lunes, noviembre 07, 2005

Para mi carnal Jaime, que se comió una aceituna




Tengo el privilegio –junto con nuestro padre: Villalay, Pogk, el cerdo mayor, que son tres en uno; y también con mi hermano Miguel– de ser testigo de la historia de la carrera artística de mi carnal Jaime.

Ha sido un viaje compartido en el que hemos crecido juntos. Excedería el propósito de estas palabras hacerles un resumen cronológico de esa experiencia que abarca posiblemente cuatro décadas.

Pero la puedo resumir al decirles que este Jaime es el mismo Jaime que en 1973, cuando tenía quince años, decidió que la fotografía sería su medio de expresión artística.

Virilmente asumió ese compromiso y ha sido fiel a sí mismo. Eso me consta. Las circunstancias de la vida nos han orillado a ejercer otros oficios, pero nuestros afectos más allegados saben muy bien que Jaime es un fotógrafo y Rubén un escritor. (Así como Miguel es un músico, agregaría).

Repito: me tomaría toda la noche contarles este excitante viaje en el cual estamos embarcados y en el que, como islas, hemos venido descubriendo libros, pinturas y museos, discos y ciudades, obras teatrales y personajes femeninos reales; pero –sobre todo– filmes, películas, cine.

Al respecto hace unos días el teatrista Marcelo Segberg me criticaba porque Jaime y yo, amantes que somos del cine, lo habíamos olvidado como género.
A Marcelo, amigo de nuestro padre, Jaime y yo lo hemos adoptado (sin su consentimiento, claro está) como tío; así que tomamos su observación con el consecuente respeto.

Le respondí a él que la narrativa y la fotografía se habían convertido para nosotros en sucedáneos del cine. En mi caso, mis cuentos y novelas están escritos con un lenguaje cinematográfico, casi como si fueran guiones de cine.

En el caso de Jaime, que cito al final para extenderme, sus fotografías son espléndidos instantes cinematográficos. Es decir, además de las cualidades estéticas visuales que poseen, las fotografías de Jaime están dotadas de una carga narrativa que las convierten en episodios de una película que cada uno puede imaginar.

Recuerdo una fotografía suya, en blanco y negro, de una vacía escalera de un edificio antiguo en el centro histórico de la Ciudad de México. Cuántos personajes no he visto subirlas y bajarlas. O la historia del músico ciego, fulminado en la noche por una luz urbana, en la Ferrocarril casi esquina con la calle 16 de Septiembre en Juárez. O el hombre abatido por la situación económica que aparecerá en cualquier momento ante la manta que anuncia SE VENDEN DÓLARES en la nocturna calle de El Paso, en la década de los críticos y devaluados años 80, en El Chuco.

Espléndidos instantes cinematográficos.

En este sentido, Jaime presenta en esta ocasión un trabajo distinto. Ahora no sólo cada fotografía puede tener este contenido cinematográfico, sino que toda la exposición fue concebida como si hubiera estado filmando una película, tan así es que incluso está dividida en capítulos. La exposición nos cuenta una historia.

La lectura de esta historia, por supuesto, corre por su cuenta.

Sólo me resta agradecer a todos los amigos de Jaime, que no son pocos, que han hecho posible esta noche. Y recordar que los ausentes no están ausentes, están vivos en nuestro corazón.

Y ojalá que esta aceituna les deje un grato sabor de boca.

Agradezco su asistencia.


Rubén Moreno Valenzuela

Viernes 4 de Noviembre
Museo de Arte y Arqueología de El Chamizal
Ciudad Juárez, Chihuahua
M É X I C O