domingo, noviembre 26, 2006

Literatura / Faïza Guène: Discurso de inauguración del Salón del Libro de Barcelona


La escritora francesa (Foto: SLB)

C uando me pidieron que escribiera este discurso, imaginaba algo muy serio, muy oficial. Me decía que debería mantener el micro y al público en vilo durante al menos una media hora lanzando generalidades sobre la escritura, sobre la Literatura con L mayúscula. Comencé ya a pensar en las frases poético-abstractas que os iba a leer. Ese tipo de frases que se aplauden y que te hacen parecer muy, muy inteligente

Y después me dije que realmente era eso lo que aquí necesitaban, no me lo habrían propuesto a mí para hacerlo. Es cierto, hay un montón de especialistas que desde la escuela han estudiado el tema y que habrían sabido hacerlo mucho mejor.

Creo que lo que puedo hacer en lugar de esto, es hablar de mi experiencia de autor, pero sobretodo de mi relación con la escritura, en tanto que una joven muchacha de 21 años. Porque en mi caso esto es lo que más cuenta.

Crecí en el seno de un familia que no leía novelas. En un barrio periférico donde tampoco había librería y de todas maneras visto el precio que cuesta de media un libro actualmente, tampoco los medios para comprarlos para pasarlo bien.

Salvo, por supuesto, cuando era: “PARA LA ESCUELA”. La fórmula mágica que nos permitía comprar cualquier libro, si estaba a un precio excesivo, es decir de bolsillo, y si las compras no eran muy frecuentes, para que esto funcionara. Así pues, no fueron ni mi padre ni mi madre los que me hicieron descubrir a Victor Hugo y Émile Zola.

Por el contrario, la única cosa que mi padres me transmitieron siempre sobre eso es la dimensión sagrada del libro, el único libro que tiene un lugar en casa es el libro santo. El libro como objeto se respetaba naturalmente. Si teníamos la desgracia de doblarles las páginas o de ensuciarlos, mamá podía enfadarse.

Carente de haber leído todo lo que hubiera deseado, por el contrario he escrito siempre. Hasta donde alcanza mi recuerdo, garabateaba, rascaba, hacia graffiti incluso en las paredes del piso. Leer era inaccesible y costoso, pero escribir no costaba absolutamente nada. La escritura se convirtió primero en un placer, a continuación en mi hobby después mi pasión y hoy, parece una locura pero, ¡es mi trabajo! Siempre me ha costado admitirlo, pero definitivamente no consigo asociar trabajo y placer. En fin, todo depende…

Empecé escribiendo historias de princesas para mis compañeras de clase, en las que su papel era el de heroína; a cambio de esto, ellas debían ofrecerme algunos francos de caramelos. El bussines de la edición se reproducía incluso durante las horas de recreo, tenéis que saberlo.

Después, a los 13 años, me inscribí en un taller de escritura de películas organizado por un profesor del instituto. Nos enseñaban a escribir guiones para cortometrajes. Fui por curiosidad y me gustó tanto que me he quedado durante ocho años, he escrito y dirigido cinco películas y me he atrevido por fin a escribir para otros.

Pero ni así hubiera tenido la idea de presentar mi trabajo a algunos profesionales. Entonces os preguntareis ¿cómo es que ella ha pasado de los talleres de escritura de su pequeño barrio a la jungla de la edición y por consiguiente a este prestigioso salón del libro de Barcelona?

Es muy simple, no fue iniciativa mía, ni mi idea. El profesor que animaba esos talleres leyó un texto de treinta páginas que había escrito sin pretender que fuera nada especial, solo por propio placer. Titulé ese texto Kiffe-kiffe demain y había comenzado a redactarlo un lunes con esta primera frase tan simple: “Hoy es lunes”


Aspecto del Salón del Libro de Barcelona (Foto: SLB)


Entonces, sin avisarme, empezó a hacerlo leer a personas que conocía del mundo de la edición. A continuación me propusieron un contrato para terminar el texto y también publicarlo. Aún no me creo que esta historia sea ahora la mía. Después, ha habido 230.000 ejemplares vendidos en Francia y una veintena de traducciones en el extranjero

Me gustaría explicaros que en este momento tengo la certeza de que si esto no lo hubiera puesto en marcha ese profesor, hubiera seguido escribiendo en mi habitación, y quizá aquel texto seguiría teniendo treinta páginas en el fondo de un cajón. En primer lugar porque allá donde he crecido, hay cosas en la que no te atreves ni siquiera a soñar... estoy convencida de que el entorno social puede condicionar en gran manera, incluso las ambiciones. Y cuando los periodistas me preguntan si mi sueño era acabar siendo escritora, me sabe mal responderles que no. Pero al mismo tiempo, ¿no es la literatura la que hace soñar a mucha gente?

En cualquier caso, hoy tengo la suerte de tener un lugar, de ocupar un espacio de palabra, cosa bastante difícil sobre todo en determinadas clases sociales

Así pues intento, a mi pequeña escala, escribir también para aquellas personas que no leen. Esas personas y particularmente estos jóvenes que temen al libro, que tiene ese complejo de inferioridad que les hace sentir que es “algo de intelectuales”. Me gustaría que la escritura se vulgarizase en el sentido más noble del término. Acabar de una vez por todas con el mito del viejo autor maldito que ha pasado por todas las editoriales contra viento y marea antes de conocer el éxito. Nunca he pensado que la escritura sea una cosa complicada y laboriosa. Escribir no es necesariamente algo terapéutico. Y para escribir no es necesario tener canas, fumar en pipa y haber leído todas las obras existentes.

Es en este sentido que deseo sinceramente dirigir, a los jóvenes y a quienes no tienen necesariamente acceso a los libros, a ir más allá de estas barreras.

Y hoy en día mi mayor orgullo no son las cifras record de ventas porque una cifra no es más que una cifra... sino todas aquellas personas a las que he animado a leer por vez primera e incluso a escribir.

Barcelona, España
21 de noviembre de 2006

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