miércoles, julio 07, 2010

Margarita Muñoz: «La infinitud de Montemayor / Un acercamiento a su trabajo poético»

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El escritor parralense.(Foto: RMV / RanchoNEWS)

Carlos: siempre te gustó la realidad, la enfrentaste con mucho valor y la enriqueciste con tu sabiduría. Ahora nos dejas frente a ella, descarnada, sin ti, pero con tu voz y tu lucidez que seguirán siendo una guía en la oscuridad de este tiempo mexicano. Será la lengua materna, será la poesía temprana, serán los pueblos originarios, serán las flores y el canto... algo será que, en tu memoria, recupere la fragancia de éste, tu amado México.

Jesusa Rodríguez y Liliana Felipe.

Ciudad Juárez, Chihuahua. 1 de agosto de 2010. (RanchoNEWS).- Hablar de un personaje como Carlos Montemayor, cuyas dimensiones literarias, estéticas, y culturales trascienden nuestro país, resulta no sólo muy difícil sino, seguramente, insuficiente. El mundo en el que se desenvolvió, aquél que decidió desentrañar, comprender y amar, es como un caleidoscopio por lo cual implica adentrarse en una dimensión tan rica, vasta y variada como es su obra: poeta, ensayista, traductor, novelista, cuentista y crítico, quien a través de su gran acervo literario, su creatividad ilimitada tuvo el poder de abordar cualquier tema con sensibilidad y erudición.

En tantos de los océanos de la sabiduría, Carlos navegó como un marinero experimentado y apasionado por las aguas y los viajes en altamar. Además de ser un agudo analista político, Montemayor fue un gran estudioso de los idiomas latín, griego, hebreo y de varias de las lenguas indígenas mexicanas, como tzotzil, tzeltal, lacandón y náhuatl, y conocedor de las literaturas clásicas y las filosofías antiguas. Políglota, su amor por nuestra cultura lo llevó a investigar los recursos literarios de las lenguas indígenas de México, especialmente el maya yucateco, las lenguas mayas de Chiapas, el zapoteco del istmo y el purépecha, que dieron como fruto dos volúmenes con escritos en diez lenguas indígenas.

Como artífice de la lengua, le valió ser miembro de número de la Academia Mexicana correspondiente a la Academia Española de la Lengua. Su obra refleja el oficio del escritor que se traduce en un lenguaje luminoso, trabajado para darle la resonancia que tiene nuestro idioma, siempre anclado en la tradición clásica. Toda su vida sostuvo con su palabra y con sus actos que la narrativa y la poesía eran sus pasiones. Sin embargo, creía que la poesía era la expresión más pura de la lengua humana, la forma más depurada de la literatura: (cito) «La poesía es una forma de invocación, una forma de conjuro, una especie de grito salvaje y armonioso de la especie humana, en cambio la narrativa es una forma de apoderarnos del mundo que quisiéramos poseer para siempre y jamás perder. La poesía es un conjuro, la narrativa es una apropiación de las cosas», (fin de cita).

Arraigado en su natal Hidalgo del Parral, Chihuahua, donde vio la luz primera en 1947, el norte mexicano permea en toda su otra. Sus raíces, su experiencia vital, sus años fundacionales, su formación moral y religiosa, están fincadas en los ásperos paisajes de esta tierra. Sus afilados contornos, sus largas sequías, el trabajo en las minas, quedan plasmados en su visión estética vital que imprimió en su obra con un claro y nutrido interés por el compromiso social y político.

Carlos estudió la primaria y la secundaria en Parral, luego la preparatoria en Chihuahua. Después se marchó a la ciudad de México, donde realizó estudios universitarios y de postgrado. Los dos años en Chihuahua y el primero en México sirvieron de distanciamiento con el paisaje natural de su tierra y a su regreso, en unas vacaciones escolares, se reencontró con sus cerros, el ambiente minero, el paisaje semiárido. Este hecho lo empujó inesperadamente a la escritura. Esa necesidad de expresar el paisaje, la emoción que éste le producía, lo condujo a la poesía. La tierra, para Montemayor era un ser vivo que le podía, mirar, tocar, hablar. «Descubrí, –decía Carlos–, que la tierra estaba presente a partir del sonido, me di cuenta de que yo también estaba ahí, oyéndola. Esa sensación de que yo estuviera ahí no la podía expresar, pero la recuerdo: la tierra tenía una identidad y yo también». Esta sensación Carlos la expresa en muchas de sus entrevistas al declarar que la tierra, el paisaje, no eran sólo un escenario, sino una forma de conciencia, creía que la eternidad nos acechaba en ciertos momentos de la vida y que gran parte de ellos los conocimos en la infancia.

Arte poética I es uno de sus primeros poemas y todos los autores que han escrito sobre la poesía de Montemayor coinciden en señalar que éste es su tesis de lo que es la poesía. En él están sentadas las bases de su creación poética. Arte poética I fue escrito cuando Montemayor no se dedicaba todavía a la literatura como una actividad total, era una época en la cual se definía a sí mismo como un investigador que recopilaba información sobre los temas que años después desarrollaría. Era un «testigo silencioso» en un momento convulso de la historia de nuestro país.

Arte poética, I

Para Fernando Ferreira de Loanda


Cuando mi hijo come fruta o bebe agua o se baña en un río,
sólo dice que come fruta
o bebe agua o que se baña en el río.
Por eso ríe cuando leo mis poemas.
No comprende aún tantas palabras,
no comprende aún que las palabras no son las cosas,
que en un poema quiero decir lo que nos rebasa a cada paso;
la ira entre quincenas y casas prestadas y ropas que envejecen;
la esperanza entre deudas y calles compartidas con días monótonos
y con mañanas cuya única dulzura es el agua que nos baña;
la honra entre empleos temporales y amigos deshonrados;
la rapiña entre diarios y oficinas públicas;
la vida que nos abre los brazos para tomar
a un lado la noche de las lluvias
y en otro los días de las desdichas.
Mas cierta vez, comiendo un persimonio de mi pueblo,
dijo, sin darse cuenta,
que sabía como a durazno y ciruela.
Porque desconocía esa fruta,
no dijo lo que era, sino cómo era.
No comprende aún que así hablo yo,
que trato de comprender lo que desconozco
y que intento decirlo, a pesar de todo.
Como si ignorar fuese también una forma de comprender.
Como si siempre recordara
que la vida no es una frase ni un nombre
ni un verso que todos entienden.
Es, a mi modo, como decir
que bebo agua o como fruta
o que me baño en un río.

Carlos se dedicó simultáneamente a la poesía, la narrativa y el ensayo. Esta manifestación de su quehacer literario es la visión totalizadora, estética, filosófica, artística y humana. La dedicación apasionada al oficio de escribir, se refleja en un lenguaje, trabajado exquisitamente, con la plena conciencia de sus raíces en la tradición clásica. El otro enfoque central, también apasionado, es la condición humana, el ser humano que se enfrenta a sus deseos, a sus recuerdos y pérdidas, a sus sueños, a su destino, a su muerte.

Carlos siempre recordaba cuánto le había afectado la muerte de sus padres. Su madre falleció cuando era aún muy niño y con esa pena escribió varios poemas que llevan por título Memoria, textos que se refieren a Parral. En esos mismos escritos también se encuentra con su padre. Su poesía siempre está llena del aliento de la dicha de los hermanos y la familia, de la pasión por la tierra, los árboles, los ríos, y también por los amigos. Cito: «Quisiera ahora estar sentado/ en una gran piedra bajo los árboles/ y sentir el paso del viento…/ si estar ahora en un huerto fresco/ donde mi madre volviera a vivir/ y se sentara a mi lado bajo la sombra…pero estoy aquí/ contento con esta tristeza de mi memoria».

Montemayor decía que la poesía es una forma de conocerse a sí mismo, no como un ornato del lenguaje, sino como una vía, un camino para entender cabalmente una actitud vital, una vivencia interior, un deseo inexpresado o la memoria incluso. Siempre se sintió fundamentalmente poeta, la poesía le parecía un vehículo para reflexionar sobre muchos aspectos de la literatura. La mayor parte de sus ensayos literarios a lo largo de su vida fueron sobre poetas y sobre la poesía. Cito: «La poesía, es el motor inmóvil que mueve todas las cosas». (fin de cita)

Toda literatura fue para Montemayor un acto de reflexión, sin embargo la poesía era una forma de introspección en la propia naturaleza excepcional de la misma, donde el idioma cala más profundo en la conciencia humana. Según él mismo decía, cito: «la poesía es el referente más luminoso para entender cualquier época de la humanidad». «Los chihuahuenses –añadía–, todo lo que hallamos es un inmenso desierto, estamos ajenos a las culturas mesoamericanas, no tenemos esa carga existencial»; por ello el escritor no tuvo conflicto por haberse dedicado a ser latinista, helenista, mayista y a estudiar su poesía.

A través de su obra, Montemayor buscó comprender las emociones humanas y se adentró así en la historia reciente de México, su testimonio es una batalla ganada por mantener vivos en la memoria colectiva los movimientos sociales más importantes de nuestro país. Cito de Elegía de Tlatelolco: «Todo quedó en esta plaza/ nuestro amor en las piedras otra noche derrumbada/ el silencio vela como ataúd madre y hombre/ entre las botas y escupitajos de las escoltas/ y la vida se ensucia/ escondida en los edificios/ con el afanoso mendrugo/ que nos queda del amigo que no alcanzó a huir».

Montemayor, al referirse a su obra, decía que toda ella tenía el mismo hilo conductor: lo clandestino, lo subterráneo, el subsuelo. De ahí que la minería siempre esté presente en sus poemas, además su infancia transcurrió asociada a la actividad minera propia de su ciudad natal. La mina de Parral, «La Prieta», fue sin duda un elemento fundamental en sus años primeros. En su obra lo asocia con la cultura grecolatina, de la que dice es «el subsuelo de la cultura de occidente», así mismo las culturas indígenas de Mesoamérica son otra forma de subsuelo de la cultura mexicana actual. Entonces los movimientos guerrilleros son el mundo clandestino, soterrado, de la resistencia social.

El poeta expresaba que no podía unir el amor con la muerte, que no entendía la relación de Eros con Tanatos, (cito): «La temática erótica viene de mi propia pasión por la mujer, decía, la pasión amorosa nos hace tan voraces, tan ávidos, que es poco lo que nos queda entre las manos de toda esa agua luminosa que hemos recibido» (fin de cita). Insistía que sus poemas amatorios no tenían nada que ver con la muerte. Sus poemas florecían en el clima benigno de la primavera; con ella llegaban a su ánimo las palabras para forjar el poema dice Hugo Gutiérrez Vega.

La poesía de Carlos, impregnada de elementos recurrentes como lluvia, árboles, polvo, calles, acogen la memoria, el tiempo, la palabra. Predomina en ella el sentido de la eternidad, el reconocimiento de nuestro origen en cualquier cosa que surja al alcance de nuestro cuerpo: el sol, la luz, un aroma, un río, en donde se manifiestan las emociones. Las emociones que están más cerca de la sensualidad que de las cosas. Montemayor decía que el amor y el erotismo es lo que más nos acerca a la condición eterna, aunque siempre se reencuentra con lo universal que había en su casa de infancia.

Los poemas de Montemayor tienen una musicalidad natural, melodiosa, rítmica, formados por eneasílabos, endecasílabos y alejandrinos, tienen la aspiración a recuperar los versos latinos. Esa musicalidad permea también su narrativa, el cuento y la novela; la poesía, el lenguaje poético, prima en toda su obra.

Su primer libro de poesía Las Armas del Viento, está dedicado a su hijo David, quien murió siendo un niño y a sus amigos que le enseñaron a trabajar la madera. En el bosque aprendió a resistir y comprender el dolor. La muerte del hijo fue una experiencia intolerante, intransigente, una experiencia sin concesiones, cito: «Es el aliento que entibiará los mismos lugares/ cuando abracemos la tierra que ahora nos sostiene;/ que a través de otras noches, de otros años,/ llegará hasta nuestros siguientes cuerpos,/ persistirá en nuestras siguientes vidas…»

En su poemario Finisterra, poema de largo aliento que Federico Corral Vallejo considera la piedra angular de su obra poética y que está dedicado a Baja California, su encuentro con el mar es un canto a la mujer, a la inmensidad del amor, es un poema erótico y en él nos encontramos este texto, que sin duda es un poema de amor dedicado a su tierra, a Parral. (cito): «Subo al monte de mi pueblo./ Subo a la parte más alta del monte,/ encima de mis recuerdos, encima de mi vida./ El mundo y la tarde me rodean,/ y parecen la casa de mi infancia cuando había fiesta.».

Durante una estancia en China, Carlos conoció a los vates chinos de la Dinastía Tang y aquél país lo envolvió con la presencia de la neblina, efecto que vuelve a relacionar con su infancia en Parral donde los inviernos suelen ser poderosos y la neblina permanente. Cito «Me he encontrado con neblina en otros sitios y en otros momentos como en China. A mí, la neblina me atrae mucho, porque me obliga a concentrarme de otra manera, en un sentido corporal, espiritual».

Después de 17 años de este encuentro con la poesía china, el poeta, escribió Los Poemas de Tsin Pau» poemario que fue prologado por su querido amigo Tito Maníacco, quien dice: «Montemayor construye rítmica y armoniosamente un mundo sencillo y al mismo tiempo complejo, en el cual coexisten los grandes temas existenciales del vivir conectados estrecha e íntimamente al paisaje mexicano…» Cito como ejemplo el siguiente poema:

«La noche» (Segunda versión)

Ha anochecido y salgo a solas al jardín.
Puedo escuchar la corriente del río a lo lejos.
Oigo la abundancia de insectos nocturnos
y el rumor de las hojas de los árboles, movidas por el viento.
Hacia la montaña, una parte del cielo
está despejada, sin nubes,
con numerosas estrellas.
¿Por qué parece más inmenso el cielo, si no hay luna?
La oscuridad cubre árboles, senderos, colinas.
Pareciera que el mundo está ocupado ahí, en tanta oscuridad,
que el mundo ahí prepara algo más.
¿Acaso porque en la casa ya no tengo vino
parece ahora más inmenso el silencio?
Hacia el río, la noche es más densa.
Estoy a solas y no quiero pensar.
Ahora no sé si la noche es una forma de lo que yo seré.
O si es un aviso de lo que empiezo a ser.

Viajero incansable, Carlos recorrió gran parte del globo terráqueo; en todos los lugares a donde fue, entabló amistades entrañables como Tito, quien residía en Friuli, Italia. Fallecido en los últimos días de enero de este año, Le dedicó su último poema, cito: «Dicen que el día de ayer mi amigo emprendió un largo viaje./ Sé que los poetas estamos acostumbrados a dilatadas travesías./ A veces las iniciamos desde nuestra mesa, desde la ventana, desde una página en blanco./ Nuestros viajes no son para descubrir o conquistar territorios; cuando logramos regresar, a menudo nos damos cuenta de que sólo pudimos comprender los territorios que son nuestros».

Podemos prescindir de enumerar su profusa obra literaria publicada y dado que es ampliamente conocida por todos, solo mencionaré la obra poética: Las armas del viento, Abril y otros poemas, Finisterra, Abril y otras estaciones, Poesía (1977-1996), Antología personal, Los poemas de Tsin Pau y realizó una antología de poemas amorosos Los amores pastoriles.

Valga decir que por su profusa obra, a lo largo de su carrera, Montemayor recibió múltiples reconocimientos tanto en el extranjero como en nuestro país. Los últimos fueron el Premio Fundación México Unido a la Excelencia de lo Nuestro concedido en 2007 por su larga trayectoria dedicada a fomentar los valores culturales. En diciembre de 2009 recibió el Premio Nacional de Ciencias y Artes. En esa ocasión nos dejó varias frases para la memoria y para la acción, cito: «La cultura es la solidez de los pueblos, la identidad de éstos. Esa cultura no la pueden manipular los medios informativos ni las campañas políticas. Hacia esa fuerza del país se engloba la ciencia, el arte, la identidad, nuestra historia, y deberíamos destinar, no diría más recursos, eso se da por sentado: deberíamos dedicarle más cuidado, más amor». Fin de Cita

Montemayor dejó inéditos cuatro libros que serán publicados este año: Las mujeres del alba, el poema Apuntes del exilio, una entrevista con la escultora originaria de Cd. Cuauhtémoc, Chih., Agueda Lozano y un nuevo volumen sobre nahuatlismos. La novela será publicada en septiembre por Mondadori, mientras que el poema con 10 cantos ya estaba en imprenta a su fallecimiento. El resto de las obras deberán aparecer este año. El poemario Apuntes desde el exilio, está dedicado a Susana de la Garza, su mujer y del que dice Quiriarte tiene ecos de El Cantar de los Cantares. Susana afirma que este poemario le ayudo a escapar de la tensión que su trabajo en la Comisión de Mediación y el tema tan fuerte del libro La violencia del Estado, le producían.

El poeta alternó la palabra escrita, con la cantada. Grabó tres discos compactos en los cuales desplegó su tesitura de tenor: Canciones de María Greever, El último romántico y el doble titulado Canciones napolitanas e italianas. Igual compartió una copa de buen vino y la guitarra que magistralmente interpretaba con la charla amena siempre llena de erudición y profundidad.

Todo lo fue Carlos. Hijo, amigo, padre, abuelo, maestro, eterno aprendiz, modesto experto, patriota, universal, palabrante (amante de la palabra), cantante… Cortos quedarían los adjetivos para describirlo en cada una de éstas (y cuántas más) facetas. Hablan mejor, por sí solos, sus propios versos en los que se cuela, inevitablemente, su personalidad, su ser total.

Dejo abiertas las puertas...

Dejo abiertas las puertas de la casa para que todos mis amigos,
con sus recuerdos y su dicha, con sus amores destruidos y
persistentes,
lleguen con su risa y sus vasos desde el primer día de mi vida.
Dejo abiertas las puertas de la casa para esperar a mis padres en medio de mi infancia
Y caminar de la mano con ellos por una mañana.
Dejo abiertas las puertas para que lleguen mis hijos con sus risas imborrables,
tropezando en innumerables vidas.
Para que lleguen las mujeres que he amado,
y decirles el tiempo que las esperé,
las tardes que las he comprendido.
Para que el viento inunde la casa, los libros, los muebles, los días,
oyendo todo lo que es posible.
Dejo abiertas las puertas de la casa
para estar siempre en el mundo.

Éste ha sido y sigue siendo Carlos Montemayor. El que una vez apuntó: «Empezamos en la bóveda celeste y terminamos en la tumba. Es un ciclo de lo vivo. Es el caso los gansos salvajes que se van y queda desolada la tierra para después reverdecer. Me pregunto si tendremos la oportunidad de vivir de nuevo».

Carlos, como los gansos, se fue y, como él dijo también en este verso, quedó desolada nuestra tierra que volverá a reverdecer con el abono de su semilla inspirando la palabra nueva, la esperanza altiva, el encuentro de las culturas con los ayeres, de las voces sempiternas que nos habitan, como Montemayor, aprovechando así esa oportunidad para vivir de nuevo, pues también nosotros le dejamos abiertas las puertas por siempre.

Cd. Cuauhtémoc, Chih., Mayo de 2010

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