lunes, junio 25, 2007

Libros / México: «Escrituras de Frida Kahlo». Selección, proemio y notas de Raquel Tibol

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Portada del libro. (Foto: Archivo)

M éxico, 24 de junio, 2007. (Mary Carmen S. Ambriz/ Milenio).- Frieda, Fridita, Frieducha, así firmaba algunas veces su correspondencia. A partir de un lenguaje sagaz, lúdico y espontáneo, es posible conocer otra faceta de la artista plástica. Es el rostro más intimo, el que confiesa su amor, sus penas, su entusiasmo por la vida, su preocupación por las causas sociales, su maternidad frustrada, su dolor.

Como recuerda Carlos Monsiváis, ella «era amante de Trosky pero también de Lucha Reyes». En su juventud la pintora tenía los ojos puestos en Alejandro Gómez Arias. El accidente que sufrió determinó que no pudiera seguir con su relación de noviazgo. Él se fue de viaje, se siguieron escribiendo; las cartas de amor de esos años son muy reveladoras acerca de la personalidad de Frida. Gómez Arias era bien parecido, un brillante orador y líder estudiantil. Luego el vínculo se rompió pero continuó la amistad. Otro gran amor de Frida fue el fotógrafo norteamericano, Nickolas Muray, de quien la pintora se enamoró perdidamente.

La forma en que Frida le escribe a Diego denota un tipo de amor que adquiere cierta coloratura maternal, pues se preocupa por detalles como el que Rivera no olvidara bañarse. A partir de una época se convirtieron en un matrimonio muy abierto, ya que se permiten incursiones sexuales con otras personas. Para Cardoza y Aragón, Diego y Frida eran «el paisaje espiritual de México, algo así como el Popocatépetl y el Ixtaccíhuatl en el Valle de Anáhuac».

Entre las cartas que reunió tenazmente Raquel Tibol, destacan las que Frida le envió a personajes como su padre Guillermo Kahlo, su hermana Cristina Kahlo, Carlos Pellicer, Dolores del Río, Carlos Chávez y León Trotsky, por mencionar algunos. «Las cartas son tanto desahogo como un juego desesperado, sazonado con sátira, impudicia y trozos de tedio que hacen su propio ruido verbal», observa Tibol. Adentrarse en este libro significa volverse cómplice de la mirada Frida, personaje convertido en heroína del arte mexicano.

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