martes, julio 03, 2007

Poesía / Dos poemas de Otto-Raúl González

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Anadrio

Quien primero vio una nube de color anadrio
era un joven pastor de diecisiete abriles
que más tarde fue monarca de su reino
y hombre feliz hasta decir ya no,
porque el anadrio es el color de la alegría
y de la buena suerte.

¡Y de la buena suerte!
¡Y de la buena suerte!
¡Y de la buena suerte!

En mil quinientos veinte
un español porquerizo de Castilla
vino a América y cuando se internó en la selva
vio un árbol de color anadrio
ese mismo soldado de fortuna
más tarde comió con Carlos V
y fue virrey;
porque el anadrio es el color de la alegría
y de la buena suerte.

¡Y de la buena suerte!
¡Y de la buena suerte!
¡Y de la buena suerte!

En la época moderna otras personas
han visto objetos de color anadrio
y su suerte ha cambiado en forma radical.

Un pescador vio una sirena cuya cola
era anadria y desde entonces
pescó y pescó y pescó y pescó y ahora
es dueño de una flota ballenera;
porque el anadrio es el color de la alegría
y de la buena suerte.

¡Y de la buena suerte!
¡Y de la buena suerte!
¡Y de la buena suerte!

Vendía periódicos un niño,
rapaz sin desayuno, de pobreza trajeado,
un día en su camino vio una piedra
que era, por supuesto, de color anadrio.
Ese niño actualmente es accionista
de una inmensa cadena de periódicos;
porque el anadrio es el color de la alegría
y de la buena suerte.

Pinte usted
las paredes de su casa
de color anadrio
y le irá bien.

(De Diez colores nuevos, Editorial Praxis, 1993)


Oigo el rumor de los cipreses en las noches de luna

y pienso en las mil y una lunas adorables
que todos hemos tenido alguna vez en nuestras vidas,
distingo las voces quedas de la melancolía
y los murmullos con que la nostalgia me frecuenta.
Voces palpables, voces inefables, voces adorables
de la añoranza por lo que se fue o no fue y sigue siendo;
los murmullos que en mi oído suspiran vivencias agotadas
vasos donde conservo risas y sonrisas, ternuras y ademanes.
Oigo los forcejeos del viento con las viejas cortezas
de los árboles donde grabé los nombres de mis novias
enlazados al mío en medio de ígneos corazones,
vano intento de ciclones que terminan por arrancar de cuajo
aquellos esbeltos y altivos troncos de mi adolescencia.
Oigo el rumor de las olas de ya lejanas playas
y en mi mente aparecen manos que junto con las mías
tratan de atrapar al crepúsculo para ungir con sus aceites
la piel de nuestros cuerpos jadeantes y lascivos.
Cipreses y murmullos, cortezas y crepúsculos
(no es por nada) pero a mí me hacen siempre los mandados.


(De Voces)

Anexamos aquí las palabras de Raquel Huerta-Nava, hija del poeta Efraín Huerta, respecto al deceso del poeta guatemalteco y que encontramos en el portal http://eldigorastitulares.blogspot.com


Otto Raúl en 1951, antes de exiliarse definitivamente en México. (Foto: Archivo)

Otto-Raúl González.
Ciudad de Guatemala, 1921 - Ciudad de México, 2007
Nuestro querido poeta Otto-Raúl González se encuentra ahora en El Pequeñal, el país de su invención para los oficios poéticos, al lado de su Miguel Ángel Asturias, de mi padre, Efraín Huerta, de Margarita Paz Paredes y de todos los amigos poetas que quiso en vida. Tal vez allí se le encargue el nombrar a los colores y a los elementos y aspectos de la vida que tanto amó.
Falleció el sábado 23 de junio en compañía de su esposa Haydee y de sus cinco hijos, rodeado del amor que sembró y que ahora nos lega con su inmortal obra. Descanse en paz el amigo, el poeta, el maestro.
Raquel Huerta-Nava


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