lunes, febrero 16, 2009

Poesía / México: Una entrevista a Javier Sicilia por Carmen Sánchez

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El poeta en el marco de las actividades de la 22 Feria Internacional del Libro de Guadalajara. (Foto: Gonzalo García Ramírez / © Cortesía FIL Guadalajara)

C iudad Juárez, Chihuahua. 7 de enero de 2009. (RanchoNEWS).- Carmen Sánchez de www.periodicodepoesia.unam.mx entrevista a Javier Sicilia:


¿Cómo llegó la vocación de poeta?

En mi caso está asociada con la infancia: mi padre era poeta, y yo crecí oyendo poesía; no sólo la poesía de mi padre sino la de los poetas que él amaba. Él fue un poeta que publicó hasta el final de su vida, le publiqué yo, le publicó Huberto Batis; Juan Carvajal. Publicó tres o cuatro poemas hacia el final de su vida. Cuando murió estaba trabajando su libro y yo lo terminé; saqué una edición de autor bajo el logo de la revista Ixtus, que se llama Bajo el árbol del drago, donde reuní toda poesía de su vida, o lo que pude rescatar, porque mucha de su poesía la hacía y la aprendía de memoria. Se fueron muchos poemas con él mismo y pude rescatar lo que mi madre guardó, que ella apuntaba en un cuadernito y que era lo que trabajó al final de su vida, en el taller de poesía. Es, entonces, un libro breve, pues quedaron muchas cosas, por desgracia, perdidas.

Yo crecí oyendo todo eso; a los poetas favoritos de mi padre, que él me recitaba. Mi padre decía poesía magníficamente: Lorca, López Velarde, los modernistas, Miguel Hernández. ¡Me encantaba que sonara! Desde entonces amé la poesía. Ahí estaba la vocación, pero fue problemática porque verla en un padre es difícil y –aunque fue mi mejor amigo– la figura paterna, sus poemas, me pesaban mucho. Nunca me atreví a escribir, aunque leía poesía.

Fue hasta la preparatoria, donde encontré a Fabio Morábito y a Tomás Calvillo; ellos escribían poesía y me sorprendió cómo unos muchachos de mi edad se atrevían a una cosa que para mí era absolutamente sagrada. Y gracias a ellos pude desatar esa vena que ya venía desde mi infancia, desde mi padre.

¿Y luego de la preparatoria, ese proceso creativo cómo empezó?

Uno empieza imitando; creo que todo parte de la imitación de los maestros; hay que pensar en el Siglo de Oro, que revolucionó la poesía: ¿qué estaban haciendo los poetas? imitando a los clásicos. ¿Qué hizo Darío, cuando inicia el modernismo, sino imitar hasta el plagio a Verlaine? ¡Hasta morir como Verlaine! Es en esa imitación, en esa introyección de los grandes maestros, que toma forma el poeta.

Uno tiene varios maestros. Personalmente, pienso en san Juan, Saint-John Perse, Rilke. Sobre todo los místicos. Y, de los mexicanos, Jorge Cuesta y Gorostiza me fueron imprescindibles; el padre Ponce. Pero el fundamental ha sido san Juan; quizá de ahí viene el epíteto de poeta católico, ¿no?

Hay que tener valor para hacer esa poesía…

Yo nunca he tenido problemas con eso, la verdad es que me ha valido absolutamente madre lo que digan de mí. Creo que ser original es ser fiel a uno mismo. No fiel a la innovación, sino al origen que es uno. En ese sentido, son cosas que me dio mi padre: Cristo y la poesía. Y esas tres cosas bastan para formar una vida. ¡Me vale absolutamente madre lo que puedan decir!

Por otra parte, me tocó una época donde las vanguardias y las posiciones ideológicas comenzaban a fracturarse. En los setenta, cuando ya hacíamos poesía más seriamente, a los veintitantos años, nos apoyábamos; no había posiciones de grupo ni mafias. Hubo mucha apertura entre los poetas de mi generación; estaban abiertos a recibir gente que antes la poesía vio con sospecha. Gente de filiación católica, como yo, aunque siempre hubo esta tradición; nuestro poeta nacional es un católico: hay qué ver el catolicismo de López Velarde, ¿y Pellicer? O el padre Ponce, que fue soslayado hasta que Zaid lo rescató. Pero no me tocó ser un católico vergonzante como fueron muchos que, después, cuando acabó la satanización contra lo religioso, salieron del clóset. Hay católicos de clóset.

No hay una gran distancia entre el sentimiento del poeta sufi y lo que escribe usted.

Porque la base de todo es el enamoramiento. La base de la vida espiritual es un enamoramiento del totalmente Otro. ¿De quién se puede hablar cuando se está enamorado sino de la amada o el amado?

¿Ahí yace lo confesional de su poesía?

En este enamoramiento… Es un enamoramiento de Dios a través de Cristo y de la Iglesia. Pero ese estigma de lo católico… ¡Vaya! ¡Uno es un poeta! Es como decir que Neruda era un poeta comunista.

No niego mis fuentes; sin ellas no sería el poeta que soy. Como he dicho, la Iglesia es mi madre, y puede ser una puta, pero es mi madre y la amo así; no se puede renegar de la madre. Me ha dado una identidad, una comunidad, un sentido de pertenencia y me ha dado a Dios. Y no puedo negar mis orígenes porque eso sería perder el sentido de la existencia. Lo mejor del mundo nace de la preservación que articula algo nuevo.

¿Cuál es la vía de su poética: la ascética, la mística o, la religiosa?

En una parte lo ascético y en otra lo religioso, pero creo que la vía espiritual fundamental es la ascética y la mística, juntas. Caer en la pura ascética es, de alguna forma, caer en el totalitarismo, y abandonarse a la mística es caer en el New Age, donde todo se vale. Hay una extraña y necesaria dialéctica entre ascesis y mística; son el anverso y el reverso de la misma moneda. Perder uno es perderse.

Hay una distinción entre el poeta y el místico; son dos cosas distintas. Un poeta puede tener una visión mística, y no necesariamente es un místico. La conjunción místico-poeta es excepcional. Por eso san Juan es un caso extraño en la poesía, junto con santa Teresa: los únicos grandes místicos-poetas. Es una conjunción difícil.

Por otro lado hay poetas que tiene una visión mística, y puedo considerarme de esos, pero nada más. No místico en el sentido de santidad. Uno busca construirse en función de eso, pero quizá se es simplemente un creador, un hombre al cual se le impone una mirada. Tal vez termine por decir, como Léon Bloy, una frase terrible: «No hay mayor tristeza que no haber podido ser santo».

Es posible tener una visión mística pero, a un místico, en primer lugar, no le interesa crear. Veamos a san Juan: su poesía se reduce a un puñado de poemas. Escribe por otras razones. A diferencia del poeta que, como dice Borges «El mundo me ha hechizado» y va de la cosa –la multiplicidad del mundo– al misterio fundamental que la hace posible; el místico viene de la experiencia de la posibilidad de la cosa y mira la cosa desde donde Dios la mira, por eso le vale madre crear; ya vio, ya estuvo ahí y tiende al silencio. Por eso esa extraña simbiosis: hay poetas místicos, pero son pocos los místicos-poetas. Juan es inquietantísimo para los poetas porque no es un poeta, y es sorprendente cuando toca la poesía. Todo se vuelve un análogo de…Hablan de lo inefable, y la poesía se vuelve un estallido: termina siendo ese no sé qué que terminamos balbuciendo los poetas que queremos hablar de esto.

Es una obra breve, muy trabajada ¿y la métrica?

Soy un poeta sordo, me ha costado mucho la métrica. Es efecto de lo que decía Paul Valéry: cuando algo se escribe con mucho trabajo se lee con facilidad; y lo que se escribe con mucha facilidad se lee con mucho trabajo.

Han sido muchos años, He tenido que aprender a oír. Siempre preguntaba a mi padre ¿por qué suena? ¿por qué hay esa música? A la hora de escribir esa música no salía, me costaba mucho trabajo oírla en mí mismo, la podía oír en los otros, pero me era muy difícil en mí. Por eso soy tan bruto con los idiomas.

Y la traducción me costó. Era el más burro de letras francesas. Fue mucho trabajo aprender el francés, fueron muchos años de trabajo. Ahora sí puedo oír el endecasílabo, decir cuando hay uno equivocado; pienso en endecasílabos, en eptasílabos, en octosílabos. Pero fue un largo trabajo de introyección para oírlo en mí interior. Una parte de mi obra está hecha en liras encabalgadas, en el verso de san Juan; o en silvas, como mi primera obra. Era un reto tomar una figura tan española –porque la lira nada más existe en español– del Siglo de Oro, y un reto tremendo después de haberla tocado san Juan y fray Luis. Yo pensé: «A lo mejor se puede llevar a algún otro lado».

¿Se trata de la renovación de la métrica?

Esa ha sido mi tesis. Ahora estoy escribiendo otro metro. En mi último libro publicado, la Lectio, escribí en un verso más amplio. Hoy trato de hacer armonías no a partir del metro y del acento, sino a partir de la pura acentualidad, que es lo que descubre Darío. No es el metro el que determina el ritmo poético, es el acento, por eso él desata de tal forma que puede hacer versos de hasta 30 sílabas. La repetición, el juego acentual, permiten una rítmica. Así que luego de muchos años de trabajar con el verso bien pulido, puedo empezar a desatar el verso y experimentar músicas distintas, que nacen del juego acentual y de esa voz que se siente en el propio verso.

El verso libre no es tan libre; es una introyección de toda la tradición. Siempre les digo a mis alumnos: no se amanece poeta: la poesía, antes que nada, es la fabricación de un objeto bien hecho a partir de sus leyes. Es un quehacer del orden del intelecto práctico. Puedo tener una carpintería, pero si no tengo el oficio, los instrumentos valen madres. Hay que tener el oficio de la métrica que da la tradición; es la herramienta de trabajo. Si la fabricación de ese objeto pasa a la transrealidad, al misterio, entonces se logró un buen poema, no sólo en el sentido de la fabricación de un objeto bello, sino de algo trascendente.

¿Qué lugar ocupa la poesía en su vida?

Uno de los fundamentales. Mi obra es breve y tengo tiempos en que no escribo, pero siempre la leo. Creo que la poesía es una mirada más que nada. A veces adquiere una forma para hacerse presente ante nosotros. Se vive como poeta, es una forma de vida que a veces se concretiza, encarna en una forma.

A veces no está uno, no encuentra la carne donde el verso pueda encarnarse y se abandona; algún día aparece. La poesía es misteriosa: se trabaja en los sótanos del alma. Emerge como un misterio.

¿La poesía es el lenguaje de Dios?

Es el ropaje de Dios. No sólo la poesía, el arte en general. Los peores momentos de decadencia que ha vivido la religión, como estos, son precisamente cuando no hay arte. Los himnos, los salmos, la liturgia, las catedrales medievales góticas y románicas eran la presencia de Dios a través del arte. Uno de los nombres de Dios, quizá el primero, es Belleza. El mundo es bello; Dios es bello; su presencia primera es la belleza. Y tiene bondad y verdad: los trascendentales. Belleza es el primer nombre de Dios y ha sido su ropaje en el mundo de la religión. La decadencia llega cuando la religión ya no tiene arte. Se vuelve una pura palabra ideológica.

Me encantaría ver en la liturgia mexicana poemas de Manuel Ponce, ¿por qué no?, de Francisco Aldapa o de Concha Urquiza. Los Salmos fueron escritos por poetas, también los libros proféticos. Las grandes obras arquitectónicas de las catedrales, las pinturas sacras ¿quién las hizo? ¡La música! el mejor músico de música sacra es Bach, un luterano. La iglesia tiene un terrible temor de sus artistas cuando debía incorporarlos a la vida litúrgica. Por eso la iglesia actual suena a vieja, porque quedó en el pasado y no articula el pasado hacia el presente ni genera esa construcción inmensa que es la Iglesia peregrina.

¿Hay alguna relación entre el Cantar y sus Bodas místicas?

Es uno de mis temas fundamentales, sobre el que estoy ahora escribiendo. Es el asunto de la encarnación. La maravilla de la iglesia es que es plural auque se crea monolítica, es de una riqueza inmensa y hay muchas teologías. Una que imperó fue la de san Agustín, es una interpretación de la revelación que parte de los postulados platónicos, es dualista; divide alma y cuerpo. Me sorprende ver a los católicos hablar de la inmortalidad del alma pero no de la resurrección de la carne. Nuestra fe también es que la carne va a resucitar. Dios se encarna. Como dice santo Tomás, no hay nada que no pase antes por la carne; la experiencia de Dios pasa por la carne.

Es difícil usar el término porque no tenemos una palabra en español para decir esa carne; los franceses tiene dos, los ingleses tiene meet y flesh; me refiero a la chere de los franceses. Aquí uno dice carne y se piensa en la carnicería, pero la carne es la percepción, es el verbo. Yo no me veo como cuerpo, me experimento como carne; la veo a usted como cuerpo, pero la experimento en la carne; no sé si me explico, a través de mis sentidos y de mi experiencia carnal, que es verbo también.

Lo que intenté en las Bodas místicas es hablar precisamente de esa experiencia amorosa que pasa por la carnalidad. Cristo pasó por la carnalidad y cada uno de nosotros tiene esa experiencia. Santa Teresa es muy aguda cuando les dice a sus discípulas: «Nunca prescindan de la carne de Cristo, nunca prescindan del cuerpo de Cristo». Para santa Teresa es una relación carnal en el mejor sentido de la palabra, porque no hay espíritus desencarnados en este mundo. La experiencia de Dios resuena en mi cuerpo, los místicos lo saben, ¿por qué la obra de san Juan? La experiencia de Dios resuena como Eros. Y si uno lee la Transverberación de santa Teresa, a partir de la cual Bernini hizo su escultura, encuentra que ella dice: «Sentí unas delicias espirituales y de otros órdenes». Yo intenté un poco eso; es el lenguaje de los enamorados, imaginaba a María Magdalena arrebatada frente al amor de Dios, de la presencia carnal de Cristo. Y Cristo arrebatado frente a la presencia carnal de esa que fue su amiga.

Para entender la dimensión del arrebatamiento hay que leer el Evangelio de san Juan, que era su amigo. Juan dice: «Yo lo olí, yo lo toque, yo me recliné en su pecho: anatema al que no crea que se encarnó, que Dios es carne». Cuando hablamos de la belleza es eso; resuena la belleza en nuestra carne; cómo resuena en esta carne. Es el mundo del poeta y también lo es del místico. Hay que leer la mística para oír grandes poemas eróticos. Debe ser cómo el hueco del Eros, si no fueron poseídos por Dios, no tendrían la nostalgia de Dios. Como cuando se vive el amor erótico; cuando uno está enamorado se experimenta la fusión y luego el separamiento como un terrible hueco y una demanda.

La tradición platónica nos ha hecho mirar dualmente al hombre, pero somos espíritus encarnados; se nos prometió la resurrección de la carne, no del cuerpo; la resurrección de la experiencia de la carne: sentir de nuevo el mundo de Dios. Ese poema intenta dar cuenta de esa experiencia, ese fue mi intento. Ahora estoy trabajando en una poesía que quiere hablar de esta experiencia carnal de Dios.

¿La presencia desierta es esa añoranza?

Es esa presencia que no se puede asir, y que su presencia, ese mismo desierto es un oxímoron. Una presencia que está en su no estar.

Traduce usted poetas…

Toda la obra de Lanza del Vasto, una antología que está en El Tucán de Virginia: La cifra de las cosas. Algo de Saint-John Perse, poemas sueltos. Unos salmos de Michel de la Tour. Traduje con un amigo, Georges Voet, algunos poemas de Arseni Tarkovski, padre de André Tarkovski. ¡Qué poeta! Todos los poemas que están en El espejo de Tarkovski son del padre y están dichos por su propia voz. Cuando uno escucha los poemas de El espejo está oyendo a Arseni Tarkovski. Y tradujimos, él y yo, que están en el número de Ixtus sobre cine, los poemas que están en El espejo.



Javier Sicilia (Ciudad de México, 1956). Es poeta, narrador, traductor, profesor, editor y ensayista. Estudió letras francesas en la FFyL de la UNAM. Ha sido editor en las direcciones generales de Difusión Cultural de la UNAM y de la UAM; guionista de cine y televisión; coordinador de talleres de poesía; fundador y director de El Telar; jefe de redacción de la Revista de Poesía; director de Ixtus; miembro del consejo de redacción de Los Universitarios y del consejo editorial de Cartapacios. Profesor de literatura, estética y guionismo en la UAEM y en la Universidad La Salle de Cuernavaca. Miembro del SNCA desde 1995. Premio José Fuentes Mares 1991 por El bautista. Obtuvo, junto con Jorge González de León, el Ariel para el mejor guión cinematográfico por Goitia, un dios para sí mismo (dirigida por Diego López).


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