martes, febrero 03, 2009

Poesía / «The Raven», homenaje en los 200 años del nacimiento de Edgar Allan Poe: Presentación y notas de Manuel Cabesa

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El cuervo. Ilustración de Édouard Manet para la edición de 1875 (París, Richard Lesclide-Editor). (Foto: Archivo)

S on tal vez Walt Whitman y Edgar Allan Poe los poetas norteamericanos que mayor influencia han tenido en la evolución de la poesía occidental desde mediados del siglo XIX hasta nuestros días.

Del primero podemos seguir el rastro que nos lleva hasta la Generación Beat, de la cual Allen Ginsberg, su profeta y mayor representante, parece continuar el legado de Whitman, pero si Canto a mí mismo es una celebración del universo y del hombre en su más vasta dimensión, Aullido, el texto más famoso de Ginsberg, es un poema de la derrota, escrito con el ritmo reiterado de una oración cuya religiosidad es el rostro del abismo.

El sendero abierto por Poe sigue en otra dirección. Digamos que cada generación aún lee absorta los relatos escalofriantes del bostoniano. Borges le adjudica el privilegio de haber inventado para la posteridad, gracias a historias como Los crímenes de la rue Morgue, el relato policial. De su obra poética, menos popular que sus relatos de misterio, destacan composiciones como Annabell Lee, Campanas y por sobre todo El cuervo.

Refiere Eugenio Montejo lo siguiente: «En el invierno de 1845, el 29 de enero para citar la fecha exacta, apareció publicado en el New York Mirror el poema The Raven (El cuervo) de Edgar Allan Poe. El autor contaba por entonces 36 años y trataba de sobrevivir como podía a la miseria, afrontando un destino que no le había ahorrado ninguno de los estigmas del poeta maldito. La publicación del poema le valió la fama instantánea, la cual, sin embargo, no llegó a dispensarle de las estrecheces pecuniarias que lo cercaron hasta su muerte. El poema, por su parte, constituye como se sabe una lograda pieza romántica, cuya atmósfera nocturnal y agorera, secundadas por peculiaridades rítmicas, se volvió una imagen inseparable de la vida y obra del poeta que lo compuso».1

Poeta romántico por excelencia, sus textos tanto poéticos como teóricos se convertirían, según lo ha expresado Edmund Wilson, en «la más temprana Biblia del simbolismo». Y es el padre del simbolismo, y otro renovador de la poesía moderna, quien le da universalidad a la obra de Poe al traducirla a su propio idioma: Charles Baudelaire.

La atracción que sentía el autor de Las flores del mal por la obra de Poe lo llevó a verter al francés todos sus relatos bajo el título común de Historias extraordinarias, título con el cual terminaron por conocerse en el resto del mundo, además de una buena serie de textos teóricos y algunos poemas, entre ellos El cuervo en 1856. Tal fue la influencia que el norteamericano ejerció sobre Baudelaire que le permitió concebir un estilo de realización poética novedoso para el momento.

El cuervo. Ilustración de Gustave Doré para la edición de 1884 (Nueva York, Harper & Brothers). (Foto: Archivo)

Victoria de Stefano nos dice: «Poe actuó sobre él (Baudelaire) una seducción permanente. Le dictó el designio de concebir la poesía muy por encima del momento natural e impuro de la inspiración, a fin de elevarla, desde su precaria condición de espontaneidad, hacia una función más digna del hombre y su libertad. Deseaba a un artista frío en los medios, dispuesto a desafiar obstáculos, resistencias, ciudadano espiritual del universo: un artista con rango de filósofo y que llevara orgullosamente el nombre de poeta».2

Para conmemorar los doscientos años del nacimiento de Edgar Allan Poe (19 de enero de 1809) y los ciento sesenta y cuatro años de la publicación de El cuervo (29 de enero de 1845), se ha recopilado, junto al texto original, las traducciones más reconocidas del mismo. La primera, es evidente, pertenece a Charles Baudelaire; las otras dos, en portugués y castellano, a Fernando Pessoa y al venezolano Juan Antonio Pérez Bonalde, respectivamente.

Las correspondencias entre los cuatro poetas van más allá de la creación y posteriores recreaciones del famoso poema. Todos murieron antes de cumplir los cincuenta años; todos también conocieron penurias, soledades, melancólicos arrebatos y dolorosas pérdidas. Quizá por esto Baudelaire, Pessoa y Pérez Bonalde pudieron reconocerse en el texto de Poe y llevarlo a su lengua nativa con relativo esfuerzo.

Traducir es traicionar, eso se sabe. Sin embargo Octavio Paz nos explica lo siguiente: «El poeta, inmerso en el movimiento del idioma, continuo ir y venir verbal, escoge unas cuantas palabras —o es escogido por ellas. Al combinarlas, construye su poema: un objeto verbal hecho de signos insustituibles e inamovibles. El punto de partida del traductor no es el lenguaje en movimiento, materia prima del poeta, sino el lenguaje fijo del poema. Lenguaje congelado y, no obstante, perfectamente vivo. Su operación es inversa a la del poeta: no se trata de construir con signos móviles un texto inamovible sino desmontar los elementos de ese texto, para poner de nuevo en circulación los signos y devolverlos al lenguaje».3

En este sentido esperamos que el eventual lector de estas páginas pueda disfrutar de El cuervo pensando que son diferentes poemas y a la vez el mismo poema.

Manuel Cabesa / Letralia
16 de enero, 2009

Notas

1. Montejo, Eugenio: Un cuervo de largo vuelo. Caracas: Criterión, Nº 6, 1993.
2. De Stefano, Victoria: Poesía y modernidad, Baudelaire. Caracas: Fondo Editorial de Humanidades y Educación, UCV,1984.
3. Paz, Octavio: El signo y el garabato, México: Joaquín Mortiz, 1975.

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