miércoles, febrero 08, 2006

Renate Dorrestein: Álbum de familia


ISABEL NÚÑEZ

B arcelona, España. 08/02/2006 (LA VANGUARDIA) Renate Dorrestein (Amsterdam, 1954) trabajó como periodista antes de convertirse en una de las más conocidas y prolíficas escritoras holandesas actuales. Algunas de sus novelas se han traducido a múltiples lenguas, con una notable acogida crítica. En España publicó Álbum de familia (2003).

La oscuridad que nos separa es una incursión en el mundo del acoso escolar y de las mentiras que se ocultan en las familias. Siguiendo algunas claves del thriller psicológico y la tradición negra de Highsmith y otros autores (herederos del Dostoievski de Crimen y castigo), la novela explora la idea de la crueldad inherente a cualquier ser humano, que puede llevar a la violencia e incluso al asesinato, y sondea las raíces de la culpa y la mentira familiar.

Como experta narradora y en un tono ligero, que a veces parece casi de literatura juvenil, Dorrestein empieza su narración dando la voz a los acosadores, para trasladarla a la víctima sólo en la segunda parte del libro. Se trata de una niña excéntrica, Loes, cuya madre libre y sensual echa las cartas del Tarot a sus convencionales vecinas y convive con dos amantes. Se diría que la niña es una especie de reverso de Pippi Landstrum, dotada de sexo y de cierta hondura, y que perderá la inocencia gracias a la crueldad y la exclusión de los demás.

Comunidad cerrada

El cadáver de un hombre asesinado revoluciona la vida de la población. La madre de la protagonista será condenada -se supone que lo mató porque había abusado de su hija- y, a partir de entonces, como suele ocurrir en los delitos sexuales, una comunidad conservadora culpa también a la víctima y la castiga, convirtiendo la vida de la niña en una auténtica tortura.

Presa de su propia culpa, Loes se sume en el silencio y se deja maltratar, hasta que, con el tiempo, desvela la trama oculta de los hechos y se libera de la red que las mentiras familiares han tejido en su contra. En el camino, descubre muchas otras cosas, algunas de ellas brusca y dolorosamente, como su ruda iniciación sexual, que ella misma reconvierte en una útil victoria social, o la posibilidad de comunicarse con los niños muy pequeños, todavía incapaces de hacer daño. O como la incertidumbre del equilibrio inestable y cambiante que caracteriza las relaciones sociales. O la relación física con una naturaleza agreste y salvaje en la isla a la que huyen, cuya belleza sólo podrá apreciar cuando se marche.

Con un ritmo narrativo trepidante y una ambientación atractiva y convincente, Dorrestein muestra su eficacia de narradora con una novela amena y absorbente, destinada a un público amplio. Su análisis de la crueldad, los celos, los juegos de poder, la insatisfacción y el tedio que llevan a los miembros de una comunidad a inmiscuirse en las vidas ajenas y estigmatizarlas, o de la complicidad de los adultos en la violencia infantil, son sin duda de interés, dada la generalización de esta clase de fenómenos en la actualidad, donde la escuela sólo es un reflejo de la sociedad que la contiene.

Dicho esto, la comparación con Virginia Woolf parece fuera de lugar o, en todo caso, sigue esa última costumbre tan extendida de promocionar a los autores situándolos en la estela de los clásicos, aunque sea por los pelos. El universo literario de Woolf está en otro lugar y su complejidad de matices, su ritmo narrativo más lento y reflexivo -excepto quizá en Orlando, donde compensaba con fuerza poética-, le permiten llevar más allá sus retratos de personajes, sus momentos recortados de vidas otras, de pensamientos y monólogos internos que se quedan en la memoria del lector. Esta novela de Dorrestein es un thriller eficaz, poético y bien contado, y su gracia contemporánea estriba en ofrecer un contramodelo perverso de la literatura juvenil, al margen de sus claves sociológicas, más cercanas al entretenimiento inteligente que a la gran literatura.