miércoles, marzo 01, 2006

Amélie Nothomb: Biografía del hambre


M. ª ÁNGELES CABRÉ
B arcelona,España. 01/03/2006. (La Vanguardia) Por su estilo la conoceréis. Amélie Nothomb (1967) podría contarnos cómo se construyó la Muralla china y nos moriríamos de la risa, porque lo que importa en los buenos escritores, y ella es indudablemente uno de ellos, es cómo cuentan las cosas, no qué nos cuentan. Así que si tiene un pariente o amigo que no haya caído aún en la telaraña de la literatura, dele a leer este libro y le atrapará para siempre.

Autora, a pesar de su juventud, de una buena ristra de novelas breves que aparecen puntualmente cada uno de septiembre y tras haber vendido tantas copias en el mundo como habitantes tiene Catalunya, Amélie ataca de nuevo y lo hace con una de sus obras más poderosas y usando su mejor registro, el autobiográfico. Tras leer Metafísica de los tubos y El sabotaje amoroso, los lectores nos quedamos con las ganas de saber más de esta belga nacida azarosamente en Kobe, donde fue destinado su padre diplomático y donde confiesa haber vivido sus años más felices. La dejamos, o mejor dicho nos dejó, cuando tenía seis años y vivía en la aburrida China comunista. Pero después qué, ¿qué aventuras le deparó el destino hasta cumplir los treinta y muchos que ahora tiene?

Nuestra curiosidad se ve saciada con esta Biografía del hambre y, tras revivir sus años nipones y sus años pekineses, la acompañamos al Nueva York que conoció a los ocho años y le pareció una fiesta, al Bangadesh de sus trece primaveras, donde el deporte nacional era morirse de hambre, a Birmania y Laos hasta desembocar en su Bélgica natal a los diecisiete y después aterrizar nuevamente en su adorado Japón. Choque de culturas, alternancia de pobreza y riqueza, de exuberancia oriental y occidental. Y ahí se detiene la historia, cuando Amélie tiene veintiún años y pisa de nuevo el país que le fue arrebatado. El final de esta novela enlaza pues con Estupor y temblores (la narración de sus avatares en una empresa japonesa) que ya leímos y que fue, de las suyas, la novela que más éxito tuvo aquí y sobre todo en Francia, donde se convirtió en un verdadero best seller (cómo reconcilia que inteligentes artefactos lleguen a tanta gente).



De entre sus casi veinte libros publicados, esta Biografía del hambre es acaso el más catártico y el que alcanza un mayor valor simbólico. Niña superdotada, la infancia vuelve de nuevo a ser su territorio predilecto y al que dedica más páginas. No en vano en sus libros autobiográficos escribe historias que conoce pero que no comprende (según cuenta la misma escritora), de modo que la primera interesada en revelar aspectos inéditos de su pasado es ella.

Amélie por tanto no elige alimentarse hoy, ya adulta, con el sabroso néctar del chocolate blanco, ni elige la anorexia que la atrapa a los trece años (de la que ya había hablado a través de la ficción en Diccionario de nombres propios), sino que es una muy temprana y difícil relación con la ingestión, una preferencia indiscutida por el dulce y una potomanía galopante, por no hablar de una afición alcohólica a todas luces improcedente, la que la conducen a tan excéntrica costumbre. No elige tampoco que sus libros favoritos sean El rojo y el negro, Las amistades peligrosas y El retrato de Dorian Gray, sino que la lectura nada usual a los seis años de Las mil y una noches, en una traducción del siglo XVIII y de Mishima siendo aún una cría, la llevan por esas sendas.

Se preguntarán qué tienen en común nutrición y literatura. En este libro, todo. El hambre que ya anuncia el título lo recorre de cabo a rabo. Pero no el hambre como apetito exclusivamente de alimentos, sino el hambre como deseo absoluto, como ansia que no cesa: hambre de amor, lecturas, belleza... «El hambre es querer. Es un deseo más grande que el deseo.» El hambre como indagación: «El hambriento es alguien que busca». Bulimia vital es, en consecuencia, lo que sufre Amélie desde que tiene memoria y este libro está consagrado a explicarnos esa voracidad elevada a la máxima potencia, algo que sin la distancia de la ironía inyectada en vena asustaría hasta al más pintado y que en cambio aquí, aunque trufada de episodios violentos (como un intento de violación que marca un antes y un después), se nos aparece como un placentero viaje turístico en el que nos lleva de la mano hasta llegar al país del Sol Naciente, donde en una ocasión fue Dios, ese Dios que «si comiera, comería azúcar».

Pero si hay algo que constituye en este libro una revelación, al margen como ya he dicho de completar huecos biográficos que sacian nuestra indiscreción, es cómo nos refiere su acercamiento al placer de la literatura no ya como lectura, lectura que es para ella un lugar privilegiado de la admiración y que por ello cultiva con ahínco, sino como creación. La descubre leyendo a los doce años un relato de Colette y ya no la abandona. Y un día, la escritura pasa a antojársele la mejor manera de saciar el «hambre de hambre» que le ha provocado la anorexia que padece y a la que decide dar carpetazo. Asumida ya la «deformación del cuerpo"» a que la condenó la adolescencia y asumida también la «superhambre» como un modo de vida que hasta la fecha le ha dado por lo que parece bastantes alegrías, Amélie se refugia en la escritura para disfrute de todos: intensa, jocosa, metafórica.

Chapeau a este ejercicio autobiográfico. Bebamos una copa de champán a su salud y paseemos de noche por París, como a ella le gusta.