamosa El nombre de la rosa o plomiza como El péndulo de Foucault, en apariencia condenadas al fracaso, en grandes éxitos de ventas. Eco las elaboró, bien adentrado en la madurez y la cimad e su prestigio académico, convencido de que sin renunciar al rigor intelectual iba a encaramarse al trono de los mercados internacionales. Creo que nunca entenderé el misterio de tan firme convicción. Pero ahí están los resultados tangibles para avalar el acierto de sus presagios, aunque sigo pensando que Eco no es exactamente un novelista de raza sino un deslumbrante teórico de los lenguajes de la comunicación que se divierte creando ficciones desmedidas y con ellas pone contra las cuerdas los esquemas de la lógica más elemental.


Entremos en las nervaduras de La misteriosa llama de la reina Loana -la reina Loana es un personaje de cómic italiano de tercera división, apenas conocido por los italianos de los años treinta- que se ofrece como una especie de partitura sinfónica estructurada en tres tiempos. El primer episodio arranca el 25 de abril de 1991. Una voz pregunta: "¿Y usted cómo se llama?" Otra voz responde: "Espere, lo tengo en la punta de la lengua" Todo empieza así. Acto seguido el narrador en primera persona dice: "Era como si me hubiera despertado de un largo sueño, pero yo seguía suspendido en un gris lechoso". Poco después averiguaremos que quien pregunta es el neurólogo de un hospital y contesta un hombre que ha sufrido un accidente cerebral. Este paciente de sesenta años que ha olvidado su nombre resulta llamarse Giambattista Bodoni, familiarmente conocido por Yambo, dueño de un establecimiento de libros antiguos de Milán, su ciudad natal. La singularidad de Bodoni es que es incapaz de recordar que está casado con Paola, una psicóloga clínica, y es padre de dos hijas y abuelo de dos nietos, o si ha vivido una aventura con Sibilla, su joven ayudante, y en cambio fluyen de su mente versos de poemas, fragmentos enteros de novelas o datos precisos como que Napoleón murió en Santa Elena el 5 de mayo de 1821. Bodoni conserva la memoria semántica pero ha extraviado su conciencia civil, por llamarlo de alguna manera.


En el segundo movimiento o nudo de la historia Bodoni, instado por Paola y su médico, se recluye algunos meses en Solara, la gran casona familiar que se alza entre las montañas del abrupto paisaje piamontés que tan bien conoce Eco, tratando de juntar las piezas de su identidad desvanecida en la niebla. En este segmento del relato Eco se siente vívidamente a sus anchas. Lo imagino a la captura de toda suerte de materiales por rastrillos y anticuarios de medio mundo, con el pensamiento de coleccionista puesto en las tareas indagatorias de Bodoni. Porque, en efecto, una vez en Solara y bajo los cuidados de la maternal Amalia, Bodoni se zambulle en los vastos tesoros que guarda la casa, en particular el desván donde el abuelo guardaba sus cosas y que tras su muerte nadie ha vuelto a pisar. Allí Bodoni se reencuentra con viejos almanaques, enciclopedias, novelas, tebeos, cromos, revistas, discos, letras de canciones otrora de moda, marcas y más marcas de productos desde perfumes y lociones a cuchillas de afeitar, figurines, juguetes, una radio, un tocadiscos... Eco legitima esos hallazgos reproduciendo las imágenes de portadas, envases o dibujos de personajes ya que, a través de esos objetos mínimos y de la relectura de sus libros de juventud cuyos argumentos no se resiste a condensar, Bodoni va recuperando paso a paso los restos de su pasado. Es entonces cuando la novela hace aflorar la intención y la tremenda habilidad de su autor. Si por una parte la reconstrucción de la memoria de Bodoni como niño educado en la Italia fascista que vivió entre Milán y Solara los años turbios de guerra da pie a esbozar la biografía colectiva de una época turbulenta, por la otra Eco se atreve por primera vez y aunque sea de soslayo, parapetado tras la barricada de la convención novelesca, a encarar su serpentina autobiografía. El transfondo documental de esa fase de la historia, al margen de las veladuras retóricas, resulta deslumbrante.


En la tercera y última parte del relato Bodoni ha sufrido un nuevo colapso, entra en coma y, una vez cortado todo vínculo con el mundo exterior, su mente asombrosamente activa ilumina zonas hasta entonces dominadas por las tinieblas. ¿Está vivo por el mero acto de pensar?, se interroga. ¿Es todo un sueño? ¿Se ha soñado y se sueña aún a sí mismo? ¿Toda su vida sólo ha sido un alarde poético, un sinsentido? Inmerso en ese limbo de hipersensibilidad Eco escribe lo mejor del libro, dando por sentado que leemos una novela: la relación didáctica, en Solara, del adolescente Bodoni con el joven anarquista Gragnola y la participación de los dos en el osado rescate de un grupo de cosacos rusos hostigados por los nazis en el inaccesible caserío de San Martino, en la niebla y por las escarpadas laderas del Vallone. La evidencia de la heroicidad y la muerte anónimas, iconos de la guerra, no se separará de Bodoni; ni el descubrimiento del amor en Lila Saba, la chica del instituto que nunca se fijó en él, luego murió en Brasil y es el rostro que no conseguirá recuperar una vez completado el rompecabezas. El fantasma de Lila Saba tiene el privilegio de absorber el único rasgo sentimental que Bodoni desliza en su introspección, siempre dando prevalencia al intelecto sobre el corazón y el riego sanguíneo como suele ocurrir en las novelas de Eco.


Y llegamos al apoteosis final o si se prefiere al apocalipsis hollywoodiense. El comatoso Bodoni ve en su sala privada de proyección cómo surge una larga escalinata que asciende hasta un trono ocupado por Ming Señor de Mongo, personaje del universo de Flash Gordon. La ardiente reina Loana presta al fin su rostro llameante a la escurridiza Lila Saba, mientras en este trepidante número digno de Bob Fosse que cierra el espectáculo desfilan cuantos mitos han cobrado vida en el libro, fantasmas y monstruos, héroes de papel, cortesanos y cortesanas, tiranos, modelos, conjuntos orquestales, ilustres magos, los siete enanitos sin Blancanieves, Cyrano de Bergerac, Diana Palmer y su eterno Hombre Enmascarado, verdugos y ejecutados, santos y beatos, todos cantando, danzando bajo una lluvia de estrellas hasta que las imágenes se funden en negro y una ráfaga polar barre la escena. Fin. Fine.The end.Se acabó Bodoni. Con un suspiro de alivio, de estar en paz.


Así es la última novela de Umberto Eco, con sus habituales vicios (periodos de descontrol retórico y excesos, para mí, de información cultural que frenan el ritmo narrativo) no atribuibles a la impericia sino deliberado reflejo de la libertad con que opera, y sus virtudes (abundancia de ideas, la mayoría brillantes, y su propósito de dinamitar las reglas no escritas del género novelístico para imponer su propia concepción renovadora). Hay que aceptarlo o todo lo contrario. Pero este texto presenta un elemento hasta ahora inédito en la obra ficcional de Eco: además de inteligente y sutil es divertido, sin ser trivial ni liviano. Se le debe agradecer.