martes, octubre 16, 2007

Danza / México: La compañía Didim conmueve con su calidad en el FIC

.
Bailarinas de la prestigiada compañía coreana, durante su presentación en el Auditorio del Estado, de la capital cervantina. (Foto: Yazmín Ortega Cortés)

G uanajuato, Gto., 15 de octubre, 2007. (Fabiola Palapa y Pablo Espinosa / La Jornada).- Un vasto monumento coreográfico, una gesta histórica narrada con los cuerpos de una legión de guerreras y guerreros imbatibles, una demostración estupefaciente de poderío creativo, originalidad y espectacularidad, siempre con un nivel de calidad dancístico fuera de serie. Estos son los elementos que conforman la obra titulada Abran el cielo con danza, de la compañía coreana Didim, que iluminó con su éxito rotundo la fiesta cervantina.

A partir de un concepto afortunado del coreógrafo e investigador Kook Soo-ho, una treintena de excelentes bailarines narran en escena la historia cultural de su pueblo. La mezcla exacta de cultura tradicional, plasmada en elementos icónicos, en símbolos budistas semejantes a los que despliega el maestro coreano Kim Ki Dun en su filme magistral Las estaciones de la vida, y en desempeños coreográficos de vanguardia, esta legión coreana resuelve sin aspavientos una de las improntas culturales del momento: la aparente aporía tradición/modernidad.

Justo en el blanco, la flecha metafórica de esta obra impresionante y hermosa desde su título, Abran el cielo con danza, hiende en las profundidades simbólicas de lo chamánico, la impermanencia, la vida espiritual que no perece, la iluminación. La búsqueda del amor acompañada de batallas al sonido de los tambores.

Con un vestuario de gran colorido que simboliza el espíritu Goguryeo y la música tradicional, la compañía de danza Didim se ha consolidado como una de las agrupaciones más importantes de Corea, por incorporar su cultura legendaria a la danza contemporánea.

Danzas rituales, bailes de fertilidad, evoluciones coreográficas entrelazadas entre lo divino y lo terreno. Los símbolos se suceden en acompasado diapasón. Danzas de pareja, danzas de coros masculinos, danzas corales femeninas, solos prodigiosos, ritual de tambor ritual de dos cabezas, gigantesco.

Todo a partir de un mural antiguo, reflejado en el ciclorama de la escena, que se va fragmentando en danza de manera inversa a la formación de uno de esos paisajes de arena de colores que forman los budistas para borrarlo en cuanto terminan.

Esta hazaña coreográfica está lograda con base en una investigación profunda de los orígenes rituales, culturales, religiosos, de usos y costumbres de la gran cultura coreana. El resultado es sencillamente extraordinario. Y su presentación en la versión 35 del Festival Internacional Cervantino, que está dedicado a China, resulta no solamente complementario a esa gran antología de la cultura china actual y antigua, sino una contraparte que amistosamente compite y en muchos sentidos gana, pues entre otras cosas logra la síntesis perfecta de una identidad cultural que se pone al día sin perder un ápice de su vasta biografía colectiva.

Agrupación sui generis

Kook Soo-ho, quien formó la agrupación desde 1987, la ha convertido en la única compañía privada de danza en Corea que mezcla creativamente lo coreográfico con el drama y la música tradicional de tambores.

Entre los muchos momentos que cortan el aliento en los 70 minutos que dura este mural de antología, el momento más sublime se sucede en cuanto aparecen en escena siete doncellas, bellas ellas, en tul azul, en una hermosa danza donde muestran al desnudo la bondad y la tranquilidad budistas. Culmina cuando las doncellas, con la diosa de la bondad arriba de ellas en escena, se forman perpendicularmente frente al público y alzan sus brazos todas, formando la figura de Bodisatva, la gran compasión.

Ese cuadro, curiosamente, lo presentó hace unos días en Guanajuato, en la mismísima inauguración de esta edición cervantina, el Ensamble de Canto y Danza de Jilin, China, pero en tonalidades doradas, e igualmente cortó el aliento de la multitud, embelesada.

El embeleso de la gran cultura coreana despertó el furor de la masa enfebrecida que atiborró las butacas del Auditorio del Estado. Puso en el nivel más elevado la excelsitud de la oferta cultural, ciertamente menguada respecto de otros años, del festival de cultura más importante de México.

REGRESAR A LA REVISTA