sábado, junio 12, 2010

Libros / España: «Una parte del todo» triunfal novela del escritor australiano Steve Toltz

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Portada del libro. (Foto: Archivo)

Ciudad Juárez, Chihuahua. 12 de junio 2010. (RanchoNEWS).- A Steve Toltz (Sydney, 1972) se lo imagina uno yendo por la calle en Bicing, cocinando espaguetis en un piso de estudiantes o viendo DVD con su novia en una tarde de domingo. Tímido pero a la vez simpático, puede decirse que su debut novelístico, Una parte del todo (Ediciones B en castellano, La Campana en catalán) ha asombrado al mundo. Traducido en 18 países y finalista del Booker 2008, el gran premio de las letras anglosajonas –donde compitió con Salman Rushdie o el finalmente ganador Aravind Adiga–, empezó a escribir su historia en el 2002, cuando vivía en Barcelona, de realquilado en una buhardilla del Born sin ni siquiera luz eléctrica, y ganándose el sustento impartiendo clases particulares de inglés. «Colgaba cartelitos en las farolas, semáforos y tiendas y la gente me llamaba al móvil. Tenía tarifas baratas, pero le aseguro que ningún alumno se ha quejado», afirma, con una naturalidad de recién llegado a la feria de las vanidades literarias. Algunos descubrirán ahora que aquel australiano tranquilo que les enseñaba inglés en el césped del parque de la Ciutadella es el narrador revelación de la lengua inglesa, gracias a una enloquecida y lúcida novela cuyas olas de humor mecen al lector en el frenético y estimulante absurdo de la vida. Una nota de Xavi Ayén para La Vanguardia:

El novelón toltziano cuenta la agitada historia de un hijo y su padre, y recorre los más diversos lugares –presidiarios, psiquiátricos, canchas deportivas, bares...– desde Australia a París pasando por Bangkok. Un género que él llama «realismo imaginativo» y que tiene mucho de irreverente, con hallazgos cómicos como una cooperativa democrática del crimen (donde los malhechores deciden todo por asamblea) o una casa rodeada por un laberinto. Los golpes de ingenio de Toltz y sus digresiones filosóficas se extienden a lo largo de casi 700 páginas.

Su vocación literaria se fogueó con «multitud de cuentos que presenté a varios concursos... pero no gané ninguno. Tras siete años de fracasos, decidí desarrollar como novela dos relatos que me gustaban mucho. Uno era sobre un personaje que era un apestado nacional, un criminal a quien toda Australia odiaba, preguntándome cómo se siente uno si es odiado por 20 millones de personas, y cuáles son los mecanismos por los que los medios crucifican a alguien públicamente. ¿Qué pasaría, además, si ese tipo fuera tu padre? ¿El hijo de un rebelde se puede convertir en un rebelde? Y lo mezclé con la historia de un fugitivo que quiere regresar a su país como inmigrante ilegal. A la vez, quise verter ahí toda la filosofía y psicología que había leído, y mis propias obsesiones sobre la gente y el comportamiento humano, mis ideas sobre la muerte. Era algo muy ambicioso para una primera novela, pero al final me salió bien». Toltz tardó cinco años, y explica que «los personajes y las subtramas eran como células simples que se iban multiplicando, dando lugar a un organismo complejo, a un edificio». En algún caso ha utilizado fragmentos de sus propios diarios pero ante todo la obra «es un gran acto de imaginación».

«En Australia –prosigue– el deporte es la religión oficial. Siempre otorgamos el título de australiano del año y el 89% son deportistas. Y la obsesión por el crimen es otro componente del ADN nacional, no olvide que cualquiera de nosotros tiene ancestros presidiarios porque el origen del país es que el Imperio Británico envió allí a sus presos en barco. Incluso tenemos un show televisivo presentado por un ex criminal. Mi delincuente, Terry Dean, es un ex deportista de élite que se dedica a asesinar brutalmente a implicados en la corrupción del deporte, gente que amaña partidos y esas cosas, con lo que se granjea enormes simpatías populares, porque los criminales que caen mal a la gente son los delincuentes de cuello blanco, no los justicieros».

En Una parte del todo, los hechos más tremebundos son narrados con una mirada cómica. «De niño estuve enfermo –cuenta– y leí mucho, recuerdo que los escritores que más me gustaban eran los que abordaban los grandes problemas del mundo y la condición humana sin perder el sentido del humor. Eso es, para mí, la elegancia. A menudo me encuentro con que mis amigos y familiares se ríen cuando abro la boca a pesar de que no sea mi intención hacerles reir. No quise escribir una novela cómica».

El ritmo acelerado, con continuos movimientos de cámara hacia delante y hacia atrás, es otra de las características del libro, que pivota también en la relación fraternal entre el asesino en serie y su hermano Martin, quien «pasó toda su infancia en coma, viendo cómo su hermano Terry era el guapo, el deportivo y el triunfador, pero al final él le traspasa toda su desgracia, con gran sentimiento de culpa».

Los maestros de Toltz son los grandes de la narrativa rusa, de Chejov a Dostoievsky o Turgueniev, a los que estudió por libre al acabar su carrera de audiovisuales en la universidad. «Me di cuenta de que me había licenciado sin leer un solo libro, así que, escandalizado, fui al departamento de literatura rusa y les pedí su lista de lecturas, que fui devorando título a título». En su panteón particular también figuran Céline, Thomas Bernhard, Fante, Cioran, Nietzsche, Henry Miller o Knut Hamsun. Y ultimamente ha añadido a Witold Gombrowicz y a Bolaño.


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