miércoles, mayo 04, 2005

Arthur Miller: amor y arte


Foto: Ken Heyman Posted by Hello

Por MEDARDO ARIAS SATIZABAL

Especial para Librusa / Connecticut


“Se fue con la satisfacción de haber compartido su vida con extraordinarias mujeres”, dijo de él la actriz de Broadway Zoe Caldwell, al reconocer el 10 de febrero que Arthur Miller, uno de los grandes dramaturgos estadounidenses del siglo XX, moría con la sonrisa de haber amado a la tan deseada Marilyn Monroe.

Miller falleció de un paro cardíaco en su casa de Roxbury, Connecticut, después de una vida entregada al arte y al amor; junto a su lecho de muerte se encontraba su novia de 34 años, la pintora Agnes Barley.

Miller, como otras estrellas del firmamento literario y cinematográfico de los Estados Unidos, eligió vivir en Connecticut al igual que Paul Newman y la siempre bella Katharine Hepburn, la actriz

nacida en la casa demarcada con el número 22 de la calle Hudson, la vía contigua al Hospital de Hartford. Miller, como Hepburn, eligieron también vivir de cara al paisaje antiguo de los Estados Unidos, junto a las quebradas y cerca del mar. Como inspirados en la vieja película “Christmas in Connecticut”, Hepburn adquirió una hermosa casa victoriana en Old Saybrook, donde los pobladores la vieron recorrer en bicicleta los caminos de arena o con su bañador en los cálidos veranos, y hasta bien entrada en años. Como si repitiera en la vida real escenas del filme “La laguna dorada”, que hiciera junto a Henry Fonda.

Miller, por su parte, rico, joven y famoso en 1958, decidió comprar una granja en Connecticut, con una casa que conservaba los usos y espacios del siglo XVIII. Como llevado por el ventarrón del sueño americano, él que había padecido la pobreza de los años 30 después que su padre se arruinara con una fábrica de ropa, decidió compartir ese sueño hecho realidad con una de las mujeres más deseadas del mundo; tan deseada, que hasta el propio John Fitzgerald Kennedy fue martirizado por su perfume: Marilyn Monroe, la preciosa diva que prefería desayunar con champán y rociar sus pijamas aroma de Chanel número 5 .

Hasta aquí, en Roxbury, Connecticut, la trajo a vivir Miller en 1956, hace 49 años, cuando contrajo nupcias después de su divorcio con Mary Grace Slattery, su primera esposa. Miller, ya dramaturgo con reconocimiento universal, tomó a su mujer en brazos y entró en su casa de Connecticut como buscando un atardecer rojizo que los arropara a los dos bajo la sombra de una carreta con ruedas de madera, dejada ahí desde el tiempo de los Quakers.

Pero, Arthur Miller quizás describió su propia vida en cada una de sus piezas teatrales, en sus novelas; quiso mostrarle al mundo la futilidad de las ilusiones en el mundo capitalista, la brevedad de los sueños, la quimera del esfuerzo, y él mismo sucumbió a ese destino, cuando la vida le negó la posibilidad de seguir viviendo con una de las mujeres más idolatradas del planeta. Que eran la llama y el hielo, la bella y la bestia, la frivolidad y la inteligencia; de todo se dijo cuando él cerró la puerta a una relación que culminó en 1961. Un año después se casaría con Inge Morath.

  • La parábola del viajante

Willy Loman es un agente viajero que ha logrado comprar una casa y construir una familia; cree poderosamente en el trabajo como una llave para lograr todo lo que se propone; a sus hijos los alínea en destinos acordes a sus manera de ser y de pensar. Los imagina como los titanes que han de conducir a América por caminos de gloria. Los Loman trotan junto a su imaginación, como superhéroes de los equipos de rugby de las universidades más prestigiosas de los Estados Unidos. Loman sueña despierto y hace rapsodias con respecto a su presente y su futuro, pero la realidad le devuelve mezquinamente un panorama estrecho de espíritu y de dinero. Sus metas están más allá de sus menguadas finanzas. Esa carrera demente hacia el “éxito” termina por traerle quebrantos de salud, y un comportamiento esquizofrénico y paranoide.

En la sinopsis anterior está basada la historia de “La muerte de un viajante” (1949), la obra que le mereció el codiciado Premio Pulitzer, y no pocos problemas. Visto por el establecimiento como un hombre con ideas de izquierda, fue victima también de la “cacería de brujas” que desató el senador McCarthy, y condenado por “desacato”. Una apelación le dio la libertad, pero Miller jamás olvidó que el gran capital permite la celebridad sólo a quienes lo veneran.

Había nacido un 17 de octubre de 1915 en Nueva York, en un hogar de padres judíos; el “crash” de 1929, obligó a la familia a trasladarse de Harlem a Brooklyn, más Miller estudió Periodismo en la Universidad de Michigan. “Todavía crece la hierba” (1938), es considerada una de sus primeras obras dramáticas, sin embargo, fue “Focus”, una novela publicada en 1945, la que le dio temprana celebridad. “Hay hombres que no suben después de caer”, repetía, al tiempo que se definía como un conocedor profundo del espíritu femenino: “Si dos mujeres cuchichean y te acercas, y ellas paran de hablar abruptamente, es seguro que hablan de sexo; si una de ellas es tu mujer, es seguro que hablan de ti…”

Miller publicó también “Un hombre con mucha suerte”, en 1944, después de trabajar como guionista para piezas radiales en Nueva York, y “Todos eran mis hijos”, en 1947. En 1953 dio a conocer “Las brujas de Salem” y en 1961 “Vidas rebeldes”, obra inspirada en su relación con la Monroe. Sus memorias aparecieron en 1987 bajo el título “Vueltas al tiempo”; diez años después, en 1997, se conoció su obra “Una mujer normal”, dentro de un temperamento literario que indagaba la psiquis, estilo de escritura que le granjeó los últimos aplausos de la crítica.

Duda no queda; Augusta Bernett e Isidore Miller trajeron al mundo a alguien que supo dar lo mejor de sí y procuró amar, también, hasta el último suspiro.