viernes, enero 11, 2008

Obituario / Andrés Henestrosa

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El universal escritor mexicano. (Foto: Archivo)

M éxico, 11 de enero, 2008. (Jesús Alejo/ Milenio).-«Fue mozo de cuerda, empleado de mostrador, escribiente de juzgado, secretario de enamorados, de enamoradas, quizá fue mejor decirlo. Y a sus horas correveidile, tercerón, por no decir alcahuete; o corre chepe, como en el precario español que habló cuando niño se le dice. A los doce años administró una casa de asignación. Cantor y tocador de guitarra en los fandangos; bravo improvisador cuando se agotaban las coplas que aprendió con sólo oírlas una vez...» Andrés Henestrosa en palabras de Andrés Henestrosa, un hombre de muchas facetas que ayer (jueves) dejó de existir, a las 18:15 horas.

Se dice que cuando llegó a la Ciudad de México lo hizo acompañado de su hablar zapoteco y de unas cuantas palabras en castellano. Murió como miembro de la Academia Mexicana de la Lengua. «No soy sino un humilde estudioso de la lengua española, la que quisiera saber con la perfección con la que, supongo, hablo el idioma zapoteco», dijo, humilde, en infinidad de ocasiones don Andrés Henestrosa.

Se cuenta que salió de la vieja estación de trenes de Buenavista y empezó a querer esa atmósfera que se presentaba ante su mirada. Nacido en Ixhuatán, Oaxaca, el 30 de noviembre de 1906, don Andrés Henestrosa murió ayer superando los 101 años de vida no tan satisfecho con lo realizado, siempre con la idea de que los homenajes o las muestras de agradecimiento que recibía no eran merecidas, porque aún le faltaba escribir una página, una sílaba que sirviera para que los demás lo recordaran dentro de 100 años.

Mientras tanto, hoy recibirá un homenaje de cuerpo presente en el Palacio de Bellas Artes, a partir de las 13:00 horas.

«Un libro de historia»

Andrés Henestrosa nació en Ixhuatán, pero muy pronto se fue a vivir a Juchitán, donde hizo sus primeros estudios, aunque él más bien se recordaba como un «vago».

«Un día tomé el tren para venir a México y anduve de vago, hasta que me encontré con el pintor (Manuel) Rodríguez Lozano y también me preguntó qué hacía yo, le dije ‘nada’. Entonces me llevó con José Vasconcelos».

Político, periodista, historiador, filólogo, amante del buen comer y de los buenos vinos y, por supuesto, de las mujeres hermosas. Los pasajes de su vida se entrelazan con los del país, desde la época de Porfirio Díaz, hasta anécdotas sobre el México de antes: su llegada a la Ciudad de México, con su español atropellado, su paso por la Escuela Nacional Preparatoria, en San Ildefonso, su encuentro con varios presidentes. «Era como un libro de historia vivo», decía la cronista Ángeles González Gamio.

«Se trata de un hombre que tuvo una memoria prodigiosa, uno de los grandes cronistas de la ciudad, porque aunque su obra literaria no es tan extensa —sólo dos libros fundamentales: Los hombres que dispersó la danza y El retrato de mi madre—, a lo largo de 80 años, casi todos los días de su vida escribió, por lo menos, un artículo en un periódico.»

Andrés Henestrosa estaba convencido de que moriría el día en que la vida se olvidara de él, aunque con la esperanza de sobrevivir en la memoria de los otros. En sus planes no estaba el morirse, pero no siempre se puede contra el destino. Alguna vez escribió Vicente Quirarte: «Cuando se vaya nos dejará un gran legado como ser humano y como hombre de letras». Ese día llegó y la leyenda empieza a hacerse realidad.

«Me siento un poco huérfana»: Natalia Toledo

El escritor oaxaqueño frente al mar, 2006. (Foto:Blanca Charolet)

A pesar de las diferencias de edad entre Andrés Henestrosa y Natalia Toledo, entre ambos existió una gran amistad, que se inició desde que la poeta tenía ocho años.

«Cuando por vez primera me llevó mi padre a cenar a su casa. Haber entrado a la casa de Andrés fue descubrir el mundo de los libros, un aroma que me envolvió en su fragancia y me provocó preguntarme cosas esa noche»

Con los años se consolidó una amistad, «siempre fue un bálsamo para mí: tenía una palabra qué decirme. Me siento un poco huérfana no sólo en la parte íntima, sino también en la cultural, pues se trata de una gran pérdida para la cultura zapoteca y para los oaxaqueños», concluyó Natalia Toledo.

Presidencia de la República emitió un comunicado en el que el Felipe Calderón y su esposa, Margarita Zavala, lamentan el deceso del escritor oaxaqueño y expresan su más sentidas condolencias a la familia del poeta: «Henestrosa fue un mexicano universal y hombre de letras que mediante sus poemas, narraciones y ensayos fomentó el valor y aprecio de la cultura indígena y de la historia mexicana».

Hombre que vino de lejos

Al llegar a la Ciudad de México, Andrés Henestrosa cursó la Normal Superior para Maestros y Leyes y Filosofía y Letras en la Universidad Nacional. Participó en la aventura vasconcelista, dirigió revistas como El libro y el pueblo o Las letras patrias; escribió en columnas legendarias como Pretextos, Alacena de minucias y La flor en el erial.

También fue catedrático, servidor público en el ámbito cultural y, en el político, fue diputado federal (1958 y 1964-67) y senador (1982-1988), pero sobre todo fue un amante de las letras, del español por el que tanto estudió, y del zapoteco, que le sirvió para mantener su arraigo.

«Yo vengo», dijo alguna vez Henestrosa, «como todos los hombres, de muy lejos, de muy abajo; pertenezco a la despeinada, descalza y hambrienta multitud mexicana, y he peleado, desde que me acuerdo, por ser mañana distinto al de hoy y pasado al de antier; ser distinto cada día ha sido mi lucha, pero siempre con un horizonte y sin dejar de ser aquel que descalzo anduvo en su niñez».

Los hombres que dispersó la danza de Andrés Henestrosa

Portada del libro de la edición de Miguel Ángel Porrúa, 2003. 145 p.


Leyendas zapotecas de viva voz
Liliana Loredo Valencia


El rey del cielo, veía todo lo que sucedía en la tierra y al ver la huída de la princesa, enfureció y se propuso, entonces sí, castigarnos.

Dioses, reyes, santos que se crean a sí mismos, princesas, tortugas, enemistades entre conejos y coyotes, y hasta Jesús son los personajes que encontramos en Los hombres que dispersó la danza, donde Andrés Henestrosa (Ixhuacán, Oaxaca, 1906) narra y comparte con nosotros los mitos y leyendas que formaron parte de su infancia, y más aún, que forman parte de una cultura, la zapoteca.

En Los hombres que dispersó la danza el autor orgullosamente oaxaqueño, convida al lector la voz de un pueblo que cuenta sobre sus orígenes. El pueblo que lo imagina, aprende y transmite en zapoteco, y Andrés Henestrosa que lo transcribe al español. En un español sencillo pero al mismo tiempo lustroso. Un español que conserva dejos y formas del zapoteco, y que hace que uno al leer las narraciones, sienta de pronto que está escuchando las historias, es decir, la voz del autor cobra vida, lo que hace más deliciosa la lectura.

En una prosa clara y limpia, Andrés Henestrosa honra y rinde homenaje a la cultura zapoteca. Por medio de leyendas y mitos donde se fusiona lo mágico y lo verdadero; el lector se deleita al enterarse cómo reyes celestiales quisieron privar a los hombres de la luna, el sol y las estrellas; cómo el desamor de una princesa convertida en piedra da lluvia, ―Nisah-Guiéh en zapoteco «agua que llora la piedra»―, al pueblo; o el por qué los conejos tienen las orejas grandes y largas.
Por otro lado, algo muy bonito en Los hombres que dispersó la danza es que por momentos se puede encontrar una prosa poética: y salió a la cinta blanca de la playa a soltarla en los brazos verdes del mar...; un día se desplomaba sobre el mar...; Bajo los árboles dormían, cansadas las sombras, por citar algunos ejemplos.

Un aspecto para considerar es que en la tercera parte del libro titulada «Jesús: persecución y captura». Los mitos que ahí se presentan son mestizos. Es interesante ver cómo se agregan ya conceptos cristianos a los mitos de origen zapoteco. En este momento del libro, se puede ver cómo se adaptó la figura de Jesús, el Niño Jesús, a mitos ya existentes. Da la impresión de que por medio de éstos se explicaba a los indígenas zapotecos pasajes bíblicos. De esta manera vemos a Jesús escondido en hojas de plátano y olivo huyendo de los judíos, pero en Oaxaca.

Andrés Henestrosa no deja pasar la oportunidad de enseñar al lector algo sobre la filología de su lengua natal, el zapoteco. Por eso, a lo largo del libro el autor da una explicación sobre las palabras zapotecas que emplea. Así que, a parte de disfrutar cada una de las leyendas y mitos, también se aprenden algunas palabras zapotecas.

Los hombres que dispersó la danza es un mosaico cultural en el cual se descubre otra parte importante de nuestra literatura. Literatura de tradición oral que hoy gracias, primeramente, a Andrés Henestrosa y a la publicación facsimilar de CONACULTA-INBA queda al alcance de todos tanto para aprender a valorar nuestra literatura, como para gozar de pintorescos mitos y leyendas del pueblo zapoteco.

Fuente: Literaturainba.com


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