jueves, mayo 08, 2008

Música / Entrevista a Roger Waters

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El fundador de Pink Floyd. (Foto: Archivo)

C iudad Juárez, Chihuahua, 3 de mayo, 2008. (RanchoNEWS).- «De joven era sólo un tipo ceñudo, vestido de negro y apartado en un rincón», afirma el legendario músico inglés, fundador de Pink Floyd, que actúa el viernes en Granada. Será uno de sus diez conciertos de este año e interpretará completo el álbum Dark side of the moon. Una entrevista de Fernando Neira para El País:

Fundador de Pink Floyd junto al añorado Syd Barrett, George Roger Waters (Great Bookham, Reino Unido, 1943) es el autor de un buen puñado de clásicos de la banda (Money, Sheep, Set the controls for the heart of the sun) y de la práctica totalidad de The wall (1979) y The final cut (1983). Enfrentado a sus antiguos compañeros desde 1985, con los que disputó y perdió la marca del grupo en los tribunales, este compositor, letrista, bajista y cantante temperamental ha ido espaciando cada vez más sus apariciones públicas: sólo ha publicado tres álbumes en solitario (el último, de 1992) y su último gran capricho conocido fue la creación de una ópera sobre la Revolución Francesa, Ça ira, en la que invirtió más de una década de trabajo. Y todo ello para obtener unos resultados, llamémoslo así, sólo discretos.

Tras la fugaz resurrección de los Floyd en el concierto benéfico Live 8, el 2 de julio de 2005 en Londres, Roger Waters ha intensificado, siquiera tímidamente, la reivindicación de su pasado musical. Visitó Barcelona hace ahora un año y para este 2008 ha accedido a ofrecer 10 conciertos ni uno más por Norteamérica y Europa. Los países agraciados son Estados Unidos, Reino Unido, Holanda, Dinamarca..., y España. El próximo viernes, 9 de mayo, aterrizará en el estadio de fútbol de Atarfe (Granada) con un espectáculo de casi tres horas: la interpretación íntegra de Dark side of the moon en la primera parte y una selección de grandes éxitos y un par de temas nuevos, To kill a child y Leaving Beirut, para la segunda.

No es muy propenso a las entrevistas, pero la voz que suena al otro lado del hilo telefónico sorprende por su cercana cordialidad. Los derechos de autor le permitirían vivir plácidamente a él y a toda su descendencia durante varias generaciones sin necesidad de mover un músculo, pero el hambre de escenario y el prurito de vincular su nombre propio con los grandes títulos de Pink Floyd han sido argumentos de peso para retornar a la carretera. Se acomoda en su despacho con el ordenador encendido y el teléfono en posición de manos libres, dice «estar encantado de hablar de cualquier cosa que se nos ocurra» (aunque Pink Floyd dista de ser su tema de conversación favorito) y demuestra buena cintura hasta con las provocaciones.

La última vez que escuché uno de sus temas fue en la consulta del dentista. ¿Le molesta este tipo de utilización de su repertorio?

Ehh, ante todo trato de ir al dentista lo menos posible... Pero no, no veo ningún problema en ello. He escuchado pocas versiones para hilo musical de mis canciones, pero, si las hay, me parece muy bien.

Recuerda con nitidez, claro, todo el proceso creativo de Dark side of the moon, obra cumbre del rock progresivo y, en general, de la música popular del siglo XX. Pero no le gusta mitificar. «Por lo pronto, hoy sería muchísimo más fácil, desde un punto de vista tecnológico, repetir todo aquello. La grabación se podría resolver íntegramente en tu propio cuarto, con un portátil Macintosh, un micrófono, un teclado y poco más. Sería pan comido». Sí, pero, ¿cómo dar con una partitura tan afortunada como la original? «Claro que se podría repetir, no veo por qué no», objeta sin un atisbo de petulancia. «Creo que Amused to death, el álbum que grabé solo hacia 1992, estaría a la altura. En realidad, mis discos no han experimentado grandes variaciones a lo largo de los años, así que el próximo también mantendrá esas mismas señas de identidad. No me voy a dedicar de repente a hacer temas de tres minutos y meterlos todos juntos con un corte entre medias. Ya sé que eso es lo que se da en conocer como un álbum, pero no me sale...».

Tras su estruendoso abandono de Pink Floyd, Waters comprobó en sus propias carnes que un sólido envoltorio vende casi tanto como un buen producto. Su primer álbum individual, The pros and cons of hitch hiking (1984), pasó tan inadvertido como el siguiente, Radio K.A.O.S. (1987). Fue en aquel mismo año cuando David Gilmour optó por reactivar a los Floyd con A momentary lapse of reason, un disco nada brillante que, sin embargo, despachó cuatro millones de ejemplares. A Waters le hervía la sangre. Algunos años después pronunciaría una de las declaraciones más hostiles en la historia del rock: «Que me perdonen quienes compraron esos discos de Pink Floyd posteriores a mi marcha, pero son una basura. En particular, The division bell , que es una tontería de principio a fin».

Ahora afronta un doloroso acto de contrición. «Dios, todo aquello constituyó un gran error por mi parte», exclama. «Tras el cisma, me situé en el centro del debate diciendo cosas poco agradables sobre los demás integrantes de la banda. Lo lamento. Debí haber sido un poco más sabio y mantener la boca cerrada».

¿Conserva aprecio artístico por Gilmour?

Dave siempre fue un gran cantante y lo sigue siendo. Interpretaba nuestras canciones de manera muy hermosa y era fantástico con las armonías vocales. Las pistas en las que dobla su voz a lo largo de todo Dark side of the moon son puro talento, puro instinto.

Afronta las preguntas sobre Pink Floyd a regañadientes, pero con ánimo conciliador. Ni siquiera guarda mal recuerdo de aquellos efímeros veinte minutos en el escenario del macroconcierto benéfico Live 8. El DVD del evento testimonia unos ensayos tensos y a Bob Geldof en el papel de árbitro conciliador. «No lo repetiría para una sola noche», suspira, «pero sí en caso de alguna pequeña gira. Sería una manera satisfactoria de recuperar el buen trabajo que los cuatro hicimos juntos, y estaría dispuesto a invertir algún tiempo de mi vida, seis meses o lo que fuera, en preparar una cosa así. Estoy seguro de que Nick también accedería, pero no creo que Dave quiera. Ésa es su postura y no la pienso rebatir». No hay por su parte acritud; si acaso, un esfuerzo de comprensión. «Dave es muy reacio porque la criatura ha sido del todo suya durante estos últimos veinte años. Por eso no quiere renunciar a esa posición, es lógico».

Suena un timbre y parece respirar aliviado. «Ya está, ya les he dado boleto», anuncia al rato, entre risas. Asombroso: el gran Waters abre en persona la puerta de su domicilio a quien pulse el timbre. La anécdota denota espontaneidad, pero también, a buen seguro, mucho bagaje vital a las espaldas. «Verá, tengo 64 años, igual que la canción de McCartney y lo mejor es que, como decía la letra, aún me necesitan y aún me dan de comer», explica de manifiesto buen humor. «Claro que me veo más juicioso que cuando tenía 24, sin duda. Por entonces yo era un tipo ceñudo, vestido todo de negro, que fumaba como un carretero y se apartaba en un rincón. Hoy, sin embargo, soy el que está en el centro de la sala, con una copa de vino en la mano y deseando hablar con usted de lo que se tercie. Así que he cambiado, sí, parece evidente. Ah, y salvé el pellejo el día que dejé de fumar».

Joe Boyd contó su versión de aquellos años iniciáticos en Blancas bicicletas. Nick Mason hizo lo propio en Inside out. Quizá sea al momento de dejar algún testimonio escrito. «Cuando leí Chronicles, la autobiografía de Dylan, me gustó por su carácter insólito, pero me asombró que en ningún momento tuviera nada malo que decir de nadie. La verdad es que yo no estoy seguro de poder escribir mi libro sin..., sin meterme con algunas personas. Ya he sido lo bastante negativo, así que no quiero verme en la tesitura de polemizar con Nick Mason o cualquier otro. Sólo escribiré ese libro si soy capaz de mostrarme como soy y decir lo que tengo que decir sin tener que acusar a nadie de nada».

Mason presume en su libro de haber compuesto a medias la celebérrima Money, pese a que en los créditos sólo figura el nombre de Waters. Pero el aludido prefiere sortear la cuestión. «Los neurólogos», aclara con repentino aire académico, «han descubierto que los humanos construimos nuestros recuerdos de la manera más apropiada y favorable al ego. Concebí Money en mi jardín de Londres, y me encargué personalmente de grabar y editar los sonidos de caja registradora con los que arranca. No recuerdo que Nick Mason estuviera por allí, pero... es posible. ¿Quién sabe? ¿A quién le importa?».

Entre los asuntos que le siguen importando, y mucho, la política ocupa un lugar preponderante. Hace apenas tres semanas alborotó los teletipos de medio mundo con una de esas frases lapidarias de las que luego se arrepiente: «Hillary Clinton va a invadir Irán». En realidad, sólo pretendía renovar su ya conocida fe en Barack Obama, «un político ilusionante como Estados Unidos no conocía en décadas».

Waters opina sobre las peculiaridades de cada audiencia en función del territorio. «El público de los países ibéricos expresa mayor entusiasmo, aunque hay excepciones. Los noruegos, por ejemplo, son muy apasionados. En cambio, actuar en Bélgica es como tocar delante de un campo arado. Al principio, en España y Latinoamérica me irritaba un poco esa afición que tiene la gente de corear las canciones contigo. Ahora, en cambio, me encanta. Sucede siempre cuando toco Wish you were here, y es una sensación salvaje».

Sabe que miles de fieles matarían por un nuevo disco suyo más allá de sus recientes extravagancias operísticas, pero se muestra elusivo al respecto. «Tengo escrita una tonelada de canciones, sí, esperando a que haga algo con ellas», revela. «Ahora sólo me falta encontrar una motivación ideológica, una pasión común que las englobe». Difícil pronosticar cómo sonaría un nuevo álbum de Waters a estas alturas, pero se aviene a esbozar algunas pistas: «Cada vez me obsesiona más encontrar estructuras melódicas muy sencillas y estructuradas. Es lo que sucede en canciones como Knocking on heaven's door, de Dylan; Heart of gold, de Neil Young, o Hello in there, de John Prine. Eso es lo que busco».

Mientras tanto, siempre cabe conformarse con rarezas como Incarceration of a flower child, una extraordinaria pieza que le regaló hace poco a su «vieja amiga» Marianne Faithfull y que, en realidad, compuso cuatro décadas atrás, en los tiempos del disco. «Le va que ni pintada, porque de alguna manera encaja con su vida: dice cosas como perdidos sin remedio en una bruma de buena marihuana y vino peleón». Pero lo más divertido del caso, según revela ahora, es que existían otros 32 compases al principio de la canción que olvidó cantarle. «Empezaban así: No me entregues tu amor, ponlo atrás con el gato del coche y la comida del gato...».

A partir de ese punto, Waters recitará una docena larga de versos sin titubear ni un momento. Nuestro hombre conserva la memoria en buena forma, sin duda. Y para deleite de pinkfloydólogos, aprovecha para confesar que guarda alguna pieza antigua más pendiente de publicación. «Recuerdo una, Get back to radio, que decía: 'No voy a ser un paquete de mierda en la MTV / Soy un hombre, no un número / ¡Volvamos a la radio!'. Cosas de ese estilo. Son composiciones peculiares que no encajaban con lo que estuviera haciendo en cada momento...». ¿Algún interesado?

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