miércoles, enero 20, 2010

Textos / Eduardo Lago: «Admiradores de James Joyce»

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El escritor en 1939. (Foto: Gisèle Freund)

C iudad Juárez, Chihuahua. 19 de enero 2010. (RanchoNEWS).- En un ensayo titulado El fonógrafo de Joyce, Jacques Derrida cuenta que estando en una librería de Tokio oyó a un turista estadonidense exclamar: «¿No sería posible reducir tanto libro como se publica en el mundo a uno solo?». «Tendrían que ser dos», fue la respuesta del filósofo francés, «Ulises y Finnegans wake». Una nota de Eduardo Lago para El País:

No todo el mundo estaría de acuerdo. El consenso, prácticamente universal, es que estas dos obras de James Joyce (1882- 1941) ocupan el primer puesto de dos listados completamente distintos: Ulises (1922), una de las cumbres de la literatura universal, es la mejor novela jamás escrita en lengua inglesa. En cuanto a Finnegans wake (1939), título final de Joyce, al que dedicó 17 años de su vida, posiblemente sea el texto literario más oscuro e impenetrable de todos los tiempos.

Entre el final de una y el principio de otra medió un año durante el cual Joyce fue incapaz de escribir nada. Su imaginación se despertó de repente el 9 de marzo de 1923. En una carta dirigida a su amiga, la editora Harriet Weaver, fechada un día después, el autor anunciaba así el nacimiento de su siguiente novela: «Con gran dificultad, ayer cogí la pluma y conseguí escribir dos páginas». Siguieron casi dos décadas de entrega absoluta. Un nutrido grupo de admiradores, entre los que figuraban los escritores más notables de su tiempo, siguió con atención la laboriosa gestación del texto, que fue apareciendo por entregas en diversas publicaciones bajo el título provisional de Obra en curso. La extrañeza de los fragmentos que iban apareciendo sumió a los seguidores de Joyce en el estupor, pero nadie se aventuró a hacer un juicio definitivo hasta ver la obra publicada. Cuando eso ocurrió, en 1939, la reacción mayoritaria fue de rechazo. Una de dos, o el gran maestro había perdido la cabeza y había producido un monstruo literario inclasificable, o bien Joyce se sumergió en una experimentación radical con el lenguaje. Fuera como fuere, el texto de Finnegans wake era completamente ininteligible.

Es justo aquí donde entra en juego la magia de Joyce: pese a la extrema inaccesibilidad de sus propuestas narrativas, sucumben a su fascinación desde los especialistas a gente con escasa preparación literaria. Un artículo publicado el pasado 16 de junio en el Irish Times, fecha en que transcurre la acción de Ulises, conocida como Bloomsday, reveló que la mayoría de la gente que salía a la calle disfrazada de personaje de la novela no la había leído, aunque muchos lo habían intentado. Con Finnegans wake, cuya dificultad es muy superior a la de Ulises, el misterio se agiganta.

Quizá sea en Nueva York donde hay una mayor tradición celebratoria de la oscura novela del escritor irlandés. Cuando se publicó la primera edición en 1939, se escenificó un velatorio (uno de los significados del vocablo wake es velatorio) en la librería Gotham en el que participaron celebridades literarias de la época disfrazadas de personajes. En esta misma librería, desaparecida en 2006, se fundó en 1947 la James Joyce Society, cuyo carné número 1 ostentaba T. S. Eliot. Y allí mismo se fundó también, hace ahora 20 años, The Finnegans Wake Society. Desde entonces, los componentes de la sociedad se reúnen el último miércoles de mes para leer y comentar la obra. Entre los miembros figuran representantes de toda clase de profesiones. La primera lectura del texto, cuya extensión total es de 628 páginas, duró cinco años. Al hacer balance, se consideró que tal vez se había procedido con excesiva precipitación. La segunda lectura comenzó en 1996. Por ahora van por la página 344.

Para los finneganianos de Nueva York, el equivalente a Bloomsday es La noche de Earwicker, en alusión a un personaje del libro así llamado. Conviene indicar que la acción transcurre íntegramente de noche. El miércoles 13 de enero, aniversario de la muerte de Joyce, unos 40 finneganianos acudieron a un antiguo pub irlandés del sur de Manhattan para celebrar Earwickernight. Los asistentes entablan una animada conversación mientras dan cuenta de una guinness o un whisky antes de sentarse a cenar en mesas comunales. «Seamos honestos», dice Charlie Caruso, periodista en Newsweek y The New York Post durante más de 50 años, «el libro es un desastre, pero consigue algo que no consigue ningún otro: reunir a su alrededor a un montón de gente maravillosa». Ron White, miembro fundador, no está de acuerdo: «Por supuesto que tiene sentido, sólo que no es posible descubrirlo a solas. Hay que leer el libro en grupo».

A una indicación de Murray Ross, el presidente, el maestro de ceremonias, un hombre de pelo blanco, sonrisa perenne y gestos pausados, Kevin Gilroy, da comienzo a la velada. Antes de engolfarse en el juego de charadas, pasatiempo favorito de la familia Joyce, el grupo entona Finnegans wake, balada tradicional irlandesa que narra la resurrección de Tim Finnegans, al derramarse sobre él una botella de whisky en pleno velatorio, historia que por supuesto aparece en la novela. Los finneganianos cantan a capella y no desafinan demasiado. Concluida esta parte del ritual, se aprestan a iniciar el juego de adivinanzas. Ross y Gilroy arrojan al interior de un sombrero hongo unas papeletas en las que aparecen frases extraídas del enigmático volumen. Distintos voluntarios las van leyendo en silencio para sí y, mediante gestos, intentan trasmitir su contenido a la audiencia. Resulta asombrosa la facilidad con que, una a una, logran identificar las frases secretas, hasta que sólo queda la última. Una chica la extrae mientras la asamblea de finneganianos la observa, gozosamente tensa. La esposa de Humphrey Earwicker, presencia que Joyce envuelve en un misterio que la hace particularmente atractiva, responde al nombre de Anna Livia Plurabelle. Los sinuosos movimientos que hace con las manos la encargada de representar la última adivinanza logran transmitir el viaje que efectúa por el tiempo la elusiva criatura de ficción. Como si lo hubieran ensayado, varios asistentes se ponen en pie de un salto y recitan al unísono: «Anna fue, Livia es, Plurabelle será». Imposible no imaginarse a Joyce riéndose en su tumba.

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