miércoles, febrero 10, 2010

Teatro / Entrevista a Philippe Dauchez

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El teatrista integra los elementos tradicionales en sus montajes. (Foto: M. R. S.)

C iudad Juárez, Chihuahua, 10 de febrero 2010. (RanchoNEWS).- Llega a la cena igual que cuando aterrizó por primera vez en Malí: completamente desganado. Explica que no tiene hambre. Que acaba de salir del estreno de una obra de teatro y que ha abusado de los canapés. Pero observa el pequeño restaurante de comida africana, completamente vacío, y busca la mesa más tranquila. Se sienta y sonríe. Como parece hacer con todo, se adapta. Philippe Dauchez llegó a Bamako para trabajar en el Instituto Nacional de Arte por seis meses. Se ha quedado 30 años y aún no tiene proyectado volver definitivamente a su París natal. Este francés de 81 años, profesor y director de teatro y antiguo colaborador de Albert Camus, le ha cogido el gusto a Malí y a su gente. Una entrevista de María R. Sahuquillo para El País:

También a la comida, aunque sólo pida ensalada. «Tengo que empezar a cuidarme, me hago mayor», bromea. «¿Sabes? Nací el mismo día que Martin Luther King, el 15 de enero de 1929». Dauchez cede ante la insistencia del camarero y acepta también un plato de arroz con tomate y alokos (plátano frito). Apenas lo tocará. Pero va picando de la ensalada de tomate, cebolla y pepino con la misma pasión con la que habla de teatro. Pero no de cualquier tipo. De teatro «útil». «Este arte es una forma de terapia. Puede curar», dice. No por casualidad, Dauchez nació en una familia de médicos. «Abuelos, padre, tíos médicos. Yo también debería haberme dedicado a la medicina. Pero el teatro me ganó. En él está la esencia de la vida».

Y es lo que aplica en sus clases. También en las obras que dirige en colaboración con varias ONG. Crea historias que integran elementos del teatro antiguo maliense -«porque lo había. Usaban, entre otras cosas, marionetas»- para explicar, por ejemplo, los efectos del sida o de llevar una correcta higiene personal. «Son espectáculos montados para regiones particulares, en su lengua. Después de la obra, además, los espectadores preguntan lo que quieran», dice.

Dauchez pide un té. Le llega en una pequeña tetera blanca, un formato que no puede ser más europeo. Lo toma a la maliense, con mucho azúcar. Eso sí, con un poquito de limón. Una combinación que resume su vida en el país africano, donde se ha casado con una maliense. «Entre los dos juntamos, de nuestros anteriores matrimonios, seis hijos. Todos viven en el mismo barrio de París». Pero antes de Malí, Dauchez vivió en Camerún y en Argelia. Su paso por este último país le llevó a conocer a Camus. Poco después se convertiría en su amigo y colaborador.

La conversación se detiene. Un grupo ha entrado en el restaurante y el ruido distrae a Dauchez. «¿Por dónde iba? Ah, sí, Albert... Era francés, pero tremendamente apasionado. Muy enamoradizo... A veces me volvía loco porque siempre quería cambiar los textos a última hora. Todavía recuerdo la sensación que tuve cuando me llamó a su despacho en la editorial Gallimard porque quería hacer su particular Don Juan. Me dijo: 'Vamos a hacer un teatro que despertará la curiosidad de la gente».

Dauchez baja la vista. Cuenta que cuando Camus falleció, hace ya 50 años, decidió no volver a hacer teatro. Se dedicó un tiempo al cine documental. Pero no era lo mismo. Poco a poco fue volviendo a los escenarios. Y comenzó a enseñar. «Al final, todo sana», dice.

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