jueves, septiembre 27, 2007

Cine / Conversación con Wayne Wang

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El director de origen chino. (Foto: Jesús Uriarte)

S an Sebastián, 27 de septiembre, 2007. (Rocío García/ El País).- Su padre le puso de nombre Wayne en homenaje al actor norteamericano John Wayne. «John era más corriente», asegura Wayne Wang, nacido en Hong Kong en una familia de fuertes tradiciones chinas, educado en un colegio católico y emigrado muy joven a Estados Unidos, que se ha convertido en una figura clave en el desarrollo del cine independiente norteamericano.

Este cineasta de 47 años, que iba para médico, sigue explorando cómo la globalización está afectando al núcleo de las familias chinas instaladas en Estados Unidos. Y en San Sebastián lo ha hecho con dos filmes: Mil años de oración, presentado ayer en la sección oficial entre grandes aplausos, y La princesa de Nebraska, que lo hará hoy en Zabaltegi. «Hay todavía mucho espacio por explorar. Desde que comencé a hacer cine con El Club de la Buena Estrella han cambiado mucho las cosas. Estamos en plena globalización y cada día hay más emigrantes chinos en Estados Unidos». Vive a caballo entre Nueva York y San Francisco, y asegura que apenas oye ya hablar inglés. Él ha buscado su sitio en Hollywood sin abandonar su pasado chino. «Intento buscar en el alma china que hay dentro de mí».
Mil años de oración, una deliciosa y al mismo tiempo dolorosa incursión en las relaciones entre padre e hijos con el fondo de las tradiciones chinas y en la soledad de la sociedad, tiene mucho que ver con la propia experiencia de este cineasta, que ríe a carcajadas. «Mi padre me envió a Estados Unidos a estudiar Medicina. Después de unos años en la universidad me empezaron a interesar la cultura y el cine, y abandoné los estudios. Mi padre, muy preocupado, se vino a vivir conmigo a Estados Unidos y fisgoneaba en mis cosas cuando yo no estaba en casa. No sé si pasa con las otras culturas, pero en China los padres siempre actúan como padres aunque seas adulto».

La rueda de Hollywood

Ha hecho algunas películas en la industria de Hollywood -La caja china, Sucedió en Manhattan o Mi mejor amigo-, pero ésas no cuentan para él. «Entré en la rueda de Hollywood y me llegaron a atrapar, pero ya he conseguido salir», respira casi aliviado Wang. «Hollywood no da libertad. Aprendí mucho, pero también me limitó mucho. Me gusta que mis personajes tengan tiempo para respirar. En el cine de Hollywood no quieren que los personajes tengan tiempo para respirar. Te empujan a un ritmo forzado como si fuera un McDonald's», añade Wang, quien se encuentra en un proceso de buscar cómo utilizar los recursos que ofrece Hollywood para buscar su propio hueco. «He pensado que podría hacer mi cine manipulando a Hollywood, utilizando estrellas y presupuesto, pero llevándolo a mi terreno».

Wang no se encuentra muy a gusto compitiendo en un festival. «No sé cómo se puede decidir que una película es mejor que otra», asegura este colaborador y cómplice durante años de Paul Auster, presidente del jurado de esta edición de San Sebastián y con el que dirigió Blue in the face y realizó Smoke, sobre un guión del propio escritor. Wang confesó ayer que sus relaciones son ahora distantes. «No he hablado con Paul Auster desde hace años. Espero que Paul no esté cabreado conmigo. Tuvimos un pequeño desacuerdo con una película después de Blue in the face, pero confío en que el tiempo lo haya aclarado todo».

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