lunes, julio 17, 2006

Música/ Impresionista e impresionante, Paquito D' Rivera llevó a los clásicos al trópico



La Jornada
PABLO ESPINOSA
Lunes 17 de julio de 2006

MéxicoD.F. Ayer, domingo, aconteció un concierto impresionista e impresionante.

Impresionista porque sonaron sendas obras maestras del impresionismo firmadas por Claude Debussy y Maurice Ravel. Impresionante porque en medio de ellas estalló el volcán del candor y el sabor de la música del Caribe desde los pulmones, bemba y corazón del maestrísimo Paquito D'Rivera, armado de clarinete y saxo y harto jícamo y tumbao.

La nueva visita de Paquito alteró un poquito y para bien la temporada actual de conciertos de la Orquesta Sinfónica de Minería, que se desarrolla en la Sala de Conciertos Nezahualcóyotl.

Realizó ayer el estreno de su partitura titulada Fantasías messiaenicas, en alusión al compositor francés Olivier Messiaen (1908-1992) y en homenaje al clarinetista Henri Akoka, uno de los tres músicos para quienes escribió Messiaen la primera versión de su legendario Cuarteto para el fin del tiempo.

Cautivos en el campo de concentración Stalag VIII A, de Silesia, estos músicos heroicos estrenaron la partitura ante cinco mil prisioneros el 15 de enero de 1941; Messiaen sentado frente a un piano sucio y desvencijado. Los otros músicos: el violinista Jean Le Bouleaire, el célebre chelista Etienne Pasqueir y el mencionado clarinetista Henri Akoka, quien ocupó el lugar tradicional de la viola.

Las Fantasías messiaenicas de Paquito D'Rivera están escritas para trío de jazz y orquesta sinfónica. El trío de este cubano formidable está integrado por el pianista Alom Yamai, el bajista Máximo Biolcati y el baterista Vince Cherico. A la Sinfónica de Minería la dirigió el joven Carlos Miguel Prieto.

Los ritmos del universo

Así sonó la obra: el tiempo, la luz, las estrellas, los arcoiris, los pájaros, que son los temas fundamentales de toda la obra de Messiaen, quien depositó en el pulso del alma, en el pulsar del espíritu, todo su arte, siguiendo los ritmos del universo y del cuerpo humano, de los astros y los átomos. Si Olivier Messiaen se propuso y logró en su partitura una glorificación de la suprema simetría del mundo con sus acordes azul-naranja, su respiración cordial de clepsidra y su anhelo de luz, de estrellas y de arcoiris, el cubano D'Rivera se propuso y logró en su partitura una glorificación de la vida y sus misterios, una rítmica profunda aposentada en su más profunda piel.

Los jugueteos paquiánicos iniciaron con un pasaje colorístico a manera de introito para dar entrada a un coito subliminal entre contrabajo y clarinete, para dar cabida a una cópula sublime entre piano y clarinete, para dar alojo a un ayuntamiento celestial entre orquesta, trío de jazz y clarinete, claro y requete cantarín, lánguido y requete enhiesto, sensual como la hamaca ambulante en que se mueven las caderas femeninas en su andar.

Los pasajes alternados entre el trío de jazz solista y los entreveramientos entrepiernados con orquesta, las intervenciones homéricas de Paquito, los piquitos coloreados de los distintos clímax orquestales y el sabor ojomeneado de este homenaje a la vida, pusieron en órbita a todos los mortales que habitamos el colmado butaquerío. Eso fue la locura, compadre. Eso fue un huateque sabrosón y lujurioso, compañera. Vaya ricura, mi negro, porque ya Paquito no podía parar ni un poquito y enseguida del estreno de sus Fantasías messiaenicas se soltó con prácticamente un concierto para trío de jazz, en primer lugar con su danzón Recuerdos, para orquesta y el susodicho trío, que es el danzón más hermoso que haya sonado nunca en una sala de conciertos y enseguida se soltó el pelo (a sus apenas 58 años, Paquito es toda una cabecita blanca) con una rica improvisación jazzística donde citó a placer a Ferde Groffé en dúo con contrabajo y a Papá Bach en dúo con piano.

Y eso estaba ya en la cúspide cuando a Paquito se le ocurrió declarar su amor brasileiro: "yo nací en Cuba pero la mitad de mi corazón está en Brasil. Me gusta todo lo brasileiro: los frijoles negros, la música, las tangas" y en lugar de un tango entonces tocó una tanga, es decir una música de ardor carnal y hondura cardinal y se puso tan contento de lo que veía que hizo sonar una música topless, un encanto de desnudo femenino a lo Jorge Amado, un candor de piel y estallido de epidermis bajo el sol dorado a lo Antonio Carlos Jobim, un jolgorio brasileiro, una tunda de caricias caribeñas con improvisaciones mozartianas, como si el mismísimo Volfi se hubiese teñido la peluca de verdeamarela. Una fiesta de la carne y del sonido sin furia, una celebración candente de la vida y sus misterios.

Desde algún lugar del universo, su padrino y mentor musical Dizzy Gillespie le gritaba: Blow, Paquito, Blow!

¡Sopla, Paquito, sopla!