miércoles, octubre 13, 2010

Poesía / José María Millares Sall: «Labios de acero»

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Detenido el clamor del agua en la ribera,
las heladas cinturas de unos ojos despiertan
los ríos de la tierra, desnudos hasta el mar.
Los árboles dormidos en la niebla
y en lo alto del aire la campana rodando.

Abrid, que tengo el puño metido en las entrañas;
la cintura agotada de estrecheces;
los ojos como yunques dolorosos.
Abrid, porque me asfixio;
que unos labios de acero madrugando me esperan
y el parto de mi alma me traiciona.

Nerviosas bayonetas de orillas encendidas
clavaron su agudeza de sombríos metales
en una aurora muerta, sepulta en las montañas
que no amanecen nunca.

Se estrecharon los muros a medida
que el frío centinela sus pasos remachaba
como horas de hierro contra el suelo.
Se estrecharon los huesos, de coraje, fornidos,
y atronaron sus ojos los martillos hinchados
de las yertas culatas descansando,
en espera de puños opresores que dieran
vigor a sus inmóviles silencios.

Se despiertan las voces, los pasos, los fusiles.
Se agrupan, en un patio de baldosas heladas,
las suelas dolorosas por secas contorsiones.
Uniformadas sombras.
Pelotón voluntario de muerte.
La palabra
se hiela entre los labios. Violáceos caminos
se abren cuando suenan las maduras espuelas,
las cinchas, las polainas plateadas,
las negras cartucheras, archivos de la muerte.
Se hielan las paredes que sufren la mañana
y rodando se aplastan contra el suelo,
y de escombros podridos los caminos
abren sus lentas fauces a la hoguera
de los ojos del reo que avizora
más allá de la niebla su sendero,
el fin de un horizonte de inhumana tortura,
por defender un sol de causas, con suslabios
de fecundos principios para el hombre,
la tierra repartida por iguales cosechas,
los frutos despojados de cínicas cortezas,
por ciudades de luces y apagados infiernos,
por viíias de esplendores pura cl alma.

II

Se agrietaron sus carnes y sus brazos mordieron
la tierra de calladas convulsiones.
Sobre piedras recientes de soles y silencios
la sangre quedó fija, y en sus ojos
abierta la mañana,
la risa de los hombres,
los pueblos con sus odios solapados,
y en la masa sincera de su frente desnuda,
un siglo de verdades, un palomar de ideas,
de amor y de tristeza.

Entretanto, el pasado:
la casa, los amigos,
las tertulias ya muertas de los viejos cafés,
las aburridas fiestas, los alegres entierros,
y aquella novia triste, con sus senos,
con sus labios desnudos, esperando.

Oh los blancos clamores de otras alas,
oh la fiebre adorada de las aves girando,
banderas de una alegre algarabía,
cuando el mundo era un tierno regazo a los dolores
y la tierra fecunda departía sus frutos,
y los labios del hombre maduros cantaban
la libertad del brazo, su palabra desnuda
floreciendo el camino de todas las verdades.

Ahora, sobre el polvo, su sangre agonizante,
su cuerpo abandonado como un deshielo inerte,
muerto por sus hermanos los hombres que predican
el amor a los seres y a las cosas;
muerto por sus hermanos los hombres que odian;
muerto porque su sangre era más alta
y su voz se elevaba sobre todas las cumbres
más pura que el clamor de todos los afluentes
que buscan sus descansos en la tierra,
más pura que las aguas que no manchan
sus brazos en el polvo.
Porque su puño era de crispados motivos
los hombres le mataron como a un perro.



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