viernes, octubre 22, 2010

Obituario / José Carbajal

.
El Sabalero se encontraba en plena actividad: estaba cumpliendo un ciclo en Montevideo. (Foto: La República)

C iudad Juárez, Chihuahua, 22 de octubre 2010. (RanchoNEWS).- Fue un «sabalero», como todos los nacidos en Juan Lacaze, un pueblito de pescadores del departamento de Colonia, unos 160 kilómetros al oeste de Montevideo. No fue uno más: fue El Sabalero, uruguayo ilustre, José Carbajal. Murió ayer, a los 66 años, de un ataque cardíaco, en su casa de Villa Argentina, en Atlántida, adonde se había instalado desde hacía más de un año, después de una rutina que, tras el exilio, lo hacía regresar sólo en los veranos. Lo sobreviven una cantidad de versos y canciones que ya son parte de la identidad oriental y latinoamericana: pantalón cortito, bolsita de los recuerdos; pantalón cortito con un solo tirador... Una nota de Karina Micheletto para Página/12:

Era el más uruguayo de los uruguayos, aunque había pasado casi tres décadas viviendo fuera de su país, cumpliendo ese karma oriental del exilio. Además de «Chiquillada», en la que trae al presente con tanta belleza esas imágenes de infancia, como una pintura cantada, algunas de sus canciones más emblemáticas fueron «Borracho pero con flores», «La sencillita», «A mi gente», «No te vayas nunca, compañera».

El Sabalero se encontraba en plena actividad: estaba cumpliendo un ciclo en el Café Bar Tabaré de Montevideo, donde presentaba un show con tangos, milongas litoraleñas y cumbias. También estaba trabajando en un proyecto artístico para desarrollar en escuelas primarias de todo el país.

Hacía más de un año que se había instalado en el Uruguay, revirtiendo la rutina con la que planteó su vida tras su exilio: pasar el verano en su país, viajar luego a Holanda, adonde había recalado tras un largo derrotero, guiado, como suele suceder, por una mujer, una holandesa con la que se casó.

José María Carbajal Pruzzo había nacido el 8 de diciembre de 1943 en Juan Lacaze, ese pueblo que le impuso para siempre no ya un gentilicio, sino su apodo artístico. En 1967 se mudó a Montevideo con la guitarra al hombro: quería ser cantor. Peñas, mítines políticos y recitales callejeros fueron sus primeros escenarios. Enseguida tuvo la oportunidad de editar un simple para el sello Orfeo, cuatro chamarritas que no encontraron demasiado eco. No ocurrió lo mismo con su primer LP, grabado dos años después, Canto popular. En ese disco, con prólogo de la poeta Idea Vilariño, figuraban ya algunas de las chamarritas que serían parte de su repertorio más reconocido: «Chiquillada», «La sencillita», «Los panaderos».

Entre 1970 y 1973 el cantor vivió en Buenos Aires. La irrupción de la dictadura uruguaya lo obligó a un exilio que lo llevó por México, Francia, España y finalmente Holanda. Un itinerario en el que fue dejando discos grabados en diferentes sellos del mundo. A lo largo de su carrera, y de su periplo trotamundos, llegó a grabar 21 discos, con varias reediciones y recopilaciones, como solista o en colaboración con colegas como Hugo Fattorusso, Canario Luna y Jaime Roos. Chamarritas, boleros, rancheras mexicanas, candombe, cumbia, milonga, balada, algo de rock, formaban parte de su repertorio. Difícil de clasificar en un género, sí en cambio es posible trazar un universo con marca de autor, signado por una dulce melancolía, una nostalgia uruguayísima, recuerdos de putas y ladrones, de noches de ronda y tardes de calle, pero también de infancias urbanas y rurales, adolescencias complejas, jirones de su propia vida hechos canción.

Hubo un poeta argentino al que El Sabalero admiró, reivindicó, y al que colocó por sobre sus propias canciones, rindiéndole tributo en discos como La viuda (2006) y Entre putas y ladrones (1991). Se llamaba Higinio Mena, también era un exiliado en Europa, y murió en Copenhague. En su vida errante llegó a pasarle a Carbajal una serie de temas en un aeropuerto, cantados a capella y grabados por el uruguayo en cinta, como un tesoro, según contó El sabalero en una entrevista a este diario.

De este lado del río, algunos argentinos sirvieron de amplificador para sus canciones. En los ’70, Leonardo Favio popularizó «Chiquillada», al punto de que muchos creen –y en muchos sitios de Internet figura así– que el tema es del cineasta. También hubo una muy difundida versión de Jorge Cafrune. «Favio tenía una manera de cantar muy especial. Su versión es muy tierna, y la del Turco también pero más agauchada. Favio la cazó como una canción de barrio», agradecía El Sabalero en 2006, en una entrevista que le hizo el periodista Cristian Vitale para Página/12. Y extendía el reconocimiento: «Después hay otra versión del Topo Gigio, que no sé cómo mierda encontrarla. Creo que la hacía Pinocho Mareco. Yo tengo la tapa del simple que también traía ‘De boliche en boliche’, de Francis Smith. ¡Que el Topo Gigio grabe una canción tuya es lo más raro que te puede pasar!». Ya en los ’90, y en pleno boom del «folklore joven», Soledad Pastorutti cerraría el ciclo al grabar el candombe «A mi gente».

Los temas fueron de todos, como sucede con las buenas canciones una vez soltadas. La voz grave y decidora, uruguayísima, de El Sabalero, seguirá sonando de una manera única: pantalón cortito, bolsita de los recuerdos; pantalón cortito con un solo tirador...


REGRESAR A LA REVISTA