viernes, julio 14, 2006

Noticias / Distinguen a Carlos Germán Belli con premio Pablo Neruda


S antiago de Chile, 14 de julio (AP).- La presidenta Michelle Bachelet distinguió el viernes al poeta peruano Carlos Germán Belli con el Premio Iberoamericano Pablo Neruda 2006, que obtuvo «por la extraordinaria proyección de su trabajo poético».

El premio fue concebido hace tres años para destacar la trayectoria de un autor que haya contribuido con su trabajo al diálogo cultural y artístico de Iberoamérica. Antes que Belli fueron distinguidos el escritor mexicano José Emilio Pacheco y el poeta argentino Juan Gelman.

El galardón fue discernido por un jurado internacional integrado por Gelman, la escritora y académica mexicana Margo Glantz y por el poeta chileno Pedro Lastra. El premio consiste en 30 mil dólares, un diploma y una medalla.

El jurado entregó el premio a Belli «por la extraordinaria proyección de su trabajo poético, cuya originalidad mayor consiste en la fusión de las más diversas formas y posibilidades expresivas de la tradición y de la modernidad».

La entrega del premio se realizó durante una ceremonia en uno de los salones del palacio de La Moneda, la sede de gobierno, a la que asistió también la ministra de Cultura, Paulina Urrutia.

Entre las obras de Belli figuran ­Oh Hada Cibernética! (1962) ; Boda de la Pluma y la Letra (1985) y Más que Señora Humana (1986) .

Belli es poeta, traductor y periodista, Premio Nacional de Poesía 1962, profesor de Literatura Hispanoamericana en la Universidad de San Marcos, de Lima, y poeta visitante del Programa Internacional de Escritores de la Universidad de Iowa.


Una entrevista de Ximena Jara

(El Mostrador) El ganador del premio Iberoamericano Pablo Neruda asegura que su fusión entre contenidos de vanguardia y tradición métrica formal surgió como parte de una «terapia poética» para disciplinar su escritura, y no de modo deliberado. Gran lector de los clásicos, asegura que mientras más conoce las corrientes ultramodernas, más se aferra a sus experimentos literarios.

Tiene la mirada tímida y la sonrisa fácil. Se sienta en el lobby del hotel y cruza los brazos. No es muy alto, y se cruza constantemente de brazos al conversar. Está de visita en Chile para recibir el Premio Iberoamericano Pablo Neruda, pero ha aprovechado de reencontrarse con sus viejas amistades chilenas. Se alegra cuando se entera de que Óscar Hahn está en el país, también de paso, y pide sus datos para llamarlo. Con él comparte la veta de humor que se introduce en los versos hasta ser su núcleo, en algunos casos, y también el amor por los clásicos.

Cultor de un estilo que no responde a ningún canon tradicional, ha sido el gestor de lo que él llama «híbrido textual» indeliberado; algo que comenzó como un experimento, como un afán por dominar su propio decir poético, hasta adherírsele a la piel de las letras. Una rara fusión entre temáticas modernas –como su libro Oh, hada cibernética, de 1962-, y estructuras derechamente decimonónicas.

En su poesía, los temas metafísicos con los cotidianos se entrelazan tranquilamente y sin solución de continuidad, como parte de un proceso espontáneo. Por eso mismo, explica, se sentiría incapaz de dar recetas para escribir, y ha rehuido el sermón en verso. «No soy un escritor de manifiestos. He hecho textos que parecen arte poética, pero no con ese propósito, sino como una reflexión sobre el lenguaje. Algunas de esas cosas me han salido bien y creen que es un manifiesto… Eso pasó con "Asir la forma que se va"».

¿Está usted en la vanguardia, en la tradición, o es ubicuo, poéticamente hablando?

Participo de ambas perspectivas. No puedo abjurar de mi pasado vanguardista, y sin embargo toda mi vida he leído a los clásicos españoles. Mi etapa de vanguardia estuvo marcada especialmente por mi interés en el surrealismo y luego en el letrismo, que surgió hacia el año ’50. Estoy contento de tener ambas vetas; si no, sería un escritor decimonónico, y tendría un perfil estilístico desfasado.

Aunque finalmente está en ambas sin participar plenamente de ninguna. Es el híbrido textual del que usted ha hablado.

Sí. Pero ha surgido de manera inconsciente, sin ningún proyecto especial. Llego a eso un poco en virtud del azar de las cosas, de una necesidad de tratar de dominar la lengua que me ha tocado, y de amplificar mis textos, porque empecé a escribir poemas muy chiquitos. Eso me estimuló a leer a los clásicos.

¿Entonces nos perdimos a un gran escritor de hai-ku?

(Ríe) Sí, eso parece. En un comienzo fue para mí una especie de terapia idiomática, que me lleva después a un adiestramiento estilístico.

En su poesía, la vanguardia del contenido está en permanente tensión con la tradición en lo formal. Finalmente viene a ser una «vanguardia clásica», de alguna manera. ¿Hay alguna forma de ironía en esta fusión?

Puede ser, es probable que la haya, indeliberadamente. Nunca lo he pensado, pero no sería raro, considerando mi gusto por el humor negro, heredado de los dadaístas y los surrealistas.

¿Cree que la poesía actual, que generalmente no se rige por las normas tradicionales de rimas ni de métrica, puede desembocar en un facilismo?

Sí. Pero creo que también la poesía que cultiva la forma tiene el riesgo de que se encuentren modos mecánicos de creación. El facilismo del que hablamos yo lo veo especialmente en las artes plásticas del siglo XX; es tan fácil crear una obra, coges cualquier elemento, lo cuelgas y es una pieza artística. Ciertas corrientes ultramodernas, especialmente en las artes plásticas me han llevado con más ahínco a aferrarme a mis experimentos poéticos.

¿Así como ha experimentado en distintos tipos de métrica, no se sentiría cómodo experimentando en el verso libre?

Quisiera escribir en verso libre, pero no me salen los poemas. Otra cosa que quisiera hacer es algo que hice hace muchos años, cuando escribí poemas onomatopéyicos; eso podría hacer un punto de partida para empezar otra vez a escribir poemas letristas. Eso sí que me gustaría.

¿Cómo se relaciona con las nuevas corrientes de la poesía latinoamericana?

A veces me siento un poco como una especie extraña, una rara avis. Me sorprende ese trato con las ciudades y la vida urbana, así como el uso de ciertos neologismos y localismos. De la generación del ’30 me identifico con Martín Adán, por el cultivo de las formas y también por haber partido de una vanguardia, de la que fue después cambando. Aunque por los años ’30 me interesaban más los surrealistas peruanos, que son los contemporáneos del grupo «Mandrágora» en Chile. De mis contemporáneos hispanoamericanos, me interesa mucho Óscar Hahn, Eugenio Montejo también; ahora, los intereses literarios vienen acompañados siempre de la amistad. Uno suele, además, admirar cosas que no posee; en el caso de Lihn, admiro ese estilo desinhibido que yo quisiera tener.

Usted mencionaba a Hahn entre sus favoritos. Tiene en común con él el uso de la ironía, y la capacidad de alternar la poética metafísica con los temas cotidianos. Pienso en su poema del bolo alimenticio, por ejemplo, y en el de las sopas en lata de Hahn…

Sí, creo que por ahí viene el nexo con él. Además, él también cultiva las formas clásicas y es un gran lector de poesía tradicional.

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