viernes, mayo 22, 2009

Libros / México: «Casi nunca» de Daniel Sada, una reseña de Élmer Mendoza

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Portada del libro. (Foto: Archivo)

C iudad Juárez, Chihuahua. 14 de mayo de 2009. (RanchoNEWS).- Reproducimos a continuación la reseña de Élmer Mendoza originalmente publicada en El Universal de la Ciudad de México:

Daniel Sada lo tiene todo: territorio, lenguaje y estilo. Mixtura que proyecta uno de los espíritus más poderosos de la novelística contemporánea y que lo definen como maestro. Su forma de nombrar desprejuiciada confirma a un escritor al que poco le importan las modas, las regiones o las épocas. El tiempo del arte es infinito y allí hace su nido este autor, nacido en Mexicali en 1953 y educado lingüísticamente en Sacramento, Coahuila, donde leía clásicos grecorromanos, escuchaba a sus mayores callar y entrenaba su corazón para lo intangible.

Digo esto después de leer Casi nunca, que obtuvo el XXVI premio Herralde de novela en noviembre de 2008, una obra en el mejor estilo sadiano: cuidadoso y corrosivo discurso humorístico que se convierte en el habeas corpus de una novela que no tiene desperdicio, un espacio físico que se trasciende, un ritmo incesante y el lenguaje. Parte de su jocosidad la debe justo a la combinación afortunada de expresiones como descuajaringue, empinado, embate, súpito, albricias, tórculo y muchas otras de uso restringido por el tiempo y el espacio, con términos de uso común en el medio urbano del siglo XXI. El efecto es múltiple por la cantidad de registros que se escuchan y se leen y que en lo general mueven a gracejo. Sada conoce muy bien el lenguaje de su país y no tiene reparos en utilizarlo.

Tengo la certeza de que las buenas novelas se cuentan y por tanto, se escuchan; producen ese espejo de doble vista para entrar, salir o permanecer en ellas. Leer Casi nunca es como mantenerse dentro de una voz mágica que flota evidente o se escatima, pero que no desaparece. Es un universo verbal en plena manifestación. Tal es la capacidad narrativa de Sada, que no versifica, simplemente platica, cuenta, comunica. Y entonces las palabras sexo, viaje, dinero, espera, huerta, amor y arena movediza no hacen sino afianzar un discurso cuyo eje es la vida que transcurre y que durante la lectura despierta el interés por trechos. Desde luego que no hay defectos en el cruce de historias, pero se impone el cuerpo discursivo que las contiene. Cuando Demetrio dice: «Casi nunca me doy por vencido», el lector apenas relaciona que ahí está el título de la novela; está clavado tratando de adivinar cómo contará Sada la próxima acción del personaje, que se ha convertido en un tahúr con todos sus encantos.

Generalmente los personajes proporcionan la dinámica del discurso. El lector espera y disfruta el prototipo que ha sido creado para él, y en Casi nunca brota natural, como si no fuera un recurso narrativo. Demetrio, Renata, Mireya, Zulema, Telma, Luisa, Gonzala, Egipto y el resto cobran vida verdadera en estas páginas; sin embargo, a lo que uno no puede escapar es al humor y al lenguaje, a su cálculo perfecto; es tanta su fuerza que por algunas páginas erosiona a los personajes. Vean esta prueba: «...haciéndose las fuertes, más porque rara vez venían a Parras, el pueblo más simpático de Coahuila, un centro cultural universal superior a, digamos, Bruselas...» Cuando se lee lo anterior lo que menos importa es que se refiere a las hermanas de Renata. Y luego equipara Sacramento con Luxemburgo, Reno con Badajoz y uno no tiene más que sonreír y celebrar.

Antes de que el viejo mete-saca de Burguess se sosiegue en la práctica, trata la manera de cómo se relacionaban las jóvenes en edad de merecer a finales de los 40 del siglo pasado, en el norte de México; los códigos establecidos por las madres eran, no el clásico estire y afloja, sino un auténtico entrenamiento para la espera, tanto del matrimonio como de la cosecha, el progreso o la lluvia, que siempre tardaban demasiado. Fue en el desierto donde la vida se empezó a medir por años. No es poco lo que Demetrio sufrirá en ese mundo, «que le cueste al maldito», donde la avidez orgásmica se resuelve en el burdel y el amor en la espera incomprensible.

Me agrada que el humor diluya cierto barroquismo sadiano, muy propio del desierto, donde una laguna azul puede ser un espejismo amarillo; sin duda, resultado de una atenta convivencia entre autor y discurso. Suficiente para entender su mundo; territorio, señalé antes, ese jardín multiparlante que lo dice todo. Si alguna alteridad es posible, no me concierne, porque la novela es muy buena y eso rebasa todo género de particularidades; a lo largo de cinco partes se dedica a provocar a la imaginación pero sin afectarla demasiado; de tal suerte que el lector jamás perderá la identidad. Lee porque disfruta. Tal es el poder del humor y su sentido. También, hay que señalarlo, da una excitante definición de sexo, desde el que empieza hasta el que alivia. Literaria y cabalística.


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