jueves, enero 07, 2010

Libros / Argentina: Norah Borges, la vanguardia enmascarada

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Xilografía de 1924 de Norah Borges, para la revista Proa. (Foto: Archivo)

Ciudad Juárez, Chihuahua. 5 de enero 2010. (RanchoNEWS).- Reproducimos de May Lorenzo Alcalá un fragmento de la introducción de su libro Norah Borges, la vanguardia enmascarada, que acaba de ser publicado por la Editorial Universitaria de Buenos Aires (Eudeba, 204 páginas). Tomado de Página/12:

Norah Borges es una artista olvidada, opacada por el brillo de su hermano Jorge Luis, por la personalidad arrolladora de su marido, Guillermo de Torre, y por una opción propia de la que, aparentemente, nunca se arrepintió. Desde el punto de vista plástico fue una promesa vanguardista que se frustró y, posteriormente, el paradigma de lo que debía ser la pintura femenina en la primera mitad del siglo XX; tal vez por eso, en la segunda mitad entró en un cono de sombras del que asoma, de vez en cuando, con motivo de algún remate, junto a Soldi, March o Diomede, no con Xul Solar o Pettoruti, como hubiera sido de esperar en la década del ’20.

Como ilustradora, en cambio, fue una predestinada: en la Argentina, durante el siglo entero en que vivió, sólo dos artistas plásticos llevaron esa actividad a alturas equivalentes: Luis Seoane y Carybé. Sin embargo, tal vez por inercia o porque se la considera una disciplina subsidiaria, tampoco en este campo ha tenido el reconocimiento debido.

Como dice su hijo Miguel de Torre, un puñado de voluntarios –Patricia Artundo, a la que reconozco su actividad precursora; Roberta Quance, en Irlanda del Norte; Daniel Nelson, en Estados Unidos; Sergio Baur y yo, desde el lugar al que nos lleve la diplomacia–, en distintos tiempos y con diferentes miradas, hemos vuelto a leer su obra. En mi caso, el interés es reevaluarla, reubicarla en un contexto internacional y nacional donde ha estado, según mi percepción, fuera de foco. Sin embargo, ésa no fue mi intención inicial.

Cuando, a principios de 1999, Sergio Baur me pidió que le ayudara a buscar material de Norah Borges, yo no imaginaba que esa colaboración oficiosa terminaría en un libro. En su calidad de consejero cultural de la Embajada Argentina en España, Sergio estaba en contacto con la Residencia de Estudiantes, institución mítica relacionada con las vanguardias del ’20, y sus responsables le habían propuesto organizar una muestra –que no se concretó hasta ahora– de grabados de la artista junto a la producción gráfica de Francisco Bores. Además de la similitud de apellidos, que dio lugar en su época a alguna boutade del hermano escritor, la obra sobre papel de ambos, correspondiente a la década heroica, evidencia muchos puntos de contacto.

Sergio sabía de mi pasión por las vanguardias del ’20 –que ya había dado como resultado un libro, Vanguardia argentina y modernismo brasileño, años ’20; una antología en portugués en colaboración con Jorge Schwartz, Vanguardia argentina, años ’20; y múltiples artículos–, por lo que no tuvo que exigirse mucho para entusiasmarme con el proyecto. Se trataba exclusivamente de ubicar grabados de la década referida. Busqué a Patricia Artundo, que había publicado el único libro contemporáneo sobre la artista y justamente sobre el tema específico: Obra gráfica, 1993. En esa primera charla me di cuenta de que Norah Borges era una especie de yacimiento arqueológico prácticamente sin excavar.

Durante los dos años siguientes en los que permanecí en la Argentina me aboqué a explorar las casas de amigos y parientes de Norah Borges, de donde surgieron descubrimientos como las cartografías –Cartografías y modernidad, los mapas desconocidos de Norah Borges, revista Transiciones, Mar del Plata, 2003–; el óleo Las cometas, absolutamente inédito y presumiblemente una de las cuatro obras que la artista expuso en 1936 en el Jeu de Paume de París, junto a Picasso, Miró, Gris, etc., que pertenecía a la Colección Bioy Casares-Silvina Ocampo; varios grabados también inéditos hasta entonces, además del primer libro escrito e ilustrado por ella, Poesías, Tomo I.

En el año 2000 viajé a España y, con Sergio Baur, fui a Valldemossa, Mallorca, a fin de verificar la supervivencia del mural que ella pintara en el Hotel des Artistes, oportunidad en que descubrimos la tinta Guiñoles sobre telón, también inédita hasta ese momento. En Madrid ubiqué al coleccionista presuntamente anónimo que había comprado Notas lejanas, el segundo libro familiar de poemas de Norah, ilustrado por ella, que contiene el primer prólogo escrito por Borges; él nos permitió fotografiar la totalidad del pequeño volumen, antes de volver a cerrarse en su proverbial hermetismo. Al año siguiente me mudé a España –por casamiento, no por Norah–, lo que me permitió revisar en forma exhaustiva las publicaciones ultraístas peninsulares en las que los hermanos Borges colaboraron, donde ubiqué muchas colaboraciones casi desconocidas de Norah que aclaran su derrotero por la vanguardia y alumbran sobre su evolución posterior. También investigué las revistas francesas y polacas, con, aunque más exiguos, parecidos resultados.

Por eso, un mérito que me adjudico es haber desenterrado restos arqueológicos que estaban a flor de tierra, sólo ocultos por algunas capas de polvo.

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A pesar de que Norah pasó desde los trece hasta los veinte años en Europa –además de otro viaje de doce meses, cuando tenía veintidós años–, el período juvenil transcurrió en España, en esa época país de costumbres sociales todavía más rígidas que la Argentina, y los pasajes por Francia, donde estaban más liberalizadas, fueron efímeros. Así que la combinación de preconceptos respecto de la vida que debía construirse una joven de bien y la responsabilidad femenina de asumir la devoción de la familia –«en mi familia, la religión era cosa de las mujeres», diría Borges en su Autobiografía– hicieron socavón en Norah, pese a que al principio tratara de disimularlo.

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Artísticamente, Norah había sido muy perceptiva, incorporando a sus obras rasgos evidentemente expresionistas; sin embargo, cuando ya en España se enfrenta al cubismo, esta tendencia no la permea con la misma facilidad; la artista la somete a adaptaciones que, manteniendo la apariencia, no descomponen el objeto, sino que apenas alteran su percepción: es lo que llamamos rombismo. Tal vez éste fuera el primer síntoma de la batalla que se estaba librando en su interior entre sus inquietudes artísticas y la necesidad de cumplir con el rol femenino establecido.

La formalización de su relación con Guillermo de Torre, hombre de personalidad imperiosa y dominante, marca no sólo el momento en que las vidas de los hermanos comienzan a desarrollarse en forma independiente, sino también un creciente deslizamiento de la obra de Norah hacia una estética que respondiera a los cánones femeninos de la época. La pareja se casa en 1928, y si bien reside al principio en Buenos Aires, donde él se convierte en el primer secretario de redacción de la revista Sur, en 1932 se instala en España, respondiendo a un ofrecimiento para colaborar en la implementación del proyecto de la Universidad de Verano de Santander.

Norah retoma, a través de Guillermo, los contactos con la intelectualidad española. Colabora en las revistas de la época y hasta participa en algunas actividades exclusivas de los artistas ibéricos, como la presentación, a principios de 1936, en el Jeu de Paume de París, junto a Picasso, Miró, Gris y otros. Si bien los brotes vanguardistas en su obra son ya muy infrecuentes, su nueva pintura, plácida, de colores pastel, plagada de figuras religiosas, de aldeanas, de niños regordetes y de quintones coloniales, es leída por sus contemporáneos como una adecuada respuesta al llamado a la vuelta al orden.

Contemporáneamente, desarrolla una ingente actividad como ilustradora, que había iniciado en la década del ’20 con las tapas a los dos primeros poemarios de su hermano. Esta es una tarea que la acerca profesionalmente a Guillermo de Torre quien, desde su vuelta a la Argentina en 1936, se convierte en el hombre fuerte de la Editorial Losada.

El retardado nacimiento de los hijos de la pareja –Norah tenía cerca de cuarenta cuando llegó el primero– agudiza su tendencia a reducir el núcleo social a los familiares, especialmente la madre, Leonor, y los amigos de su clase y condición. Lejos están los tiempos en que Norah, con Jorge Luis, se mezclaba indiscriminadamente con jóvenes bullangueros con el solo requisito de que estuvieran à la page en arte. Guillermo, que tal vez originalmente promovió o alentó la conversión de Norah en una señora de su casa, tanto social como artísticamente, ahora debe ejercer de muro de contención y muchas veces cuestionar las reaccionarias actitudes de su mujer.

Por otra parte, las diferencias entre Guillermo y Jorge Luis, el cuñado escritor que se va convirtiendo en famoso a nivel internacional, se agudizan, lo que obliga a Norah a hacer equilibrio entre ambos. Pero la tendencia natural a defender el núcleo primario hace infrecuentes las colaboraciones de ella con su hermano y más cotidianas las impulsadas por el marido, sean ilustraciones para Losada o para otras editoriales vinculadas con De Torre.

Finalmente, las aguas del embalse retenidas por el marido se desbordan a la muerte de éste, catástrofe que, por contraste, se manifestará con características piromaníacas. Y después del fuego, la decadencia será incontenible.

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