miércoles, enero 30, 2008

Música / Argentina: El informe anual de Ifpi da cuenta de una nueva era en el consumo, la explosión digital

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Logo de la International Federation of the Phonographic Industry. (Foto: Archivo)

C iudad Juárez, Chihuahua, 30 de enero, 2008. (RanchoNEWS).- Tras el terremoto que significó la explosión del download ilegal, la industria musical empezó a compensar el ocaso del CD. Teléfonos, sitios legales, acuerdos con compañías de otros rubros: la música viene en mil envases. Reporta Eduardo Fabregat para página/12:

«I’ve seen the future and it works», cantó Prince en lo que, a la luz de la realidad actual, puede considerarse como un período precámbrico del negocio de la música. Prince no se equivocó. Algunos años después de aquella banda de sonido de Batman, él sería el primero en comercializar un disco exclusivamente por Internet, el triple Crystal Ball. Fue un tímido paso que comenzó a pavimentar un caminito, pero ese caminito es hoy una autopista de varios carriles: eso queda claro a la luz del IFPI Digital Music Report 2008, el informe elaborado por la International Federation of the Phonographic Industry, el ente que nuclea a las discográficas de todo el mundo. «Una increíble revolución recorre la industria de la música», señala allí John Kennedy, CEO de IFPI, y los 2,9 billones de dólares que recaudó la venta digital el año pasado no pueden menos que darle la razón. La profecía de Prince se cumple. El futuro funciona.



A comienzos de esta década, la industria discográfica parecía en riesgo cierto de extinción: el sistema de compresión MP3 desencadenó una serie de fenómenos de difícil respuesta, sobre todo para compañías habituadas a un modelo de negocio que, intercambio online y piratería mediante, empezó a caerse a pedazos. En la era del primer Napster, el download ilegal de canciones se parecía a un monstruo de mil cabezas: podía ponerse en vereda al hacker Shawn Fanning –de hecho, hoy Napster es un exitoso sitio legal–, pero por cada peer-to-peer (P2P) anulado aparecían otros cinco que multiplicaban la sangría. Los primeros esfuerzos se concentraron en la lucha legal, llegando a adoptar políticas propias del 1984 de Orwell (vigilancia de redes de campus universitarios, procesos judiciales a usuarios que ofrecen archivos en la red, demandas a los proveedores de Internet para que revelen la identidad detrás de la dirección IP de sus clientes), pero al mismo tiempo la industria trató de encontrar variantes, modos de comercialización que compensaran el ocaso del compact disc.

En ese camino hubo errores resonantes como el DualDisc, un CD con un lado de audio y otro de DVD que reventó más de una computadora y reproductor, y debió ser descartado cuando recién empezaba su recorrido. O la imposición del sistema DRM en cada track: el Digital Rights Management apuntaba a la seguridad, a que la canción comprada en Internet sólo pudiera ser usada por una persona en su reproductor. Pero el hecho de que una canción comprada en el sitio iTunes sólo pudiera ser usada en un iPod levantó infinidad de protestas. Y, al cabo, lo que la industria busca es un modelo universal, que la gente se acostumbre a comprar canciones –o discos completos, o ringtones para su teléfono móvil– y escucharlas en la PC, reproductor o modelo de celular que tenga sin trabas.

La expolsión digital. (Foto: Archivo)

Aprendidas esas lecciones, la industria de la música está llegando no al ideal, pero sí a un modelo de negocio que en 2007 empezó a dar frutos fuertes. Basta como ejemplo lo que ocurrió con Justin Timberlake, quien lanzó FutureSex/Love sounds en 115 productos diferentes que vendieron 19 millones de unidades, de las cuales sólo el 20% se presentaba en CD. La explosión de la banda ancha, los sitios de descarga legal y el floreciente mercado de los teléfonos móviles son sólo la punta de un iceberg que incluye ideas como el Platinum MusicPass de Sony BMG, una tarjeta que comenzó a comercializarse a comienzos de este mes en Estados Unidos y Canadá y que contiene un código para bajarse álbumes completos en el sitio MusicPass.com. Los proveedores de servicios celulares abrieron sus puertas al negocio de backtones, mastertones (fragmentos de canciones para usar como ringtone), videotones y canciones completas, variantes que ya representan el 12 por ciento del mercado digital. Nokia –que en 2007 vendió 220 millones de teléfonos con reproductor de música, tres veces más que el iPod– lanza nuevos modelos con el lema Comes with music («Viene con música»). En Francia, Universal y el proveedor de Internet Neuf Cegetel ofrecen un servicio integral de banda ancha, teléfono fijo, televisión digital y descarga libre del catálogo del sello. Bandas clásicas como Led Zeppelin y AC/DC vuelven a vender todo su catálogo a través de sitios legales y teléfonos. EMI y Burger King se asocian para regalar una canción online incluida en ciertos menúes, en una reformulación de la «cajita feliz». En Inglaterra, más del 90 por ciento de los singles vendidos fue en formato digital, y en 2007 se descargaron 77,6 millones de canciones. En Estados Unidos esa cifra llegó a 844 millones.

Entonces, ¿todo es alegría en la industria musical? «La recaudación digital está creciendo y se está diversificando, mientras el modelo de negocio cambia de una forma dominante a cientos de canales y productos», se entusiasma Kennedy. Pero enseguida llega el sopapo: por cada download legal hay 20 ilegales; la aparición de discos en Internet tres semanas antes de su lanzamiento, en sitios como el ya difunto OiNK, provoca pérdidas millonarias; el 37 por ciento de las descargas por celular en Japón es pirata; las compañías estadounidenses perdieron, hasta agosto de 2007, 3,7 billones de dólares por el intercambio ilegal de música, que ya no es solo por programas P2P sino también a través de blogs, email, sistemas fragmentados como BitTorrent, foros como SkaFunkRastaPunk o «armarios» digitales como RapidShare.

John Kennedy. (Foto. Archivo)

Por eso, Kennedy señala que el tema central para 2008 es «hacer de la responsabilidad de las ISP una realidad». En noviembre del año pasado, el presidente francés, Nicolas Sarkozy, señaló que «Internet no puede convertirse en el Salvaje Oeste» y anunció un acuerdo tripartito entre el gobierno, las discográficas y las internet service providers, para poner en marcha un sistema que identifique a quienes violan derechos de autor a gran escala y los desconecte del sistema. Es que IFPI pudo comprobar que la única manera de dominar a aquel monstruo de mil cabezas es ir directamente a quien abre la canilla de Internet: apelando a que el tráfico de archivos reduce el ancho de banda (según señalan algunos analistas, el creciente tráfico en la red podría hacer imposible en el futuro cercano un nuevo emprendimiento al estilo YouTube), el gobierno francés consiguió de los proveedores algo similar a lo que sucede en Estados Unidos, donde monstruos como AT&T no tienen mayor problema en cursarle a la Justicia el nombre de los usuarios que trafican canciones en la web.

La iniciativa de Sarkozy, sin embargo, tropezó con un escollo importante ayer en Bruselas, donde el Tribunal de Justicia de la Unión Europea rechazó una demanda presentada por la Asociación de Productores y Editores de Música de España (Promusicae) contra la empresa Telefónica, para conocer los datos personales de los usuarios que habían descargado música a través de Kazaa, identificados sólo por su dirección IP. La empresa respondió que, según la legislación española, sólo estaba autorizada a entregar esos datos en el marco de una investigación penal o por cuestiones de seguridad pública y de defensa nacional. Y el fallo señaló que «el derecho comunitario no obliga a los Estados miembro a divulgar datos personales con objeto de garantizar la protección efectiva de los derechos de autor, en el marco de un procedimiento civil».

Así las cosas, y teniendo en cuenta el ritmo frenético que adoptó el mercado digital en el último año, puede empezar a considerarse al CD como un formato obsoleto. No en Argentina, donde se lleva el 94 por ciento de las ventas, pero sí a nivel global, donde el marketing apunta más a la venta de chiches tecnológicos que a un soporte determinado –el chiche es el soporte– y a un consumo más fragmentado de la música. El fin del «álbum conceptual», si se quiere. En la era digital, el fetichismo se mide en ceros y unos, megabytes de almacenaje y facilidades de descarga. Un tal Thomas Alva Edison, inventor de un aparato antediluviano llamado gramófono, estaría algo perplejo. Por lo menos.

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