jueves, mayo 11, 2006

El marco es comparable

HORACIO PÉREZ-HITA


B arcelona. 10/05/2006. (La Vanguardia.- El marco es el dintel que separa la realidad de la ficción. También en los espejos y en la tele. Las Meninas representa, entre otras cosas, una compleja reflexión sobre esos límites de la pintura. El Greco llegó a cobrar más por algunos de sus marcos que por los cuadros que contenían. Van Gogh no consideraba terminadas sus obras hasta verlas enmarcadas. Degas los diseñó para sus cuadros con insospechado éxito posterior. Picasso compraba marcos antiguos para vestir sus modernas pinturas y dibujos. Mondrian se pasó media vida pintando cuadrados y marcos.

Un mueble que se encuentra en una especie de tierra de nadie: entre su fidelidad a la pintura que alberga o a la decoración del interior en que ha de ser colgada. Según cierta sensibilidad actual, a la hora de enmarcar la atención debiera concentrarse en la obra aislada, autónomamente considerada; pero históricamente se ha tendido más hacia el interés por su integración en la decoración de una estancia. Es por ello que se han perdido muchos marcos originales: al cambiar de manos, a muchas pinturas se les sustituía el marco por uno a la moda de la época o al gusto del nuevo propietario (o de su decorador). Los originales se guardaban en almacenes o acababan sirviendo de leña. Condenados a pasar desapercibidos, los marcos son, como decía Ortega y Gasset, la excelencia de la modestia. Su función principal es la de proteger y presentar la obra y, circunscribiéndola en un espacio, ayudar a aprehenderla. Muy raras veces se reproducen en los libros de arte o se reseñan y comentan en las exposiciones de pintura. La bibliografía monográfica sobre el marco es escasísima. Además, en los tiempos que corren, tampoco parecen estar muy de moda, sobre todo por lo que se refiere al arte contemporáneo. Y, sin embargo, pasamos gran parte de nuestra vigilia mirando a través de un marco, lo que éste contiene -ya sea un cuadro colgado en la pared o una foto de sobremesa-, o a través del marco de la pantalla de una tele, un ordenador o un móvil. El más noble de nuestros sentidos pendiente de lo que nos presentan cuatro segmentos unidos por sus extremos formando un cerco cuadrangular. Hay marcos con otras formas (circulares, ovalados, octogonales, etc.), pero aquí queremos limitarnos al más común, al rectangular, cuya importancia está seguramente condicionada por la arquitectura, por la forma de paredes, puertas y ventanas que enmarcan a las figuras en los interiores de las casas… y también, quizá, por la escritura y los libros ilustrados: piénsese en el absurdo que sería un libro circular.

Lo que idealmente pretende el marco es verter nuestra mirada, volcar nuestra atención hacia su interior. Lo verdaderamente importante es el centro, la imagen. Hablamos de marco incomparable, pero siempre de algún gran evento, ya sea político, deportivo, turístico o sentimental. Ortega y Gasset empezaba su artículo Meditación del marco diciendo que no hay tema más humilde, asunto más modesto. Y ¿qué es la modestia? Nos referimos a la verdadera, que también la hay. ¿Qué es si no cierta conciencia de límite y modo, conciencia del marco en que uno se mueve y de la manera de moverse? Los marcos definen, dan límites claros a la obra. Los anticuarios franceses dicen que el marco es el macarra de la pintura, porque la protege y embellece para venderla mejor. Diremos nosotros que también es su siervo, porque ha de estar atento a lo que pida la obra que presenta y ha de serle fiel.

Muchas veces una buena colección se reconoce no tanto por el valor (o el precio) de las obras que la componen, sino por cómo están enmarcadas, por el cariño puesto en la elección de los marcos. Muchos grandes artistas se han mostrado interesados en cómo enmarcar sus pinturas a la hora de presentarlas al público, conscientes de lo importante que resultaba el éxito de ese ejercicio para hacer más directo su mensaje, más claro y coherente su discurso. Porque puede darse el caso de que el marco emita un mensaje distinto o totalmente contradictorio con aquello que enmarca. Para entender mejor un cuadro es buen ejercicio el de reflexionar acerca de cómo debería enmarcarse, o cómo lo habría enmarcado su autor o su época. Tampoco es cuestión banal la de la altura ideal a la que debe colgarse cada pintura concreta. Salvando las distancias, también podría decirse que el arte de la acertada elección de un marco es comparable al de la elección del vino adecuado para una buena comida.


Fijémonos en los peinados, lazos, sombreros, collares, pendientes; todo ello funciona como un marco para el rostro. Enmarcar es, en general, dar límites a algo, definirlo. La historia del origen del marco es, así, parecida a la de cualquier objeto básico de los que han acompañado al Hombre desde su infancia: cuenco, arma, cama, mesa, silla...

Desde la increíble profusión de motivos ornamentales abstractos del antiguo Egipto, pasando por los mosaicos griegos y romanos, por la orla que circundaba al Pantocrátor o los compartimentados altares medievales, llegamos al siglo XV italiano, cuando podemos decir que nace el marco como hoy lo entendemos. El marco arquitectónico (también llamado tabernáculo) se inspiraba en las estructuras de las fachadas de los templos clásicos renacentistas. Éstas, traducidas al ámbito decorativo, se presentaban como monumentales altares, arquitrabes de madera tallada, dorada, policromada, donde albergar lo sacro.

Cabe también mencionar el denominado marco herreriano,marco español por excelencia. La robustez de su estructura y sobriedad decorativa son reflejo del gusto del monarca, Felipe II, siempre atento a la importancia de la estética del poder y del poder de la estética. Un siglo más tarde, el barroco europeo da origen a una gran variedad de tipologías con un denominador común: la recreación escultural, su pulsión orgánica y el uso frecuente de la policromía. Estamos hablando de la Europa de Velázquez, Rubens, Ribera y los grandes artistas del siglo de Oro. Francia toma el relevo en el siglo XVIII: el triunfo de los Luises y los excesos de la corte. Los marcos rococó parecen emparentados con aquellos pelucones suyos de fantasía. Abocados a la Revolución y al nuevo imperio napoleónico, los marcos serán, como casi todo, neoclásicos. Ya bien entrado el siglo XIX su diseño emprenderá un camino prolífico en eclecticismos: nacerá el marco o enmarcado de autor paralelamente a la fabricación de molduras en metros lineales. En el siglo XX, el marco goza de una explosión de sentidos y protagonismo: las vanguardias lo integrarán en la obra, a la vez que aparecen nuevos materiales como el aluminio y el plástico. Más tarde tenderá a ser minimizado o eliminado por muchos artistas (Warhol, Rothko, Pollock...).



No hay espacio aquí para hablar de los Sansovino, de los Salvator Rosa o de los Lutma; de los marcos-trofeo del rococó, del marco palladiano, de la preocupación de Whistler, los prerrafaelitas y otros muchos artistas por diseñar sus propias molduras, o de las pinturas de gabinete de cuadros, tan importantes para el estudio de la historia del marco.

Es cierto que la presentación de una obra y, por tanto, el marco, está sujeto a los vaivenes de las modas comerciales. Pero, como decía Paul Valéry, hay dos tipos de artistas: los que dan de comer al público lo que al público le gusta, y los que le enseñan a comer lo que no le gusta. Y lo mismo podría decirse tanto de los directores de museo, como de comerciantes o tratantes en cosas artísticas.


Para una breve historia del marco consulte este enlace
http://www.marcsarias.es/ofrecemos/HistoriaCAST.htm