martes, abril 13, 2010

Cine / Argentina: Un debate sobre los modos de producción en la Industria

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Aspecto del evento. (Foto: Guadalupe Lombardo)

C iudad Juárez, Chihuahua. 13 de abril 2010. (RanchoNEWS).- La polémica sobre la relación entre el cine y el Estado se actualiza todos los años durante el Bafici. Publicación de libros y revistas, controversias en la web y charlas componen un corpus tan inabarcable por lo vasto como por lo diverso; por no hablar de los corrillos, los chismes y las internas subterráneas. Esta vez les tocó discutir el tema a Juan Villegas y Mariano Llinás, con Rafael Filippelli oficiando de coordinador. Tres realizadores que participan de una u otra forma en el festival y que se las han arreglado para cultivar vivencias propias sobre un asunto que tarde o temprano afiebra la conciencia de casi todo cineasta. Una nota de Facundo García para Página/12:

«Cierto tipo de films no puede existir sin el Estado», abrió cancha Filippelli. «Lo que ocurre es que hoy las películas que más se benefician con las ayudas oficiales son las menos jugadas, las que buscan el éxito de taquilla.» El director denunció que «ese mismo sistema deja abierta la posibilidad de montar un negocio alrededor de los subsidios. Se recibe un financiamiento público, se gasta menos de lo que se declara y el resto de la plata queda para los que armaron la operación. Incluso llegan a comprar facturas para poder presentar esos gastos inflados», especificó.

El panel fue unánime en el diagnóstico: los fondos distribuidos por el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (Incaa) se estarían repartiendo por mecanismos cuestionables, a partir de «comisiones que representan a las corporaciones involucradas». Despojarse del grillete –insistieron– no será sencillo. «A mi criterio habría dos formas de fomentar la actividad cinematográfica siendo más justos», comentó Villegas. «Una sería con un sistema universal, en donde todas las películas tengan algún tipo de sostén, con tal de que cumplan con ciertos requisitos técnicos. El obstáculo es que presentaría los mismos inconvenientes que se plantearon recientemente con los planes sociales. Así, el proyecto de Amalita Fortabat podría recibir el mismo subsidio que el de un pibe que no tiene un mango. La otra posibilidad sería adoptar un criterio extremadamente selectivo, donde se seleccionara a unas pocas iniciativas sólo por sus méritos y se las fomentara con intensidad».

Villegas, que en esta edición del Bafici está presentando Ocio junto a Alejandro Lingenti, subrayó que de no mediar un golpe de timón el líquido estatal continuará apagando incendios «con una discrecionalidad muy fuerte, por no hablar de arbitrariedad. Y esto no tiene que ver con tal o cual presidente del Incaa. La fuente del error está en la misma Ley del Cine», siguió el artista. Por ende, el creador invitó a no quedarse presos de un solo recurso. Lo decía con autoridad, porque más de una vez ha trabajado por fuera de los circuitos obvios. «Frecuentemente se piensa que estos vínculos se restringen al Instituto. Hay que salir de esa visión. Hay otros estados –sin ir más lejos, el Bafici está manejado por la Ciudad de Buenos Aires–, y hay otros países que también dan asistencia y premios».

En la grilla de opciones para financiarse también figuran las coproducciones, el dinero de empresas privadas, los mecenazgos y los fondos cooperativos. En ese sentido, Llinás tenía mucho que opinar. Sea porque no le cuadraban los ámbitos de exposición que ofrecía el Incaa o porque no quería acotarse a sus exigencias, escribió el guión y dirigió Historias extraordinarias, una obra que hizo mucho ruido y se financió con los treinta mil dólares que aportó el canal I-Sat a condición de adquirir los derechos internacionales y la posibilidad de difundirla por televisión. Además, su productora Pampero ha ido alternando premios con acuerdos para conseguir un ritmo de rodaje más que aceptable. «Sin embargo, nada de eso implica que yo crea que el Estado no tiene que participar. En realidad, esta discusión debería empezar preguntando si hay una o dos especies de cine. ¿Existe eso que en un momento se llamó ‘cine de autor’ y ahora se clasifica como ‘cine independiente’? Yo creo que sí. Hay trabajos que se hacen pensando en ganar dinero y otros que persiguen otros objetivos», sentenció el orador. Desde su visión, el chasco llega cuando desde los escritorios oficiales no se termina de interpretar esa dicotomía. «El Incaa no pareciera contemplar la diferencia. Tiende a financiar a aquellas películas que tienen inclinaciones más ‘industriales’. No está mal si lo que se quiere estimular es justamente eso, una industria que busca dinero. Ahora bien: si se está pensando en colaborar con un cine diferente, están errando el tiro».

Dijo Villegas: «Por otra parte, supongo que cuando se habla de financiar una industria se piensa que en un momento ese sector de la economía va a dejar de precisar ayuda y va a poder mantenerse solo. No da la impresión de que esté operando así». «Y es más –terció Filippelli–, se dice que dadas las condiciones actuales para conseguir un subsidio, hoy no se podría rodar Mundo Grúa. ¡Cuántos ‘Mundos Grúas’ nos estaremos perdiendo!» Llinás no coincidió: «No creo que sea así. Nos estaremos quedando sin ‘Mundos Grúas’ hechas en fílmico, como exige el Instituto. Pero buenas cosas se siguen haciendo», puntualizó.

El último tramo de la reunión hizo foco en la distribución. En un clima de mutación catastrófica, los que la reman por el Séptimo Arte navegan mares inciertos. Según Villegas, «es más fructífero que el Estado colabore en instancias de producción. Cuando se mete con las cuotas de pantalla, por ejemplo, suele terminar homogeneizando la oferta. Si el dueño de Cinemark se encuentra con que tiene que poner films argentinos en la mitad de sus salas, lo que hace es destinar cinco para Avatar y otras cinco para El secreto de sus ojos, expulsando del juego a opciones interesantes de cine europeo, asiático y también local». Llinás empujó más allá. «Estamos en una crisis del viejo modelo de exhibición», advirtió. «Yo soy director, y para serles sincero rara vez me meto en una sala. No creo que el Estado deba sostener un sistema gigante que se está cayendo. Quizás habría que fomentar la existencia de muchas pequeñas salas con propuestas tremendamente amplias, más o menos como ocurre con la movida de los teatros independientes porteños».


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