sábado, octubre 30, 2010

Textos / Alí Chumacero: «Estética personal»

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Alí Chumacero en 1941. (Foto: Lola Álvarez Bravo)

C iudad Juárez, Chihuahua. 30 de octubre de 2010. (RanchoNEWS).- De hecho en mi poesía no hay aventuras formales; nunca intenté innovar los moldes. Escribí en formas modernas pero establecidas. En la forma hay variedad, no ruptura.

Escribí siempre de noche. Redactaba el poema, corregía, lo pasaba en limpio, lo volvía a corregir. Puedo mostrar que un poema mío tiene hasta sesenta o setenta versiones corregidas. ¿Cómo los terminaba? Un poema no da más hasta que, leído en voz alta, el poeta cree que no le falta ni un punto ni una coma. No era raro que me tardara hasta un año en cerrar un poema.

El defecto de mi poesía es que no es plástica: es sugerente, impresionista. Es una copia de trasfondos: hay algo detrás y detrás... Mi concepción estética, si pudiera llamarla así, sería la de la rosa que cae (A una rosa inmersa): escribir cosas que dicen otras cosas que dicen otras cosas... Eso obedece a una manera de percibir en poesía como lo hacía en la música Claude Debussy. En varios de mis poemas se advierte una evolución o desarrollo de impresiones conducidas hasta la final desintegración. Otro poema mío, Salón de baile, el cual no me desagrada, describe, en efecto, un salón de baile, pero tiene como trasfondo la vida misma: la vida como salón de baile. Todo se irá con el humo. Los sentidos, entonces, sirven para defenderse u oponerse a ese alud de destrucción que se nos cae encima, pero simultáneamente resultan útiles para que la conciencia arda por encima de esa constante destrucción.

Regularmente los poetas han escrito por líneas; con toda conciencia preferí el encabalgamiento. Con cierta frecuencia lo que hice también fue quemar un verso. Me explico. Si había, por ejemplo, un poema pleno de eufonía, dejaba correr los versos, y de pronto, lo quebrantaba al final con una disonancia. Alguna vez Elías Nandino dijo al leer un poema mío: «¡Qué bello! Lástima del último verso». Pero era adrede, absolutamente. César Vallejo lo hacía también para evitar el goce monótono de la belleza.

He admitido siempre que la poesía no está en la realidad. La poesía es una creación de la conciencia, pero su material proviene del inconsciente. El mundo no es en sí ni poético ni no poético; lo que hace la poesía es prolongar la materia. No es sólo un grupo de sonidos sino una creación que añade algo a la existencia. Por eso se habla de crear. Un poema es algo que prolonga lo que existe. (Eso lo aprendí de Martin Heidegger.) La poesía está en el aire: cada uno ve lo que quiere ver. Recuerdo que alguna vez me encontré en el Teatro Xola con José Gorostiza, de cuya poesía yo había escrito un pequeño texto. Se me acercó y dándome una palmadita en el hombro, me dijo: «Me gusta que mis amigos expliquen lo que yo quise decir en mi poema (Muerte sin fin)». Era una broma hermosa.

Rehuí también lo puramente coloquial, que ha sido una forma grata a los poetas fáciles. Se puede afirmar que en lengua española, hasta hace algunos años, lo coloquial era visto como algo perjudicial para la eficacia de la palabra poética. La influencia de la poesía inglesa, con Eliot al frente, hizo que esas maneras de expresión tuvieran carta de ciudadanía, aun entre poetas tan «metafísicos» como los de Contemporáneos o en el Paz de Puerta condenada. Yo he frecuentado lo coloquial, pero poniéndolo siempre en un segundo término y también prestándole una segunda intención. Esta actitud deriva de algunos poemas de Eliot que no se limitan sólo al círculo de lo descrito, sino que van más allá y buscan significados que se relacionan con conceptos existenciales. Según observo, algunos jóvenes de ahora gustan de la referencia directa sin hacerla trascender de lo referido. Eso viene principalmente de la influencia del chileno Nicanor Parra, que ha despojado a la palabra poética de dos de sus virtudes: el esplendor y la eufonía. Con sólo referir los hechos cotidianos no se hace poesía. Hay que saber oír. Por ejemplo si se lee a César Vallejo se notará que de repente corta el verso, pero él lo hacía con absoluta conciencia. Te quitaba la escalera y te dejaba con la brocha en la mano. Pero nunca descuidaba su inconfundible ritmo.

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Este texto proviene de la entrevista a Alí Chumacero que le hiciera el poeta mexicano Marco Antonio Campos y fue tomada de la revista electrónica venezolana Letralia, que publicó un suplmento especial sobre el poeta nayarita que puede leerse en el siguiente enlace:

Letralia / Suplemento Alí Chumacero



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