domingo, noviembre 19, 2006

Literatura / «La victoria pedestre», una crónica de Cube Bonifant


Collen Moore, la primera flapper del cine (Foto: Archivo)

C iudad Juárez, Chih. 19 de noviembre (RanchoNEWS).- En la edición de la revsita cultural CONFABULARIO, del periódico mexicano El Universa, correspondiente al 11 de noviembre fue publicado un artículo denominado «Cube Bonifant, una flapper en la crónica mexicana» de la investigadora y ensayista Viviane Mahieux, catedrática de la Universidad de Fordham., especialista en crónica urbana latinoamericana de principios del siglo XX.

Mahieux rescata, de la páginas de El Universal Ilustrado, en los años 20, la ignorada figura literaria de Cube Bonifant. En su artículo agrega una de sus crónicas –sobre un partido de fútbol soccer– que a continuación ofrecemos a los lectores de la revista.


La victoria pedestre

por CUBE BONIFANT

A seguro a ustedes que es muy divertido ver a los chicos disputarse el triunfo con los pies.

Hace mucho, mucho tiempo —casi dos semanas— quería contarlo a ustedes; pero mi pobre amiga Antonieta estaba enferma, no podía yo abandonarla y, además, tenía el espíritu lleno de visiones lánguidas y borrosas, como los paisajes que se retratan en los cristales empañados por la lluvia.

Por fortuna, ha mejorado. Yo no creo que sea una gran fortuna, y ya estoy de nuevo frente a ustedes, pálida porque tomo mucho limón con sal, y ojerosa, porque pienso mucho en los amores de los sabios y las salamandras. Ustedes me escucharán, y murmurarán lo de siempre:

—Es una chica excesivamente ególatra.

Pero ¿decía que era muy divertido ver a los chicos disputarse la victoria con los pies? Ustedes, que son modernas, gustarán de los deportes. Irán al campo del Club España para sentir las voluptuosidades violentas de la inquietud.

Una amiga mía, que callada parece una inglesita de Sargent, me llevó aquel día.

—¿Pero qué vamos a ver? —pregunté curiosa.

—A los chicos de Guadalajara, que sin duda van a triunfar. Ya verás qué bien juegan.

Me regocijé un poco. “Va a estar divertido”, pensé. Encontré, inquietos por la hora, a una cantidad excesiva de caballeros olorosos a brillantina, y de señoras cubiertas de colorete. Tal se me figuró al menos.

—Oye —dije a mi compañera—, parece que toda esta gente sólo se baña y se cambia de ropa los domingos. Sin duda alguna en nuestros tiempos el aseo es hijo solamente de los días de fiesta.

Un poco preocupada —porque allí los caballeros fuman y no se quitan el sombrero ni para saludar a las damas— comencé a ver sin entender.

—¡Oh! El juego está muy limpio —exclamó mi compañera.

Pero por más que averigüé, no encontré yo la limpieza a que aludía mi amiga.

Un grupo de jóvenes, llenos de entusiasmo y sabiduría pedestres, gritaban en cada momento y se agitaban en sus asientos.

—¡Por Dios!, si parece que se van a deshacer —pensaba; y me complacía con la evocación más grata para mí, de las corridas de toros.

Si ustedes hubieran ido, habrían observado cómo los roji-negros tapatíos luchaban contra la rápida astucia de un portero, que según Don Facundo, es de lo mejor.

Mi compañera, llena de patriotismo (es tapatía), elogiaba sin discreción; y dos chicas, cercanas a mí, se hacían confidencias tímidas.

—Mira qué bien patea Lico Cortina; a mí me gustaría ser su novia.

Y la otra, pálida y emocionada:

—A mí me gusta más aquel joven rubio, que se parece al protagonista de Marta y María.

Me asombré de que estas chicas tan eruditas supieran comparar tan mal, porque, ¡oh niñas mías!, yo también he leído Marta y María.

Y me di a pensar en el joven rubio. Estaría bien que no sólo supiera hablar de cómo se hace un goal; de las brillantes combinaciones que se necesitan para conseguir un corner; de cómo se avanza para realizar un chut. Que no supiera schimear, porque eso es alarmante para las chicas maliciosas como yo; y que supiera un poco declamar buenos versos, aunque no para que lo hiciera siempre, porque es muy latoso; en fin, ¡que no tuviera el talento solamente en los pies!

Miré a las chicas, que sin despegar los ojos del campo se daban polvos, y pregunté a mi amiga, sin fijarme ya en el joven rubio.

—Oye, ¿y si estos muchachos pierden?

—Todo sería posible, pero… Mira ahora; fíjate en Verea, que a pesar de estar enfermo y de no poder jugar, provoca expectación cuando coge la bola.

Busqué a la señora expectación, y a decir verdad la encontré en todos los rostros.

Esta gente —pensé— prefiere venir al foot-ball que hacer cualquier cosa menos pedestre.

Volví a hablar a mi compañera.

—Oye, pero ¿si estos chicos ganan?

—Todo es posible. ¡Oh! Si triunfan, las chicas de Guadalajara les darán un baile que resultará brillantísimo.

—¿Cómo no? —respondí imaginando tanta brillantez—. Ese día se pondrán de soirée y se pulirán las uñas. Habrá pláticas menos insubstanciales y sonrisas más estudiadas. Se harán elogios de las astucias pedestres, y comentarios sobre los fracasos enemigos. Las novias tímidas y románticas dirán, entornando los ojos:

—Si hubieras perdido, te querría más. Porque es bello consolar al caído.

Y las otras, menos cursimente espirituales:

—Te han hecho elogios en la prensa. ¡Te quiero más que nunca!

Pero los chicos tapatíos empataron el juego. Los muchachos del Veracruz se cansaron y no aceptaron seguir... ¡Sus pobres extremidades inferiores estaban deshechas!

Les dio fiebre.

Yo, que al terminar el juego había acabado por entender, dije a mi compañera, llena de entusiasmo:

—Triunfó el Atlas… ¡Siento que la inteligencia se me va a los pies!

De la columna “Sólo para mujeres”, 15 de septiembre de 1921.

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