sábado, noviembre 04, 2006

Literatura / España: Entrevista con Antonio Muñoz Molina

El novelista español

M adrid, España. 30/X/2006 (Clemente Corona/ClubCultura.com).- Uno de los escritores españoles más importantes de los últimos años ha vuelto a casa. Tras tres años al frente de la sede del Instituto Cervantes de Nueva York enseñando el idioma y siendo parte activa de la vida cultural de la capital del mundo, y cinco si publicar ficción, Antonio Muñoz Molina (Úbeda, Jaén, 1956), está de vuelta en casa con "El viento de la luna" (Seix Barral, 2006), su último libro, que uno abre y queda abducido por uno de los relatos más lúcidos e inteligentes y mejor escritos sobre el ansia de saber del ser humano: en este caso, el de un adolescente atrapado en la fascinación de la aventura espacial del primer viaje a la Luna del Apolo XI y su encierro en vida que es una pequeña ciudad o un pueblo grande en la España de 1969.

Un nuevo episodio en un no pretendido ciclo de Magina que comenzó con su primera obra, Beatus Ille (1986) y que ya puso a Antonio Muñoz Molina en la primera línea de salida de una nueva narrativa que miraba atrás –a sus mayores- con respeto y admiración pero sin dejarse llevar por ellos. Parecía no haber sitio para la antigua narrativa de corte social en ese país recién salido de una dictadura de 40 años, con su cultura deshecha pero ya camino de la modernidad, la Unión Europea y esos aires de nuevos ricos que da la prosperidad desconocida. Esa narrativa airearía los armarios empolillados de la literatura española y demostró que aún quedaban muchas cosas por decir, incluso las ya dichas.

Y ahí estuvo y sigue estando Muñoz Molina, convertido gracias a novelas como El invierno en Lisboa, Beltenebros, El jinete polaco o Plenilunio a unos de esos escasos –y bienhallados- escritores que superan todas las barreras y ponen de acuerdo a los implicados en esa cosa que es el libro, de críticos a lectores. Ya académico de la Lengua, en 2003 coge las cosas y se va a una de sus ciudades más queridas y conocidas a dirigir su flamante Centro Cervantes. Una tarea nada fácil a la que ha puesto punto y aparte hace unos meses. A Nueva York, nunca.

En El viento de la luna hay cines de verano, caprichos del clima, prejuicios y miedos, clasismo atroz, vencedores y vencidos, ignorancia, relaciones familiares que cambian, trabajo inhumano que tiene como recompensa un mundo mejor en el cielo, la bondad inocente... Más una Iglesia con un poder orweliano en las actitudes y las mentes y las voluntades de una pequeña ciudad andaluza que despierta lentamente, muy lentamente, a la segunda mitad del siglo XX en 1969: algunos tienen electrodomésticos, las teles comienzan a arrinconar al cine de la plaza, a la gente le da por irse a la playa a pasarlo bien y comprar un millón de Seiscientos en lugar de matarse –a tiros y trabajando- en el campo, y Franco es el que manda y al que sacan cerrando la emisión televisiva en blanco y negro con treinta años menos. Pero futuro está presente en la novela. Está materializado en los anhelos del protagonista, en el lento avance de la calidad de vida de la familia, de Magina, en un tiempo que en Magina mide el cielo y en Florida milisegundos con poder sobre el espacio, que es el infinito y más allá. Pero aún en la fascinación –de los pocos: los más, miran a la luna presta a ser desvirgada con nada más que la curiosidad, como si vieran la piedra salida de una honda- de la promesa del espacio exterior, el peso del pasado no es menos importante: voces que callan cuando Franco sale en la pantalla del televisor, servidumbres que se mantienen... La España rural de pocos años antes de morir Franco.

Pueden decirse muchas cosas de El viento de la luna, una de ellas que es, por supuesto, una novela de iniciación. Pero una iniciación muy particular, en la que el protagonista ve que no sólo se 'inicia' él, si no también un mundo nuevo, materializado en la misión del Apolo XI, algo que deja de ser una impresión subjetiva del protagonista, pues un hecho innegable por lo importante... Comienzan dos mundos, el propio y el común a todos...

Quizás por ese motivo elegí que la novela girase en torno a esas dos iniciaciones simultáneas, la del adolescente y la de los viajes espaciales. En el fondo, es eso lo que hace que la novela exista: la simetría entre dos mundos, entre lo más íntimo y más cerrado y lo más universal, entre el pueblo y el mundo, el pasado y el porvenir, el mundo rural y los viajes espaciales. Es el cruce de las dos líneas narrativas lo que genera la novela. Por otra parte, los sueños del adolescente no son en el fondo más pueriles que los de la era espacial: ni los unos ni los otros iban a durar mucho. La sensación de que un nuevo mundo empezaba gracias al viaje a la Luna era sobre todo el resultado de un delirio colectivo. Los viajes a la Luna no fueron el principio de nada, según se vio después.

El escritor, en el 2005 en un acto reciente realizado en el Pen Club, en Estados Unidos. (Foto: Beowulf Sheehan/PEN American Center.)

Cines de verano; caprichos del clima; prejuicios y miedos; clasismo atroz, vencedores y vencidos, la ignorancia, las relaciones familiares, el trabajo inhumano que tiene como recompensa un mundo mejor, la bondad inocente... La España que refleja parece estar muy lejos de nuestra memoria cuando usted habla de 'antesdeayer'. ¿Hemos dejado atrás definitivamente esos años? ¿Cuánto ha cambiado España de verdad?

Creo que sí, que hemos cambiado muchísimo, y que es importante saber el atraso, la injusticia y el oscurantismo de los que venimos para valorar mejor lo que hemos logrado, el progreso inmenso de nuestro país. En términos personales, claro, junto a esa sensación de progreso hay otra muy fuerte de pérdida, porque el mundo del que yo hablo en el libro se ha extinguido sin dejar rastro, y era el mundo en el que yo crecí, y en el que se sentían seguros mis mayores. Una de las tareas de la literatura es ayudar a que el paso del tiempo no borre del todo las cosas y las vidas que existieron. Pero hay que tener siempre mucho cuidado con la nostalgia: aquel era un mundo opresivo, injusto, aislado, marcado por la guerra, treinta años después de su fin. No es un mundo en el que yo quisiera que viviesen mis hijos, pero creo importante que sepan que existió.

La Iglesia y su poder en las mentes y en las vidas, tan bien registrado en su libro, ¿cuántas mentes castró durante aquellos años? ¿Cuánta gente recuerda aún los pescozones, las confesiones, las mentiras, la negación de la verdad y la exaltación de los vencedores? ¿Qué le parece que, en pleno siglo XXI, no se haya desprendido aún España de la presencia de la Iglesia en asuntos que no le conciernen?

Hay que pensar una cosa: la Iglesia fue la gran vencedora ideológica de la guerra civil. El discurso fascista español era banal y el régimen no puso demasiado cuidado en difundirlo, después de un cierto momento. Las ideas las ponía la Iglesia, que se benefició como casi nadie de la victoria de Franco: recobraron el control de la enseñanza, gozaron del privilegio de que se hubiera abolido en su beneficio la libertad de conciencia, sembraron una religiosidad oscurantista... Tengo el máximo respeto por las creencias privadas de la gente, pero mi experiencia de sufrir a la iglesia española oficial me convirtió por reacción en ateo y en defensor de los principios laicos. Me parece vergonzoso que la iglesia siga controlando parte de la enseñanza en la España de hoy, y que el Estado no sea verdaderamente laico. Me saca de quicio ver a un gobernante democrático participando oficialmente en una procesión, por ejemplo. Personas muy queridas para mí tienen profundas convicciones católicas, pero yo no siento ninguna simpatía hacia la Iglesia. No perdono el efecto dañino que sigue teniendo en cosas tan cruciales como el uso del preservativo, el control de natalidad, por no hablar de la complicidad siniestra de muchos eclesiásticos con el terrorismo.

En el asfixiante clima, el protagonista se mete en su submarino que no es otro que las páginas de los libros, los sueños con muslos asomados en las escenas de las películas o la gitana amamantado. ¿Porqué la literatura prende en tantísima gente como en su personaje? ¿Qué tienen los libros para que muchos no puedan vivir sin ellos?

La literatura es un indicio de algo más profundo, nuestra necesidad de comprender el mundo contándonos historias, o de contarnos historias para escaparnos del agobio de la realidad. Es una tarea doble, la necesidad de mirar con los ojos abiertos y la de apartar la mirada, la de entender las cosas y la de huir de ellas. El niño, el adolescente, por razones obvias, necesita las historias con más urgencia, porque su necesidad de entender es muy urgente. Mi protagonista casi no distingue entre diversas formas de relato, porque todas ellas le apasionan, lo mismo las novelas que las películas que los libros de divulgación científica.

El escritor Antonio Muñoz Molina sonríe junto a su esposa Elvira Lindo, tras recibir la condecoración al Mérito Civil por su contribución al frente del Instituto Cervantes de Nueva York. (EFE)

Así como el futuro está presente en la novela, materializado en los anhelos del protagonista, en el lento avance de la calidad de vida de la familia, de Magina, en la fascinación de la promesa del espacio exterior, el peso del pasado no es menos importante: voces que callan cuando Franco sale en la pantalla del televisor, servidumbres que se mantienen... ¿qué era lo mejor de esos dos mundos, el que había pasado y el que prometía venir? ¿Se han cumplido los sueños de esa generación que se hizo adulta pocos años después, en la Transición?

Lo mejor del mundo antiguo, al menos para el protagonista de la novela, es la seguridad que le ha ofrecido en la infancia. Pero esa seguridad enseguida se vuelve opresiva, y el despertar de su conciencia es inseparable de su actitud de rebeldía. En términos generacionales, creo que esa tensión entre el pasado y el futuro se resolvió muy bien para la mayor parte de nosotros. Hay generaciones con buena suerte y otras con mala suerte: piense en la mala suerte de la generación de mis padres: ¡A los ocho y a los seis años les sorprende la guerra! Luego debieron vivir su juventud en un período de retroceso y pobreza extrema, y cuando llegó la prosperidad ya habían pasado lo mejor de sus vidas... Mi generación, en cambio, llegó a la primera juventud justo cuando llegaba la libertad. Por eso cuando escribo novelas las vidas personales de los protagonistas suelen estar muy mezcladas con las circunstancias públicas: el destino de cada uno depende tanto de ellas...

La fascinación del protagonista por la luna, por el aprendizaje, por lo que intuye que existe más allá de Magina... esas esperanzas son las que le convierten, sino en especial, sí en alguien distinto, que se rebela contra un destino impuesto por siglos. ¿Qué es el hombre sin sueños, sin ambición de saber?

La curiosidad por lo nuevo o lo desconocido, el deseo de saber, me parecen justo lo mejor que tenemos los seres humanos. Lo peor es casi siempre la decisión de no saber, de no asomarse al mundo exterior, de mantener los ojos cerrados. Todos los avances que ahora consideramos normales en la vida de cualquiera fueron en algún momento sueños insensatos. ¿Quién iba a pensar en la España que yo retrato en mi libro que menos de cuarenta años después los hombres y las mujeres serían jurídicamente iguales, o que los homosexuales tendrían derecho a casarse? Por eso soy optimista: las ideas democráticas eran minoritarias hasta hace muy poco en nuestro país. Piensa que un momento fundamental en el origen de la modernidad está asociado con la Luna: cuando Galileo enfoca hacia ella su telescopio y descubre -o se atreve a ver- que la Luna está llena de cráteras, montañas, superficies que parecen mares, en vez de ser la esfera perfecta que suponía el dogma aristotélico. Mirar con atención es un acto revolucionario. Por eso yo admiro a más científicos que a escritores.

En el 69, el alunizaje del Apolo; en 2001, los ataques del 11 S. Dos acontecimientos televisados que han marcado dos generaciones, lo más importante que han visto ambas. ¿Se atreve a pronosticar el siguiente impacto? Esa televisión que desembarca primero en casa de don Baltasar, a la que la gente escucha y contesta, ¿sigue siendo el gran catalizador de emociones para el mundo, medio siglo e Internet después? ¿Somos sólo esclavos de lo que vemos, y si no vemos no creemos?

Tristemente, la capacidad de mentir con las imágenes ha progresado mucho desde 1969. Vi en televisión la llegada a la Luna y 32 años después el ataque a las torres gemelas, pero lo que más me indigna es que en todos estos años la maravilla de ese invento haya servido sobre todo para difundir ignorancia, vulgaridad y basura. Y conste que no soy un apocalíptico, en el sentido que habla Umberto Eco: entre otras cosas porque la televisión nos ha dado obras maestras de la invención narrativa como Los Soprano, Los Simpson o Seinfeld, por poner unos ejemplos. Por otra parte, a lo mejor mi vecino Baltasar era un pionero de la interactividad, al contestarle a la tv...

Muñoz Molina regresa a Magina. ¿Cuánto ha cambiado como escritor en esos años que ha estado ausente de ella? ¿Cuánto sobre Magina le queda por contar? Es su propio territorio mítico, como muchos otros grandes escritores, ¿qué le mueve a crear un espacio inventado para recrear el mundo?

Escriba o no escriba sobre ella, nunca estoy ausente de Mágina. Es el lugar en el que más naturalmente me brotan las historias. A veces me ha gustado desarrollar una historia en ese espacio sin decir su nombre, para que algún lector atento la reconociera: en Plenilunio, o en Sefarad. Lo de territorio mítico me parece demasiado enfático, demasiado importante. Digamos que Magina es una ciudad inventada en la que suelen cruzarse historias y personajes de mis novelas. Me gusta pensar que hay entre ellas, a través del tiempo, vínculos más o menos sutiles, que en el fondo escribo poco a poco capítulos de una novela muy larga, muy ancha.



La Guerra Civil y sus consecuencias están muy presentes en el libro, pero de un modo directo y sin caer en caminos ya trillados. Aún necesariamente, ¿cuándo superaremos el trauma de esa guerra? ¿Qué le parece la intención de recuperar la memoria histórica de lo que pasó? Las exhumaciones, compensaciones económicas, retiradas de símbolos...

Creo, como dice el historiador Antony Beevor, que en España hace falta un pacto de recuerdo: que tenemos que ponernos de acuerdo los demócratas para aceptar lo que en realidad es el consenso entre los historiadores. Hay que contar todas las historias, recordar todos los personajes, todas las experiencias de los que vivieron y sufrieron, y hacerlo desde una sólida concordia democrática. No creo, desde luego, en la conveniencia de repetir las posiciones más sectarias de los bandos de entonces, ni de celebrar algo que fue una desgracia horrenda, lo mires como lo mires, una guerra. Y por supuesto creo que hace ya muchos, muchos años que no deberían quedar signos públicos de la dictadura. Que alguien se indigne porque se retire una estatua de Franco me parece tan alucinante como el hecho de que se haya tardado treinta años en retirarla.

Una vez ha dejado la dirección del Cervantes, ¿cómo ha sido la experiencia? ¿cómo es luchar por una lengua -aún una tan hablada como la nuestra- en esa babel que es NY?

Trabajar en Nueva York difundiendo algo tan poderoso, tan lleno de porvenir como la lengua española, ha sido una oportunidad espléndida para mí. Y sobre todo hacerlo desde una posición de universalidad, porque la gran fuerza de nuestra lengua es que sus variedades nacionales o regionales refuerzan su riqueza sin dañar su capacidad de comunicación. Por otra parte, para un escritor, dedicarse a un trabajo de pura gestión, dirigir un equipo de gente, en una ciudad tan competitiva como Nueva York, es todo un aprendizaje.

Y personalmente, ¿qué le ha aportado NY? ¿Volverá a ella en su obra, tras Ventanas de Manhattan? ¿Cómo ha visto todo lo que ha pasado en España desde allí? ¿Ha echado de menos las reuniones de los jueves en la Academia?

Desde hace bastantes años mi mujer y yo nos hemos acostumbrado a ir y venir entre Madrid y Nueva York, y eso creo que te ayuda a aprender mucho sobre las dos ciudades, sobre los dos países. La lejanía quizás me ha hecho perder una parte de la paciencia necesaria para soportar el juego de la mezquindad política española. Para mantener mi libertad personal y mi serenidad de ánimo me viene muy bien alejarme cada cierto tiempo. Y alejarme estando en una ciudad que ya es tan parte de mi vida como Madrid, o como Mágina.

¿Qué planes literarios tiene para un futuro cercano?

¿Mis planes? Ahora estoy leyendo una de las obras maestras del siglo XX, absurdamente ignorada en España, o casi, Vida y destino, de Vasily Grossman. La leo y pienso: Una novela así yo no seré capaz nunca de escribirla. Pero eso no me impide imaginar la posibilidad de una novela muy, muy ambiciosa, y a la vez escrita de una manera muy natural, con muchos personajes, con el tono de la vida real. Leer a los verdaderamente grandes -a Tolstoi, a Conrad, a Proust, a Thomas Mann, etc- es una lección magnífica de humildad que sin embargo te fortalece. Mis planes son estar predispuesto a que me llegue una inspiración magnífica para otra novela.

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