miércoles, marzo 08, 2006

Capote, el rey de la no ficción



ROBERTO HERRSCHER - 08/03/2006

B arcelona, España. 08/03/2006. (La Vanguardia).- En 1998, el joven periodista norteamericano Philip Gourevitch publicó un libro escalofriante. Lo llamó Queremos informarle de que mañana seremos asesinados junto con nuestras familias, y relata el genocidio de casi un millón de miembros de la etnia tutsi en Ruanda. En el libro Gourevitch cuenta largas conversaciones con víctimas, victimarios, testigos y estudiosos, describe la vida y la muerte, el horror bíblico y las alegría cotidianas, analiza las mentalidades africanas y cuenta sus propias reacciones a lo que ve y lo que descubre más allá de lo que ve.

Seis años más tarde, la novelista Alice Sebold escribió un libro cuya lectura lleva al lector a abismos de una profundidad comparable. Se llamó Afortunada, y disecciona con precisión casi insoportable los detalles y las consecuencias de la violación que sufrió la autora cuando era una adolescente. No indaga, como las historias de detectives, en quién fue el atacante. Su objetivo, mucho más profundo, es averiguar quién es, en quién se convirtió, ella misma. Con una honestidad brutal cuenta su difícil salida del pozo donde la dejó su victimario.

Queremos informarle... y Afortunada son apenas dos de los cientos de libros actuales de lo que, a falta de otro nombre, se ha dado en llamar no ficción, relatos de hechos ciertos iluminados por el talento de orfebres de la palabra. Estos libros no hubieran sido posibles sin el ejemplo y la influencia deun extraño genio autodestructivo llamado Truman Capote. Antes de Capote, muchos escritores habían probado suerte con textos basados en hechos y personajes reales. Grandes novelistas y poetas, como Goethe, Stevenson o Daniel Defoe, dejaron intensas crónicas de sus viajes, retratos de grandes personajes que conocieron. Muchas de estas obras, como el Diario del año de la peste de Defoe o los Viajes por Italia de Goethe, presentan méritos artísticos. Pero en todos los casos, este periodismo literario había sido una distracción menor que nunca interrumpía por mucho tiempo el verdadero afán de los artistas.

Cuando en la década de 1940 un jovencísimo aspirante a escritor de éxito comenzó a escribir crónicas de viaje para hacerse famoso y ganar el dinero suficiente para sentarse a escribir sus novelas, nadie supuso que estaba despuntando una nueva forma de escribir. Truman Capote había llegado a Nueva York desde el profundo sur norteamericano y desde una infancia de abandono y desamor.

Tenía voz de pito, cara de niño y una extraordinaria capacidad para contar historias y llamar la atención. A los veinte años ya se había convertido en una celebridad literaria con un puñado de cuentos, y a los 23, con la novela breve Otras voces, otros ámbitos,ya era considerado un escritor maduro.

Pero poco a poco, junto con obras de ficción, fue soltando algo nuevo y excitante. Primero fue un picante relato del viaje de una troupe de cantantes y bailarines negros a la Unión Soviética (Se oyen las musas, 1956), luego una serie de perfiles de iconos culturales de su tiempo, sobre todo un agudo y malicioso retrato de Marlon Brando (El duque en sus dominios, del mismo año), y finalmente su obra maestra, A sangre fría (1965). Al terminar, exhausto tras seis años de absoluta inmersión en el mundo de esta novela real, Capote se había convertido en el padre y el genio fundador del ecléctico y brillante grupo inventor de lo que su más colorido representante, Tom Wolfe, bautizó como Nuevo Periodismo.

Cuando murió en 1984, a punto de cumplir los 60, solo y abandonado por los ricos y famosos a los que aspiró con desesperación a acercarse, Capote dejó una extraña obra inacabada, Plegarias atendidas (1987), que a los tumbos y fragmentariamente otra vez abría caminos en el afán de contar lo real.

Tal vez la forma más ordenada de presentar lo que Capote aportó a quienes desde entonces buscan aunar periodismo y literatura sea enumerar algunos de los inventos de estas obras emblemáticas, y citar libros posteriores que siguieron de alguna manera sus pasos.

Se oyen las musas
Los relatos de viajes tenían mucha tradición, pero esta deliciosa crónica (incluída en el volumen Los perros ladran) de una compañía que llevó Porgy and Bess de Gershwin a Leningrado y Moscú en plena guerra fría muestra cómo el análisis puede ceder primacía a recursos narrativos y descriptivos para que se comprenda una situación y se entienda la lógica y el drama de personajes inolvidables, sin que se pierda el ritmo y el interés de cada pasaje. El género de la crónica de giras musicales, en el que la revista Rolling Stone basó gran parte de su prestigio y sin el cual quedaría muy pobre el conocimiento de la generación del rock, parte de esta pequeña joya. Capote perfeccionó el recurso de la narración por escenas, más tributaria del cine que de la literatura, ideal para narrar las estaciones de un viaje. Hoy tanto las crónicas músicosociales como los relatos corales de viaje llevan su impronta.

El duque en sus dominios
Este perfil en profundidad de Brando (incluído en el libro Retratos) muestra de forma a la vez divertida y atroz el momento en que sus demonios internos y su excentricidad externa estaban a punto de transformarlo de ídolo de masas en genio huraño e intratable. Como casi todas las grandes obras de Capote, el texto apareció en la revista New Yorker, que desde los años treinta se ufana de haberle dado forma al perfil periodístico literario. Capote no inventó ni la combinación de diálogo extenso y a corazón abierto, ni la narración de escenas que muestran al perfilado en su salsa, ni la descripción perceptiva en la que lo que se selecciona y presenta es imagen y metáfora de lo que sucede con el personaje. Pero en perfiles como este o el que realizó sobre Marilyn Monroe en Música para camaleones hizo del género arte perdurable. Sus perfiles han influido en muchos de los que siguieron. Adrien Nicole Le Blanc y Susan Orlean, por ejemplo, publican en New Yorker perfiles donde informan sobre lo complejo de una vida y presentan trozos brillantes e incompletos de experiencia humana, como pequeñas piezas de cristal quebrado.

A sangre fría
Será éste, el libro más largo y ambicioso de Capote, el que cimiente su prestigio literario y periodístico. A sangre fría cuenta el asesinato premeditado y cruel de cuatro miembros de una familia en el pueblo de Holcomb en Kansas por una pareja de delincuentes comunes, Dick y Perry. Capote sigue la vida de las víctimas hasta su final, que se nos presenta tan inevitable y espantoso como el de una tragedia griega, y acompaña a sus asesinos hasta la horca. Para Gerald Clarke, el gran biógrafo de Capote, éste logra trasformar a los criminales en dos personajes formidables de la literatura del siglo XX. Para Ben Yagoda, coautor de la antología El arte de los hechos, el gran mérito del libro es la exhaustiva investigación y las entrevistas tan intensas que le permiten contar hechos que no presenció con la fuerza y el colorido que emplearía un novelista con un argumento de su invención. "Con su oído de novelista, (Capote) escuchó lo que sus personajes pudieron haber dicho y lo transcribió más fielmente que ningún periodista antes o después", apunta Yagoda. A diferencia de sus reportajes anteriores, A sangre fría se noveliza sin meter en ningún momento al autor como personaje ni como comentador de lo que muestra. Pero por supuesto, su mirada no está ausente sino todo lo contrario. Albert Chillón, en Literatura y periodismo: una tradición de relaciones promiscuas, enfatiza que "In Cold Blood resulta ser, en definitiva, un alegato contra la pena de muerte, pero no al estilo franco y declamatorio de un manifiesto o una novela de tesis, sino a la manera sutil de aquellas narraciones que extraen su fuerza persuasiva del ensanchamiento que provoca en la mente del lector el mundo que ponen en pie".

La espeluznante historia de Perry y Dick influyó en generaciones de periodistas. Joe McGinnis se internó como pocos en el "relato de crímenes verdaderos" en libros como Visión fatal. Gourevitch también siguió la senda de Capote en una fábula moral, Caso cerrado, sobre un asesino capturado tras pasar décadas escondido. En España, Vázquez Montalbán en Galíndez o Arcadi Espada en Raval adaptan a sus personales estilos y temas algo del legado de Capote.

Plegarias atendidas
Esta colección de fragmentos, que Capote soñó en convertir en su En busca del tiempo perdido, es un retrato colectivo amargo y mordaz de la clase alta norteamericana. Hoy revistas como Vanity Fair, que critican con fascinación el mundo de los ricos y famosos, abrevan en este modelo. Pero desde su muerte, hace más de dos décadas, nadie ha conseguir contar anécdotas de opulencia y degradación como el perverso niño prodigio que nunca dejó de perseguir la gloria.

Las plegarias atendidas producen más lágrimas que las desoídas, decía Capote que había escrito Santa Teresa. Pero legiones de periodistas y escribidores igual siguen elevado plegarias. Las elevan a las musas o a los santos más literarios, como Juan de la Cruz, y en sus plegarias siguen implorando el don de poder escribir, al menos una vez, como Truman Capote.

Roberto Herrscher es periodista, director del máster en Periodismo BCNY de la Universitat de Barcelona-Les Heures / Columbia University