martes, junio 12, 2007

Artes Plásticas / México: Entrevista a Pedro Diego Alvarado

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Pedro Diego de Alvarado y Henri Cartier-Bresson, en el sur de Francia, 1986. (Foto: Martine Franck/ Magnum Photos)


M éxico, 12 de junio, 2007. (Merry Macmasters/La Jornada).- Ser nieto del muralista Diego Rivera y sobrino nieto del grabador Carlos Alvarado Lang tiene sus pro y sus contra. No obstante, con el tiempo, Pedro Diego Alvarado (DF, 1956), se ha sabido imponer como dibujante y pintor, trayectoria ahora documentada en el libro que lleva por título el nombre del artista.

El volumen será presentado hoy a las 19:30 horas en el lobby Tamayo del Club de Industriales, en Andrés Bello 29, Polanco.

Si por un lado ser descendiente de personajes famosos abre puertas, por otro representa una carga emocional a veces demasiado fuerte de soportar. En el texto Manzanas y madonas, el siquiatra de niños y crítico de arte Salomon Grimberg dedica bastante espacio a la complicada relación emocional de Pedro Diego con su abuela materna, Lupe Marín.

El volumen también incluye los textos La superficie decisiva, de Erik Castillo Corona; Transmutaciones, de Luz Sepúlveda; El todo y el detalle, de Gilles A. Tiberghien; Conocer la forma, entrevista al pintor hecha por José Manuel Springer, y La confirmación de un sentimiento, de Josué Ramírez.

Aunque Pedro Diego creció entre pinceles y botes de color –su padre y abuelo paterno también pintaban–, necesitó advertir que ésa era su verdadera vocación. Experimentó con todo: un «mal» maestro de La Esmeralda que lo hizo abandonar sus estudios; su trabajo con el físico Luis Estrada en favor de la difusión científica; su rencuentro con el dibujo gracias a las clases de Gilberto Aceves Navarro en la Escuela Nacional de Artes Plásticas de la Universidad Nacional Autónoma de México, donde también conoció a Kati Horna, encargada de impartir la materia de fotografía.

En eso, recuerda el entrevistado, «mi abuela regresó de un viaje a Francia y trajo un catálogo de dibujos de Henri Cartier-Bresson, al que había conocido aquí en 1938. Para mí, Henri era un mito, entonces le pregunté qué era del fotógrafo. Me contestó: "es mi amigo, pero ahora hace esos dibujos horribles. Es más, llévate ese catálogo, porque no lo quiero ver". Ése fue un momento clave en mi vida».

Frente al mito de Diego Rivera

Tras una visita a México de familiares del notable fotógrafo, Pedro Diego se trasladó a París, donde «'la cosa de tomar fotos se me quitó por completo. Conocí a Henri y se portó muy generoso conmigo. Me invitaba a su casa, le llevaba los dibujos que hacía y me daba su opinión. Se convirtió en una persona muy importante para mi formación. El segundo año que estuve en Francia me dijo que me saliera de la Escuela de Bellas Artes, donde me había inscrito, cosa que hice. Dibujaba cerca de él».

Al regresar a México, de improviso Alvarado se encontró «de frente» con otro mito: Diego Rivera. Luego, «con mi abuela tuve una crisis existencial y sicológica muy fuerte». Superada ésta, advirtió que ya llevaba «un camino andado en el arte. Volví a pintar, a dibujar, y supe que era lo que más me gustaba hacer».

En sus cuadros predominan el paisaje y las naturalezas muertas. Para aprender a pintar fue admitido en el estudio de Ricardo Martínez, a quien conocía desde niño y admiraba: «Iba a diario, casi un año; tenía mis colores y pintaba los rincones de su taller. Fue fantástico, porque ver pintar a alguien te enseña más que la escuela. El me daba consejos y hablábamos mucho de pintura. Me dejó muy marcado lo dicho por Cézanne, que el gran maestro del pintor es la naturaleza», recuerda.

«Allí, me fueron a ver Alejandra Iturbe y Mariana Pérez Amor. Dijeron: "sigue trabajando y luego te hacemos una exposición en la Galería de Arte Mexicano". Dejé el estudio de Ricardo, vivía en Tlalpan, en un departamento, allí empecé a hacer naturalezas muertas como una manera de seguir pintando. Hice una serie de calabazas, con hojas de maíz, para mi primera exposición, en 1984. La otra parte era la serie de rincones del estudio de Ricardo Martínez», agrega.

«Seguí haciendo naturalezas muertas, pinté pedazos de mi jardín; luego me interesó el paisaje, esta cosa siempre de lo natural, que ha evolucionado y que trabajo con un lenguaje ya muy personal».

Al referirse a una gran tela de 2 por 2.5 metros, colgada en la pared de su taller, Pedro Diego dice que «estos mameyes son un pretexto para hacer una composición, para expresar una combinación de colores, formas y pinceladas. Entonces, como que todavía no acabo la naturaleza muerta». También hace retratos para «salir un poco de los paisajes».

Obtuvo una beca de la Cité des Arts. A partir de enero de 2008 viajará a París, ya que le gusta mucho «la luz de Matisse».

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