martes, marzo 23, 2010

Cine / Japón: El centenario de Akira Kurosawa

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El legendario cineasta nipón. (Foto: EPA)

C iudad Juárez, Chihuahua. 22 de marzo 2010. (RanchoNEWS).- En Japón nadie diría que mañana se cumple un siglo del nacimiento del cineasta más influyente del país y uno de los más laureados en la historia del séptimo arte: Akira Kurosawa (1910-1998). El preocupante silencio institucional se debe aparentemente a que los fastos del aniversario recaían enteramente sobre la Fundación Akira Kurosawa, dirigida por Hisao Kurosawa, hijo del director y productor en sus últimos filmes. Una nota de Andrés S. Braun para El País:

A finales de enero, el diario Yomiuri Shimbun informó de que unos 300.000 euros del patrimonio de la fundación se hallaban en paradero desconocido y que Hisao Kurosawa está siendo investigado por posible malversación, lo que viene a significar que la fundación está literalmente arruinada. Así pues, los eventos planeados quedan en suspenso, entre ellos, una gira mundial bautizada como AK100 que, para escándalo de fans, contaba con una chirriante identidad gráfica del dibujante francés Moebius (Jean Giraud).

Peor aún que la suspensión de actos en Japón es la congelación del estreno del documental inacabado sobre teatro noh que filmó Kurosawa en los ochenta y el metraje inédito que llegó a rodar para Tora!, Tora!, Tora! antes de abandonar el proyecto. La única buena noticia para los seguidores del realizador ha sido el lanzamiento en mayo de 2009 de una página web (www.afc.ryukoku.ac.jp/Komon/kurosawa/index.html) promovida por la fundación que incluye unos 20.000 documentos entre guiones, notas de producción, fotografías personales y de rodaje, storyboards o bocetos firmados por el propio cineasta, gran enamorado de la pintura. Lo malo: que su traducción a otros idiomas aún está pendiente.

De esta manera, los fans de Kurosawa tendrán que conformarse de momento con relanzamientos de sus títulos en DVD, ciclos puntuales o rumores sobre remakes de películas como Vivir. Los problemas de la fundación, sin embargo, no afectarán a lo organizado en España por el crítico e historiador Josep Maria Caparrós, que llevará a 12 ciudades –arrancó la semana pasada en Las Palmas– ciclos de cine, seminarios y una exposición de dibujos de Kurosawa, entre otras actividades. Resulta aún más triste pensar que en 2010 también se cumplen 60 años desde el estreno de Rashomon, que ganó el León de Oro en Venecia y descubrió al mundo entero el inmenso talento de Akira Kurosawa.

Basado en dos relatos del célebre escritor Ryonosuke Akutagawa, Rashomon concentra buena parte de los métodos que hicieron famoso al director, como el uso de la multicámara, el empleo de la luz natural o su peculiar forma de trabajar con los actores, a los que solía sumergir en el universo narrativo de cada filme de una manera que rayaba en lo obsesivo. Hizo disparar flechas de verdad sobre el actor Toshiro Mifune en la secuencia final de Trono de sangre. De hecho, su fama de director perfeccionista, caprichoso y autoritario le hizo ganarse el apodo de El Emperador.

Antes de Rashomon, la historia de Kurosawa es la de un niño nacido en el antepenúltimo año de la era Meiji (1868-1912), en el seno de una acomodada familia tokiota de estirpe samurái. Entre las figuras que marcaron su infancia está su despótico padre Isamu (al que siempre recordaba enojado y puliendo su katana con polvos abrasivos, según narra el maravilloso documental A. K. de Chris Marker), que le inculcó su amor por las películas. Y sobre todo le influyó su hermano mayor, Heigo, personaje brillante y oscuro que trabajó como benshi (narrador de cine mudo en las salas) antes de suicidarse. Tuvo tiempo para dejarle una perla imborrable: cuando ambos hermanos caminaban por las desoladas calles de Tokio tras el terremoto de 1923 que acabó con la vida de unas 100.000 personas, Heigo obligó a Akira, que tenía 13 años, a mirar directamente a los cadáveres para «superar sus miedos».

El inicio de su carrera como director estuvo marcada por la falta de libertad creativa, pero las presiones se fueron rebajando a finales de los cuarenta y en 1950 llegó Rashomon. A partir de aquí, y fruto de su estrecha colaboración con los actores Takashi Shimizu y Toshiro Mifune, se sucederían algunos de los títulos que más han influido a directores de todo el planeta. Son la enternecedora Vivir (1952), la épica Los siete samuráis (1954), Trono de sangre (1957), calificada por Harold Bloom como la mejor adaptación de Macbeth, La fortaleza escondida (1958) –que inspiró a George Lucas los personajes de C3PO y R2D2– o Yojimbo (1961), maravillosamente plagiada por otro grande, Sergio Leone, en Por un puñado de dólares.

Ya entonces, Kurosawa se enfrentaba a los críticos japoneses que le acusaban de ser demasiado occidental, empeñado en llevar a la pantalla la literatura de Dostoievski, Shakespeare, Gorki o Simenon, en cuyas novelas se inspiró para rodar El perro rabioso (1949). Las acusaciones le pasaron factura dentro de la industria nipona, que a finales de los sesenta lo consideró ya manido y lo empujó a una lucha constante para lograr financiar sus trabajos.

Después del estreno en 1970 de Dodeskaden, Kurosawa intentó suicidarse. Logró reponerse y filmar la que fue su única película producida en el extranjero, Dersu Uzala (1975), un alegato contra la desnaturalización del hombre moderno. Ya casi ciego, y con el apoyo financiero de George Lucas, Francis Ford Coppola o el francés Serge Silberman, rodó en la siguiente década la monumental Kagemusha (1980) y la poderosa fábula Ran (1985), su obra cumbre para muchos y por la que fue candidato al Oscar. Perdió, aunque en 1989 obtuvo la estatuilla honorífica. Salió a recogerla pertrechado tras sus famosas gafas ahumadas, que eran su homenaje a su admirado John Ford.


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