sábado, mayo 09, 2009

Literatura / Entrevista a Arturo Pérez-Reverte

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El escritor durante la presentación de la edición anotada, preparada por Alberto Montaner, de El capitán Alatriste. (Foto: EFE)

C iudad Juárez Chihuahua 7 de mayo 2009. (RanchoNEWS).- El escritor, que publicará la nueva entrega de Alatriste en 2010, repasa en esta entrevista la historia de su capitán y personaje más querido. «Si estoy en la Rae es gracias a él», confiesa a Marta Cavallero en su entrevista para El Cultural:

Las aventuras de Alatriste, el veterano de los tercios de Flandes más famoso de la literatura popular de los últimos tiempos, vieron la luz por primera vez en 1996. Surgieron de la obligación de un padre para con su hija y su generación, a la que, dice el autor, «le estaban arrebatando una memoria de 3.000 años de historia». A la caza del entretenimiento, de la lección histórica y sin mayor pretensión que alcanzar unas ventas «normales», Pérez Reverte puso su mirada de reportero al servicio de un personaje que hoy, más de 12 años después, se ha convertido en un mito de lo español, adaptación cinematográfica incluida y millones de ejemplares vendidos. El autor acaba de confirmar que la próxima entrega de su capitán llegará en las Navidades de 2010, y lo ha hecho al presentar, precisamente, una edición especial anotada del primer libro del aventurero que ha preparado Alberto Montaner. En esta entrevista habla sobre el nacimiento, desarrollo y de la nueva campaña de su criatura literaria más querida, a la que más debe y la que situó su nombre en el panorama internacional. Pero, que nadie se confunda, esta saga suya está pensada para los que comparten «la desgracia de haber nacido españoles», recuerda.

¿Cómo surge Alatriste, de qué parte de su experiencia vital procede?

Soy lector de historias desde niño. Un día, viendo los libros de texto de mi hija, que entonces iba al colegio, me di cuenta de que dedicaban varias páginas a la transición, que está muy bien, pero sólo media y un cuadro al Siglo de Oro. Esta anécdota reforzó mi idea de que la memoria en España empieza en la Guerra Civil cuando en realidad tenemos 3.000 años de memoria que nos ha sido arrebatada. Y el siglo de oro es una época fundamental de esos años. Decidí así contarle a mi hija esa España del XVII que ha desaparecido de nuestros textos y para ello procuré buscar un lector atractivo, que tuviera batallas, pero sobre todo la amarga lucidez de ser español y consciente de su historia. Como se dice en el libro, «ser español y lúcido aparejó siempre no poca amargura».

¿Esperó mientras perfilaba al personaje en 1996 que años después se convirtiera en el éxito que, más allá de lo literario, es hoy?

No, en absoluto, no esperaba que lo que había surgido como reflexión histórica para la generación de mi hija y como divertimento para mí, que creía que daría para unos 5.000 ó 10.000 lectores, vendiera 800.000 ejemplares solamente en territorio español. Fue una acogida que me dejó sorprendido y también satisfecho. Ya se han distribuido seis millones de ejemplares.

Podría decir, así, que le debe mucho a este personaje.

Si soy miembro de la RAE es por Alatriste. Lo que sin pretenderlo empezó como un experimento familiar se convirtió en un orgullo y en algo útil. Llevo seis volúmenes y sigo avanzando en narrar el siglo XVII, esa coyuntura en la que España era lo máximo pero estaba a punto de dejar de serlo.

¿Podría esbozar un perfil de lector de su saga?

El lector tipo al que dirigí esta novela, que ahora tiene 24 años, era el que estaba entonces en los colegios. Quise que la historia diera lugar a estudiar historia, pero también otras materias, como ética, pues Alatriste es un asesino a sueldo pero con un fuerte código moral, y también literatura. El lector es el del mundo moderno, que ya no digiere igual a los héroes que antes digería. Alatriste no es ni un patriota ni un héroe ni un corazón puro, sino todo lo contrario. No tiene fe alguna en la patria ni en el Rey ni en las causas nacionales, y es un tipo peligroso y amargo. Estas cuestiones lo acercan más a un público moderno, que ya no es inocente. Es un héroe creíble, que está vivo.

¿Más allá del personaje y de la lección de historia, qué otros elementos pensó y repensó para sacar a la luz el primer Alatriste?

El libro tiene experimentos personales. Tuve que inventarme un lenguaje, pues no podía ser arcaico ni tampoco anacrónico. La cuestión era crear un lenguaje con el aroma de lo clásico pero asimilable para un lector de hoy. Para mí esto ha sido lo más divertido, coger esos modismos antiguos y traerlos al español actual. Es técnicamente lo más interesante.

Cada uno de sus volúmenes ha abordado diversos factores históricos que dan forma al todo que es el Siglo de Oro, ¿Podríamos hablar de un fresco histórico, tal es su afán didáctico?

Mi intención era primero abordar la Iglesia y su peso, luego el oro de América, el Mediterráneo y los turcos... Más adelante trataré la pintura y las artes plásticas. Sin olvidar la profundidad y el entretenimiento, siempre he querido lograr que el lector tenga una visión completa. Más que didáctico, creo que es un libro que abre puertas a otros libros. Es la puerta que he ofrecido a una generación para que entren a otros textos mucho más profundos y más decisivos para acceder a la memoria que nos ha sido escamoteada por el analfabetismo y la desidia que sólo la utiliza como arma política y nunca como elemento cultural.

El polémico binomio de memoria histórica. ¿Qué piensa de este tema? ¿Es Alatriste su aportación para, al margen de leyes, rescatar esta herencia?

Para estos analfabetos del gobierno o de la oposición la memoria empieza en la Guerra Civil porque nunca leyeron un libro de historia y se les nota. La verdadera memoria histórica son 3.000 años de historia que nos hacen ser como somos porque fuimos lo que fuimos. Ni siquiera la Guerra Civil puede interpretarse correctamente si no se conoce lo anterior. Igual que los nacionalismos no se conocen sin las pugnas entre centralismo y periferia de la época de los Austrias. Alatriste es, claro, mi pequeño grano de arena para contribuir a esa memoria, que es mucho más amplia que la que esos catetos con coche oficial creen que es.

Volviendo a sus libros, usted se curtió primero en novelas de aventuras y eso se nota. ¿Qué otras experiencias literarias están tras el telón de Alatriste?

Yo empecé siendo un lector de aventuras –Dumas, Stevenson, Melville...– Pero luego me he formado con lo que cualquier escritor occidental europeo debe formarse y que son tres elementos: los clásicos griegos y latinos, la lectura del Siglo de Oro, donde se afinan nuestras herramientas y la literatura europea del XX, donde se asientan las bases de la novela moderna. Pero, además de estos asuntos, durante 20 años viví un mundo bastante complejo cuando era reportero y por ello también tengo mi mirada propia. A mí Alatriste no me lo han contado, sale de la vida que he llevado aplicada a una lección del mundo y a los libros que he leído. El componente personal de Alatriste es muy importante: yo no soy él, pero él si es mi forma de ver el mundo. He conocido Alatristes en mi vida profesional, de los que he tomado esos rasgos que me permiten darle carne y realidad al personaje y a sus compañeros. Por eso estoy tan orgulloso de él, y no hablo de calidad sino de orgullo paterno. Alatriste es el personaje que de la manera aparentemente más sencilla plantea las cuestiones más complejas.

Ahora que nombra su etapa como reportero, usted dijo en una ocasión que el periodismo ya sólo le parecía un mal sueño.

Nunca se fíe de lo que dicen los periodistas. Yo fui muy feliz siéndolo, es una profesión que me dejó una forma de mirar sin la que yo no sería un novelista coherente. Pero yo soy un reportero, de la generación de Alfonso Rojo, Julio Fuentes. Entonces la conexión era muy extraña. El directo y el móvil han matado al reportero, ya no los hay como los de antes. No digo que sean mejores ni peores, pero sí que no son como los de antes porque su mundo no es el mismo. En este contexto es evidente que estoy muy contento de no ser ahora reportero porque la gente de mi generación –empecé en el 73– se hubiera adaptado muy mal a lo que la tecnología exige: ese contacto continuo con la redacción que es lo contrario a lo que creo que debe hacer un reportero, que es un cazador que debe tener un campo lo bastante libre y amplio para obtener el producto de su caza.

Más allá de las experiencias periodísticas que les han marcado a ambos, ¿En qué se parecen usted y Alatriste?

En la certeza del que el ser humano está solo, de que lucha y muere solo. Y de que los poderosos siempre traicionan a su fiel infantería, de que el valor y la dignidad vencen la batalla, pero de que, a pesar de todo esto, hay hombres que no se resignan, y que es posible mantener la dignidad en mitad de tanta basura y tanta miseria tanto en el XVII como en el XXI. él y yo hemos aprendido que el mundo es un lugar peligroso, frío y hostil de difícil supervivencia donde sólo palabras como amistad, lealtad, compasión cultura y amor cuando hay suerte permiten sobrevivir. No son palabras que solucionen nada, pero tienen una función analgésica, de consuelo, no eliminan la causa del dolor, pero permiten soportar el dolor. Esa es la filosofía personal de Diego Alatriste y Tenorio soldado de los tercios de Flandes.

Al margen de la relación entre ustedes, el éxito de Alatriste debe tener mucha relación con la identificación entre los lectores y él.

Hay una cosa que me encanta de Alatriste y es que subo a un taxi o me siento en un café y charlo con personas de las que me doy cuenta que no han leído nunca un libro de esta saga y me hablan de él. Y comprendo que he conseguido sin pretenderlo lo que cualquier escritor sueña: que sus personajes de ficción trasciendan el libro y se conviertan en mitos de la vida cotidiana. Por otro lado, me llegan cartas preguntándome detalles de él como si hubiera sido un personaje real, y conseguir eso es muy grande para un autor. También hay quien me dice «mire, yo soy Alatriste», gente que se ha visto reflejada en él y que comparte con él su propia mirada. Es un mercenario con pocos escrúpulos, pero con ciertas retorcidas dignidades morales, por lo que no es difícil que sea adoptado como amigo y alter ego. Ramoncín, catedráticos de universidad, Viggo Mortensen... todos me han confesado ser Alatriste.

También se ha vendido mucho fuera, ¿Puede un francés o un italiano llegar a comprender esa desgracia española de la que usted habla? La crítica internacional lo ha señalado como el nuevo mito español, igualándolo incluso a Carmen.

Al principio no quise que se tradujera porque creía que no se iba a entender, pensaba que no era bueno que esa mirada cayera en manos de desconocidos, de extranjeros, que podían juzgarnos de una forma muy amarga. Alatriste no tiene nada de patriotismo ni fanfarria nacional, es una amarga crítica, la más amarga que he leído; nadie ha dicho de España las cosas tan brutales que yo he dicho en estos libros. Pero al final accedí y para mi sorpresa funcionó muy bien. En Japón todos se traducen enseguida. La razón es que los esquemas de Alatriste, su tragedia y su mirada son asumibles por otras culturas y esto ha sido una gran lección. Que la crítica lo comparta es honroso para el autor.

¿Quién sería Pérez Reverte sin Alatriste? ¿Qué historias hubiera escrito estos años de no dar con este hallazgo?

Un autor es alguien que lleva con él un mundo narrativo por escribir, y que no siempre lo escribe. Cuando él muere, mueren docenas de historias nunca contadas. Lo que le falta es tiempo técnico para contarlas. Supongo que Alatriste estaba en mí como otras historias. Fue lo del libro de mi hija lo que desencadenó el impulso, pero antes o después habría salido, en forma de marino del XVIII, de legionario romano del año IV dC, de un conquistador en América o un soldado de la guerra de Cuba, porque la historia que cuento, que es la nuestra, vale para todos ellos. Es nuestra España del siglo XXI intentando ser comprendida con los ojos del sigo XVII. Alatriste es el envoltorio que me permite trabajar con una historia que de una u otra forma habría contado y que, de hecho, cuento en otras novelas como Un día de cólera y Cabo de Trafalgar, en mis artículos semanales y, en fin, en toda mi obra. Una visión del mundo y de mí como español con la desgracia que a menudo esto supone y también con la memoria enfrentada a la vida. Tuve la desdicha de nacer en España y como tal tengo que asumir esta españolidad en parte de mi obra literaria. Cada uno baila con la chica que le toca, para lo bueno y para lo malo. Más para lo segundo, pero también de lo otro.

¿Su personaje sobrevivirá al siglo XXI? El cine ya le ha dado un buen bocado, ¿qué espera en lo venidero?

Aquí, por generación, creo que el cambio en el libro será mucho más lento. Hay nuevos hábitos, pero el lector necesita todavía el libro objeto como compañía, el papel impreso y las páginas de internet aún no han conseguido sustituir el calor y la amistad del libro que llevas en la mochila. Cuando ocurra, yo no estaré aquí para verlo y por lo tanto no me importa demasiado. No creo que ni a Alatriste ni a otros les afecten a corto plazo los cambios tecnológicos. Igual que en el pueblecito de Astérix, siempre habrá un grupo de lectores suficiente para justificar la existencia de libros. Yo tengo mis lectores y mis libros, y mi periodo de vida lo tengo asegurado como lector y también como escritor, porque también yo necesito mis libros analgésicos.

La estrategia política, la Inquisición, la guerra de Flandes, el oro de América y el mundo del teatro. ¿Qué otros terrenos le quedan por recorrer a su capitán?

Le quedan algunos escenarios de Europa, Francia, Italia y España. Tengo previstos todavía tres episodios más de la serie. Lo que sí sabemos ya es que muere en 1643 en la batalla de Rocroi, con una España derrotada definitivamente frente a una Europa distinta y una Francia que emergía como gran potencia. Hago muchos avances con prolepsis, y eso me permite no limitarme a lo que es la acción lineal sino también a aludir a episodios futuros que nunca llego a novelar pero que de esta forma quedan recogidos.




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