lunes, abril 10, 2006

Publican cuentos completos de Cheever

ROBERT SALADRIGAS

B arcelona, España. 05/04/2006. (LA VANGUARDIA.- En realidad, lo extraordinario de la noticia no es la aparición de todos los cuentos de John Cheever (1912-1982) reunidos en dos manejables volúmenes, sino su constante permanencia en el foco de atención de las sucesivas generaciones de buenos lectores, lo que quedó demostrado de forma aplastante cuando Emecé emprendió la recuperación sistemática de sus cuatro grandes novelas, Crónica de los Wapshot, El escándalo de los Wapshot, Falconer y Esto parece el paraíso, en su momento traducidas pero algunas lamentablemente descatalogadas. Además, claro está, de reeditar el Diario, un texto clave para entender la compleja personalidad de Cheever, su visión de la existencia y del universo.

Conviene preguntarse por qué seguimos leyendo a Cheever como si desde su muerte en 1982 no hubiera transcurrido una eternidad, en la que el mundo ha vivido convulsiones por entonces inimaginables. Y por qué al leerlo ahora tenemos la sensación de que nada sustancial ha cambiado, que su literatura expresa preocupaciones comunes con un lenguaje de resonancias familiares. Creo que las causas son varias. Se suele presentar a Cheever como miembro relevante del llamado grupo del The New Yorker junto a Salinger, Bellow, Malamud, Roth, Updike, James Farl Powers, lo más granado de la narrativa norteamericana. Aparecer en las páginas de la revista de mayor prestigio intelectual del país conllevaba la aceptación de un método rigurosísimo de plantearse el relato yuna determinada manera de concebir el arte de la escritura. Los cuentos magistrales de Cheever, en la línea de Hawthorne, ilustraban como pocos los presupuestos literarios de la publicación y el Yorker, al darlos a conocer, le procuró fama, lectores y, como él mismo reconoce con gratidud e ironía, "dinero para dar de comer a la familia y comprarme un traje nuevo cada dos años".

Pero, con todo, el rasgo diferencial de Cheever es que personifica el espíritu conturbado de los cincuenta, una época en la que los escritores norteamericanos de clase media quisieron hacer de la literatura una empresa moral, sacudidos y atribulados por la crueldad de la historia contemporánea. Se plantearon la manera de conciliar el desaliento personal con los problemas sociales y la violencia que seguía impregnando la vida cotidiana sólo en apariencia estable a través de una expresión formal que los liberara del corsé realista, a medio camino entre la poesía y la parodia. Cheever se erigió en bandera de ese intento de instrumentalizar la desolación que lo minaba por dentro para, desde ella, fabricarse una identidad psíquica acorde con el tiempo que la configuró. La impotencia y el desconcierto son el motor que propulsa la historia de la dinastía suburbana de los Wapshot en la década de los cincuenta, exiliados de su pequeña ciudad de Nueva Inglaterra para verse disueltos en el cafarnaum de la gran metrópoli. Bajo la engañosa imagen de la tranquila vida cotidiana, ellos son el símbolo tribal del fracaso del sueño americano, de los falsos paraísos emersonianos urdidos por los Walden modernos (Esto parece el paraíso)o del individuo tratando de preservar su dignidad en el infierno carcelario (Falconer). No obstante, pienso que el espinazo de Cheever, el creador imperecedero, se encuentra en los extraordinarios cuentos que escribió, donde múltiples superficies reflectantes muestran el profundo abatimiento, la hiriente soledad sin escapatoria posible del hombre moderno acechado por las tropelías de una historia que nunca controla. Basta leer una y cien veces su relato más célebre y siempre impresionante, El nadador,la historia del pequeño burgués liberal que decide volver a casa nadando a través de las piscinas de sus amigos y al llegar al hogar, exhausto y derrotado tras haber descubierto la insustancialidad de su propia vida, lo descubre vacío, abandonado por la familia. Es el mismo tipo que en otra pieza magistral (El ángel del puente)se ve atrapado por el espeso tráfico del puente George Washington y, mientras lo cruza, es consciente de su aislamiento sobrecogedor y percibe que su "vida estaba acabada". Las metáforas morales cobran en Cheever una naturaleza de transversalidad que rebasa el estricto marco temporal de su experiencia. Creo que por eso lo leemos hoy, como lo hicimos ayer y muy probablemente lo harán mañana. Su papel en la literatura norteamericana sigue siendo hegémonico. Lo es porque la pérdida de todos lo ideales un día soñados, el retorno imposible a los refugios de los que la vida nos expulsó, la confrontación de los recuerdos con la realidad, la cínica labor destructora de la historia, la orfandad y el desaliento en que nos sume su implacable pragmatismo, todo ello nos vincula con el cosmos emotivo de Cheever. Y sobre todo cuando por exceso de cautela la narrativa actual de su país no se hace eco de los cataclismos que han incrementado la desesperanza histórica y existencial del ciudadano del siglo XXI. Me asombra que en la novela recién aparecida de Paul Auster, Blooklyn follies, cuatro años después del 11-S sus secuelas no sólo se reduzcan a una leve referencia sino que haya elegido darle un tono de comedia y todas las historias que entrelaza, como modernos cuentos de hadas, confluyan en desenlaces felices, los tópicos happy end de la época dorada de Hollywood. Así, en tanto algún autor -¿tal vez Don DeLillo?- decida narrar la ansiedad social y la intranquilidad cotidiana de la América y el mundo de Bush Jr., la obra de John Cheever sigue siendo un referente ético de la modernidad.

John Cheever Relatos (I y II) Traducción de José Luis López Muñoz y Jaime Zulaika EMECÉ 520 / 498 PÁGINAS 22,50 EUROS CADA UNO


MAS INFORMACION DE JOHN CHEEVER

http://en.wikipedia.org/wiki/John_Cheever