domingo, noviembre 19, 2006

Historia / España: Entrevista con José María Jover Zamora


El emérito historiador hispano (Foto: Archivo)

M adrid, España. 04/10/2000 (ElCultural.es / Nuria Azancot).- José María Jover Zamora (Cartagena, 1920) ha desbrozado con asombrosa soltura nuestro pasado, de Carlos V a Alfonso XIII, aunando historia económica, social, política, cultural y de las civilizaciones, su gran aportación a la historiografía. De eso, de civilización, de sabiduría y de humor sabe mucho este profesor para quien lo mejor del premio Menéndez Pelayo recibido el pasado mes de julio fueron las cartas –“ochenta o noventa”– de sus discípulos, con los que mantiene una “relación fraternal”. El lunes tendrá otra razón para sentirse satisfecho: la Real Academia de Historia y Espasa Calpe celebran sus primeros veinticinco años al frente de la Historia de España de Menéndez Pidal.

Vive en una casa que es al tiempo una inmensa y apetecible biblioteca, rebosante de historia, de loza cartagenera y de arte, y en la que no faltan ni los libros de medicina de su padre, ni fotos de sus ocho hijos y de sus nueve nietos...

Para empezar, me gustaría que hiciese memoria: ¿cuándo comenzó a colaborar en la Historia de España de Menéndez Pidal y por qué se hizo cargo del proyecto?

Menéndez Pidal había muerto en 1968, y en 1975 la dirección de Espasa Calpe me ofreció el encargo de redactar el volumen relativo a la época de la Restauración. Antes de iniciar la tarea, procuré analizar, a la vista de otros volúmenes ya publicados, el contexto expositivo en que mi estudio monográfico habría de insertarse; y no tardé en advertir que la estructura global de la magna obra fundada por don Ramón no respondía ya a los niveles y a la temática de la historiografía europea del momento. La dirección de Espasa aceptó con respeto y afecto mis observaciones; y su respuesta consistió en proponerme la plena dirección de la obra. Antes de aceptar, redacté y sometí a la consideración de la editorial los cambios de fondo que estimaba indispensables para “poner al día” la monumental obra programada por don Ramón en los lustros anteriores a la guerra civil, y cuyo primer volumen –España romana–vio la luz en 1936.

¿De qué cambios se trataba?

Los cambios que estimé indispensables fueron dar cabida en el relato histórico a todas las naciones de España (¿no es España una “nación de naciones”?), de manera proporcionada, sin convertir la evidente hegemonía castellana en la configuración de la España moderna, con una tácita identificación de Castilla con la misma España. Y, en todo caso, tener en cuenta que España es, a su vez, una “nación” de Europa –como Gallia, como Germania,como Italia: naciones fundadores como Grecia– lo cual obliga a seguir el ritmo de la gran nación europea y de su evolución, para mejor encuadrar las peculiaridades de nuestra nación española.

Innovaciones del clásico

¿En qué situación está la obra?

Está llegando a la época actual. Falta la guerra civil, el segundo de Franco, otro sobre la Transición... ¿Innovaciones? Voy a proponer una serie “clásica”, es decir, que se reediten los primeros tomos escritos por los grandes especialistas de la historiografía española, acaso superados por investigaciones posteriores, pero con una importancia permanente e indiscutible.

Si tuviera que definirla en una sola frase, ¿cuál sería?

Gracias a los sólidos sillares puestos por su fundador, a los más de trescientos historiadores de distintas escuelas e ideologías que han colaborado en al empresa y al esfuerzo editorial de Espasa Calpe, creo que la Historia de España Menéndez Pidal es quizá la historia nacional más completa con que cuenta la Comunidad Europea.

Lo cierto es que mueve al asombro. ¿Cómo ha logrado aunar, a lo largo de estos veinticinco años, a esos más de trescientos historiadores de primera?

El mérito no es sólo mío, sino de Menéndez Pidal, al que corresponde un buen porcentaje de esos colaboradores. Yo sólo me enorgullezco de que nadie al que le haya pedido una colaboración me la negara. Pero la solera de los colaboradores de Menéndez Pidal, su misma sombra, resulta impresionante.

Maestros y discípulos


¿Qué importancia han tenido en su obra sus maestros? ¿y sus discípulos? ¿En qué jóvenes historiadores se reconoce usted?

Entre mis maestros debo recordar a don Antonio de la Torre, que me dio cabida en el CSIC, por su entrega a la enseñanza, a don Cayetano Alcázar, por su humanidad, y a don Jaime Vicens, por la novedad de su enseñnanza y de su visión de la historia. En cuanto a mis alumnos, me sería difícil mencionar a uno solo, pero debo subrayar que desde 1950 no he tenido ni una falta de cortesía leve por parte de mis alumnos, con los que tengo una relación fraternal. Se han portado muy bien conmigo y me han demostrado su afecto de manera conmovedora. De hecho, lo mejor del premio Menéndez Pelayo fueron las ochenta o noventa cartas de antiguos alumnos felicitándome.

¿Qué es lo más importante que ha intentado enseñarles?

Primero, que investiguen la realidad de antaño; que expongan la verdad y que no susciten antagonismos nacionales ni levanten mitologías. Y luego, que no pierdan de vista que, en última instancia, lo que justifica y enaltece la obra del historiador de su nación, es la reconstrucción real de una experiencia, indispensable para pisar sobre seguro los caminos del mañana. Lo último que he escrito ha sido el discurso de recepción del premio Menéndez Pelayo, en el que hice hincapié en la necesidad de derivar las relaciones internacionales hacia la historia de las civilizaciones, algo fundamental. Más tarde creo que la ONU ha reconocido la necesidad de empezar a ver así la historia, como algo más que batallas y guerras.

Una evolución considerable

¿Cuáles han sido los principales cambios experimentados por la historiografía española en estos años?

La historiografía española ha experimentado una evolución considerable durante las últimas décadas. Desde mediados del siglo XX la historia económica y la historia social han enriquecido el horizonte del historiador, abriendo paso a la gran utopía de una historia integral. La obra de Jaime Vicens, la influencia de la escuela francesa –Lucien Febvre, Fernand Braudel y tantos otros–, la creciente aproximación de la historia de la literatura y del arte a la historia social, y otros contactos científicos que sería prolijo enumerar, han cambiado la faz de la historiografía española. Por mi parte, vengo intentado desde hace algunos años reintegrar en el árbol de las ciencias históricas la historia de la civilización, resucitando y ensanchando la fecunda obra de Rafael Altamira. Un paso más audaz, pero potencialmente mucho más fecundo, intenté hace pocas semanas en un breve discurso, “Hacia una inflexión en la historia de las relaciones internacionales”, leído en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, en ocasión de la recepción del premio que lleva el nombre del insigne polígrafo. Inflexión orientada hacia la historia de las civilización, como antídoto a la amenaza que cierne sobre la humanidad el enorme incremento de los medios de destrucción.

Usted ha estudiado la historia de España desde el siglo XV a nuestros días, desde la historia social y la política, la historia de las ideas y la literatura ¿No ha temido ser demasiado ambicioso, o ése ha sido, por el contrario, un estímulo?

Mi única ambición ha sido buscar la verdad. Viví muy pronto que la historia era algo integral, y que todos los sectores de la historia son necesarios para comprenderla. Comprendí que había que aunar todas las ramas de la historia, y a ello he dedicado mi vida, pero no por ambición sino por coherencia.

Manipulación de la historia

Parece imposible hablar con usted y no mencionar Hispanoamérica. No sólo es miembro correspondiente de todas las academias hispanoamericanas sino que ultima la publicación de Ultramar en la monarquía española del siglo xix.

Es una de las razones por las que me gustaría tener cincuenta años menos, porque estoy luchando con mis ochenta años y la necesidad de acabarlo. Me encargaron hace diez años el penúltimo tomo de una historia de América sobre Ultramar en la monarquía española del siglo xix, y me resultó apasionante el contraste entre distancia y tiempo, y el concepto de frontera.

¿Tienen razón quienes creen que la historia de España es excepcional?

Todas las historias nacionales son excepcionales, pero de la misma manera que Europa es una nación de naciones, todas las naciones mencionadas también lo son, y España es no es una excepción. Somos un conjunto y somos europeos. Lo que hay que hacer es no sacralizar nada...

¿Tienen los gobernantes derecho a manipular el pasado, a crear nuevos mitos?


Estimo obvio contestar negativamente a su pregunta. Ni el gobernante tiene derecho a manipular el pasado para apoyar su propia utopía política, ni el historiador tiene derecho a supeditar el resultado de sus investigaciones a convicciones políticas “a priori”. El historiador debe considerarse un servidor de la sociedad y de su patria, de manera que acierte a ofrecer al gobernante y a los artífices del futuro algo que les es indispensable: el conocimiento veraz y documentado de una trayectoria de experiencias nacionales.

Merecidos homenajes

Parece que ha llegado la hora de los homenajes. ¿Le abruman, le divierten, le asombran? ¿cómo los contempla y de qué manera le estimulan o no para seguir trabajando?

Los agradezco por lo que tienen de amistad y de sensibilidad de la gente que me estima. Por ejemplo, agradezco mucho a Espasa Calpe el homenaje del lunes, porque a lo largo de estos veinticinco años no sólo han respetado estrictamente mi orientación de la Historia de España, sino que me han apoyado plenamente. Aún tengo muchas cosas que decir, y espero aprovechar la oportunidad del día 9.

¿Cómo es un día en su vida?, ¿qué lee, con quién habla, qué despierta aún su curiosidad?


Tengo el vicio del trabajo, ochenta años, que no es precisamente la segunda juventud, y debo acabar el libro sobre América que le mencioné, un tomo para Debate sobre “Aproximaciones a la historia moderna de España”, el tomo sobre la guerra civil, la Historia de España, y luego... nada más. Habré cumplido todo lo que tenía que hacer.

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