domingo, abril 06, 2008

Literatura / México: Ana Clavel presenta la novela «Las violetas son flores del deseo»

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La escritora mexicana. (Foto: Pablo Lamoyi)

C iudad Juárez, Chihuahua. Domingo 30 de marzo de 2008. (RanchoNEWS).- La escritora Ana Clavel presentará su última novela en la Ciudad de México. Lo reporta Yanet Aguilar Sosa de El Universal:

El primer libro que cayó en sus manos de niña fue uno de Julio Verne, y a partir de ahí nada fue igual, pues se dio cuenta de que leer era una puerta de escape a otros mundos, y de que en ella habitaba una voz que le dictaba historias que merecían ser contadas

Nadie daba un peso por el futuro de Ana Clavel. Aunque alguna vez fue jefa de grupo porque sacó dieces en los exámenes, reprobó materias y era algo dispersa; años después entendió que esa actitud tenía que ver con una orfandad temprana del padre.

El presente es distinto. En una lista de los 10 mejores comienzos de novelas, Héctor Orestes Aguilar incluyó: «La violación comienza con la mirada», frase con la que la escritora inicia su novela Las violetas son flores del deseo; eso la hace estar al lado de Juan Rulfo por el inicio de Pedro Páramo.

Aunque tiene experiencia en el cuidado de ediciones –estuvo a cargo de las Obras completas de Octavio Paz– y su desarrollo está en la narrativa, ha transitado por el arte visual con éxito. A partir de su novela Cuerpo náufrago, en 2005, montó un proyecto multimedia en el Centro Cultural de España con fotografías, instalación y performance.

El próximo miércoles, en Casa Refugio Citlaltépetl, presentará el espectáculo multimedia Las violetas son flores del deseo, que incluye fragmentos de la novela, instalación, performance, página web y exposición de 14 muñecas de cartón intervenidas por artistas como Arturo Rivera, Rocío Caballero, Gabriel Macotela, Gustavo Monroy, Saúl Kaminer, Maribel Portela, Tarsicio Padilla, Rogelio Cuéllar y ella misma, a partir de su novela con el mismo título.

A los 14 años Clavel supo que quería ser escritora; una noche, entre sueños, una voz interior le dictó un texto; entonces era una muchachita de pocas lecturas, sin mucho orden. Se encontró con los libros a través de La vuelta al mundo en 80 días de Julio Verne, cuando en quinto de primaria su maestra organizó el «viernes social» donde intercambiaban libros.

Como en su casa no había, fue a la papelería de la esquina y compró esa novela de la colección Libros de Oro del Saber. Leyó en una tarde las 120 páginas en letra grande e imágenes. «Fue una lectura rápida para alguien que no tenía el hábito; en mi casa no había el ambiente propicio, había pocos libros y rara vez se leía el periódico».

Al empezar a leer el mundo exterior se desvaneció, de pronto, todo giraba alrededor del caballero inglés que quiere cumplir la apuesta de dar la vuelta al mundo en 80 días; el libro me obligó a viajar mentalmente y salir de mi realidad. Descubrí que me encantaba leer; como no tenía una referencia cercana sacaba libros de la biblioteca de la secundaria número 4, la Moisés Sanz. Llegué a la escritura sin una gran base de lecturas previas, pero fue determinante la fascinación por el lenguaje, el proceso de fabular a través de las palabras, de meterme a universos de la imaginación mediante la escritura.


Portada de la novela. (Foto: Archivo)

Mi padre murió cuando yo tenía tres años, eso me llevó a vivir en una suerte de limbo, mi madre tenía todas las dificultades que se puedan tener para sacar adelante a tres hijos y no había espacio para la atención emocional, andaba siempre como perdida en el universo. La orfandad me puso en una situación de desventaja, pero no podía explicarlo de manera racional, decir: «Te afecta sobremanera esa pérdida». En mi adolescencia la escritura vino como un don, lo he manejado con respeto y responsabilidad. Decía Capote que cuando te dan un don te dan un látigo para fustigarte. Es un compromiso de por vida, todo lo que haces está orientado a eso; sabes que las lecturas y lo que vives alimenta lo que escribes.

Fue una revelación entre el límite del sueño y la vigilia; a partir de ahí no he soltado la escritura, me reveló una vocación elegida, pero a la vez gozosamente impuesta, lo único que he hecho es dejarme ser en las manos de esas voces, de esas sombras que han marcado mi camino.

A los 14 años había descubierto la lectura como una fuente maravillosa de alimentación del imaginario. Fui una alumna bastante mediocre, creo que hasta reprobé algunas materias en cuarto año; además sentía que mi cabeza no estaba en su lugar, que había como un desfase entre lo que vivía internamente y el exterior, me pasaban cosas inusitadas: respondía un examen sacaba 10 y me elegían jefa de grupo, al siguiente mes reprobaba todas las materias y me quitaban el honor.

En la escritura hay una extraña convivencia. Por más que leas y tengas bases teóricas hay un asunto de misterio y magia. Por eso tengo un altar donde está Marcel Duchamp junto a mi padre; están los libros que he publicado, las fotos de Felisberto Hernández, de mi hijo y mi madre, de Rogelio Cuéllar, están los seres queridos a nivel personal y a nivel de creación, busco estar en conexión con los seres tutelares.

No como concepto, pero tengo la sensación de que no soy un espíritu nuevo, de pronto hay cosas que se me dan con mucha facilidad; me interesa contar historias que desarrollo por intuición, a veces es como si me las estuvieran diciendo al oído, aunque claro, hay mucha labor de investigación y exigencia personal. La pasión de la escritura es tan fuerte que he dejado muchas cosas de lado, sobre todo la seguridad económica, me ha costado mucho trabajo mantenerme en un trabajo estable con horarios fijos.

Café en la mañana a la hora que me siento a escribir, aunque no escribo todo el tiempo, creo que para llegar a la escritura hay que concentrar el material y cuando lo tienes lo vuelcas todo. Otra cosa curiosa que hago es que justo antes de dormir escribo frases que se me vienen a la cabeza en taquigrafía.

La vida me ha enseñado a ser más receptiva y respetuosa; en general soy muy exigente, una de las enseñanzas más importantes viene de Hugo Hiriart, al conocer mi primer libro de cuentos, dijo: «Son buenos –y cuestionó la propuesta–, pero uno debe tratar de hacer algo nuevo». Tomé conciencia de que no bastaba con hacer artefactos bien hechos, me encaminé a la búsqueda de una poética personal, mantengo el deseo de hacer un hallazgo creativo; por eso transgredo, busco renovar.

Antología preparada por la escritora. (Foto: Archivo)

Soy muy libre en mi manera de relacionarme. Establezco compromisos desde la honestidad y la entrega, nunca he mantenido a alguien para no estar sola o para tener una estabilidad emocional. Mis relaciones me han abierto puertas; con el padre de mi hijo, el pintor Marco Tulio Lamoyi, exploré a Duchamp, era un apasionado del arte conceptual. En mi relación actual con el fotógrafo Rogelio Cuéllar hay coincidencia de temáticas.

La honestidad que me lleva a reconocer que soy vulnerable, frágil y que me equivoco más de lo que me gustaría. Esa honestidad me lleva a tener claridad, saber a qué cosas le puedo entrar y a qué no; por ejemplo, nunca me aventuraría a escribir una novela policiaca o de mosaicos sociales como las de Carlos Fuentes. No tengo certezas absolutas, pero conozco mis límites, sé hasta dónde puedo llegar. He tenido mucha fuerza para aventurarme a crecer; he ido construyendo mi trayectoria personal, no solamente como autora, arriesgándome; mucha gente dice que soy muy trabajadora, creo que soy muy persistente. Contra todas las previsiones de cuando era niña, cuando reprobaba y parecía que no iba a tener futuro, he concretado proyectos.

Que soy muy culpígena y demasiado desapegada. Como soy muy libre necesito mi espacio mental y moral de decisión, eso me lleva al desapego. Puedo no hablarle a mi madre en un mes sin ningún problema y además pretendo que me entienda pues debe respetar mi deseo de libertad. Sé que las relaciones humanas no son así, pero la libertad me ha llevado a explorar muchas cosas y también a encontrar espacios.

Me he hecho muy consciente de la fragilidad del cuerpo, especialmente de los seres amados, me angustia que algo pueda ocurrirle a mi hijo Pablo, que tiene 18 años. Eso ha llegado a ser un defecto porque me he vuelto muy temerosa y no lo era. Otro defecto que puedo añadir es que soy muy obsesiva, en lugar de controlar mi propia estabilidad, a veces mis obsesiones me llevan a terrenos de verdadera neurosis.

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