miércoles, octubre 03, 2007

Cine / Entrevista con Liv Ullman

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La actriz española Marisa Paredes fue la encargada de entregarle a Ullman el Premio Donostia. (Foto: Página/12)

S an Sebastián, 29 de septiembre, 2007 (Elsa Fernández–Santos / Página/12).- Con su clásico moño, un poco de colorete y las arrugas y kilos que corresponden a sus 68 años, Liv Ullman recogió ayer el Premio Donostia por su carrera. La actriz noruega, compañera sentimental durante años de Ingmar Bergman y después de una de sus más fieles colaboradoras y amigas, habló del cineasta sueco midiendo con cuentagotas su memoria. Sentada en una enorme butaca de una suite del hotel María Cristina, con su aspecto de matrona nórdica, concedió entrevistas cronometradas a grupos de periodistas que apenas podían hacer una pregunta por cabeza. Pese a la fugacidad de los encuentros, la actriz desplegó una calidez confortable. Es fácil imaginarla, con toda su personalidad de gran mujer concentrada en los ojos y la sonrisa, charlando tranquilamente junto a una chimenea.

Las preguntas sobre su relación con Bergman fueron insistentes y a Ullman se le terminó escapando una lágrima cuando recordó el último día del rodaje de Saraband, último film del cineasta en el que ella y Erland Josephson interpretan a un matrimonio que se reencuentra después de treinta años. «Ingmar casi no hablaba, pero nos enviaba constantes señales de humo. Estábamos muy cerca el uno del otro y él me conocía perfectamente. Fue un rodaje extraño, en digital, estaba su inspiración pero no la cámara. El último día de rodaje hubo una fiesta, pero él no fue. Me dijo que quería tomar un avión a su isla lo antes posible. Nos dio las gracias al equipo y se marchó. Era su despedida. Él lo sabía, nosotros lo sabíamos...». Liv Ullman recordó cómo Bergman y ella encontraron, hace cuarenta años, la casa de la isla de Färoo en la que el cineasta decidió instalarse hasta el final de su vida. «Cuando nos conocimos hicimos un viaje juntos a la isla. Un día estábamos dando un paseo por la playa y él me dijo que estábamos conectados de una manera dolorosa. La frase me impactó, aunque seguramente se la repitió a otras mujeres. En cualquier caso, él encontró allí su hogar, allí construyó su casa y allí fuimos muchas veces con nuestra pequeña hija».

Ullman dirigió en 2000 Infiel, un drama demoledor escrito por Bergman sobre la mentira y la culpa y sus consecuencias irreparables. «Él confiaba mucho en mí, siempre estábamos de acuerdo. Escribió el guión de Infiel para mí, pero discutimos cuando yo decidí que el personaje del anciano se iba a llamar Bergman. Él no quería y no le gustó que yo lo hiciera, discutimos mucho, aunque al final entendió mis motivos.»

«Con su muerte yo no me he quedado huérfana, en ningún sentido –matiza la actriz–. Ese dolor profundo sólo les pertenece a sus hijos. Yo lo extraño como mujer y como amiga. Bergman fue muy importante en nuestras vidas, pero no era Dios. Logró que un grupo de personas, un grupo de mujeres y amigos, nos sintiéramos fuertes a su lado. Él nos hacía pensar que todo lo que hacíamos tenía un sentido, y eso era algo maravilloso que no podía quitarnos nadie. Todos necesitamos un maestro, pero un maestro que no nos trate como niños. Y él era de ese tipo».

Ullman, que ya había anunciado su retiro del cine, volverá a trabajar el próximo año en su país, Noruega, donde en 2005 tuvo que abandonar el proyecto de llevar al cine Casa de muñecas de Ibsen. «Allí nunca me han tratado muy bien. No trabajé allí en 40 años, pero ahora me ofrecieron un guión maravilloso y volveré para rodar.» La actriz y directora asegura que acepta premios como el de San Sebastián porque para ella son una plataforma «para hablar de otras mujeres». Miembro destacado de la ONG International Rescue Committee (IRC), dedicada a la atención a los refugiados y embajadora de la Unicef, Ullman cree que los artistas –mucho más que los políticos «con sus discursos vacíos»– pueden ayudar a hacer posible un mundo mejor: «Y muchas mujeres sufren este mundo de hombres. Aceptar un premio como éste me da la oportunidad de hablar de cosas que son importantes para mí. Todavía creo en la posibilidad de tener una vida ética».

«A estas alturas –añade Ullman–, no puedo separar a la persona de la artista, aunque durante muchos años lo intenté. Pero ahora sólo soy yo, como puedo. Cuando sos joven tenés la tentación de ser muchas personas diferentes, pero es algo que poco a poco desaparece, hasta que descubrís que el lugar más confortable es ser quien sos. Recuerdo que Ingmar me decía que estamos hechos de una sola pieza y que yo solía responderle que eso no era verdad... pero me temo que tenía razón». Para Liv Ullman hoy más que nunca es importante rescatar el cine de Bergman y no condenarlo a las filmotecas. «Necesitamos ese cine. Necesitamos conocer la obra de gente que nunca se vendió a Hollywood. Yo lo admiraba muchísimo por eso. Ese cine puede y debe hacerse, aunque no existan ni productores ni distribuidores dispuestos a defenderlo».

La actriz recomienda entonces una comedia que pudo ver el día de su llegada a San Sebastián en la sección Perlas de Zabaltegui, Un funeral de muerte. «No podía parar de reírme. Estaba sentada al lado de un señor español que no volveré a ver en mi vida, pero durante más de una hora me reí sin parar a su lado. ¿No les parece maravilloso poder disfrutar todavía así?»

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