lunes, noviembre 08, 2010

Literatura / Entrevista a Michel Houellebecq

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El escritor francés en 1999. (Foto: Daniel Mordzinzki)

C iudad Juárez, Chihuahua, 8 de noviembre 2010. (RanchoNEWS).- Algo ha cambiado en Michel Houellebecq. Será la edad, pero el sexo ya no tiene tanta presencia en su obra, la sombra del padre se hace más grande y hasta su escritura indica que quiere reconciliarse con el mundo, cansado de ser el escritor incomprendido de su época, de estar en el fuego cruzado entre quienes le odian y quienes le consideran uno de los grandes autores franceses de finales del siglo XX y principios del XXI. La entrevista, inédita, fue realizada a finales de septiembre pasado, cuando el escritor no quería ni oír hablar de que era el favorito para el Goncourt –«esto de los premios es un misterio, nunca sabes qué va a pasar», decía entonces–. Durante su estancia en la capital vizcaína para participar en el Festival literario La Risa de Bilbao, por cierto, se salvó por los pelos de que el personal de seguridad del Palacio Euskalduna llamara a la Ertzaintza ante su insistencia en seguir fumando en el escenario. El director del certamen, Juan Bas, medió para que la cosa no fuera a mayores. Una entrevista de Karim Asry para El País:

El nuevo libro del autor francés más conocido en el extranjero, La Carte et le Territoire, ha eclipsado el resto de la rentrée literaire en Francia y ha terminado por ganar el Goncourt, aunque sus detractores más acérrimos estuvieron con la escopeta cargada para impedirlo. Teniendo en cuenta que la promoción de su novela anterior, La Posibilidad de una Isla, terminó con su madre insultándole a través de los medios, esta vez no le han tratado mal. «Globalmente, me han recibido mejor que en otras ocasiones», dice tras uno de esos largos silencios que administra sin reparos durante la entrevista, la única que concedió durante su estancia en la capital vizcaína. Puso como única condición que el encuentro se desarrolle en un lugar donde pueda fumar –y vaya si lo hará. Por cercanía elegimos el Bluesville, un bar situado a dos manzanas de su hotel en Bilbao.

Hasta que uno se acostumbra, su mirada tiene algo perturbador, como si el interlocutor tuviera algún secreto oscuro que solo él pudiera revelar al mundo. Durante la charla se beberá dos cervezas, se quitará y pondrá el reloj, se rascará alguna vez por dentro de la camisa y no parará de juguetear con su pelo entre cigarro y cigarro.

Usted dice que ha sido objeto en otras ocasiones de un linchamiento mediático porque carece de poder efectivo.

Pues sí, no tengo un puesto en el mundo editorial, ni una columna en un diario influyente.

¿Por qué cree usted que su obra crea un debate tan polarizado?

Yo diría que depende de la edad que uno tenga. La gente de mi generación suele tomarlo a mal, mientras que, globalmente, le gusta a los treintañeros.

Leyendo a sus detractores, uno se encuentra un poco la misma melodía, «cuidado, es peligroso lo que escribe éste».

Es verdad que lo que escribo es peligroso, lo confirmo. Nos ponemos a dudar de todo, de lo que nos rodea. Puedes dejar a tu mujer, tu trabajo, puede darse cierta desazón, claro. Pero tampoco incito al suicidio.

¿Por qué lo hace usted, si cree que es peligroso?

Porque pienso que lo que digo es verdad, que no estoy aquí para ayudar a mantener viva la sociedad.

¿Tiene el escritor alguna responsabilidad con el mundo en el que vive?

No tengo ninguna responsabilidad con la sociedad, no me interesa. Me interesan las personas. Si la sociedad quiere mantenerse viva, que se apañe, que curre ella. Yo no estoy aquí para restaurar la cohesión social o para ayudar a los políticos.

¿Qué ha leído usted, de la literatura en castellano?

Casi no conozco nada. Como muchos franceses, conozco a Borges y la cosa se queda más o menos ahí. De él me gusta todo, incluida la poesía. Leí también un poco a Bioy Casares. Sinceramente de literatura española no conozco casi nada, salvo algunas excepciones. Leí algo que me gustó de Pérez Reverte, sobre un croata que vuelve a matar a un alguien que le fotografió, era un bello libro [El pintor de Batallas]. Los Pájaros de Bangkok, de Vázquez Montalbán me gustó bastante. Ése es casi todo mi contacto, sé que es poco pero soy de cultura francesa, un poco más anglosajón, como todos, aunque conozco más literatura alemana y rusa que el autor promedio francés.

Parece que la literatura en castellano no logra cruzar la frontera con Francia.

Algunas son razones imperialistas. Los anglosajones dominan en parte porque recurren a los métodos industriales en la literatura. Cuando van a un plató de televisión, tienen a uno mirando la lista de invitados, otro que se encarga de mirar el ángulo de las cámaras. Si son los más traducidos también es porque disponen de los medios para ello. Así como en algunos ámbitos económicos están perdiendo su hegemonía, en el cultural todavía no han soltado prenda. Cuando tienes la industria y los recursos adecuados, eso permite negociar desde distintos puntos partida.

¿Cree que es el momento de revisar el Panteón de la literatura del siglo XX?

Sí, es el momento. Deberíamos empezar a pensarlo y cambiar a algunos autores de sitio. En Francia está muy extendida la idea de que, en el siglo XX, está Proust, Céline y después no hay nada más. Éste es el punto de vista francés. Pérec ha sido muy ignorado. También hay un caso de genio escondido, el único que conozco, que es el de Jean de La Ville de Mirmond. Además, a nivel internacional, el dúo Sartre-Camus hizo mucho efecto, en parte con razón, pero se pasó de largo de Levy Strauss, que tenía el pensamiento y la escritura, tenía los dos. Uno no pierde su tiempo leyéndolo, es mucho más fácil de leer e interesante que la filosofía de Sartre. Cuando murió tenía la impresión de que se le dieron los honores de un gran sabio, pero que no había logrado llegar al gran público.

¿Hemingway, qué le parece?

No vale casi nada, está totalmente sobrevalorado. Me contaron algo el otro día, no sé si es verdad pero está muy bien, encaja con él. En su época de macho-plaza de toros alguien entró en su habitación de hotel y se estaba pegando los pelos en el escote.

¿La historia es justa con la literatura o el poder tiene capacidad para hacer que las voces incómodas desaparezcan?

En el ámbito de la ficción hay justicia, por lo menos. Porque, al final, tus pares te reconocen cuando dicen «hay que leer a fulano». Es lo que estoy haciendo con Laville de Mirmond.

Entonces escribe para los muertos y los que vendrán después...

Algo así, aunque para los que vendrán no lo tengo presente en el espíritu, pero sí me ocurre eso de estar escribiendo algo y pensar de repente en un autor del pasado. Puede ser desagradable también, pensar «nunca llegaré tan alto». A menudo es lo que pienso.

Borges decía a veces sentirse un poco farsante, pero nunca sabremos qué tanto había de cojera táctica, de falsa humildad.

No sé lo que él pensaba, pero algunos autores tienen en mente hacer un recorrido perfecto. De ahí les viene alguna crisis de vez en cuando. Para escribir hace falta tener altibajos, momentos de sobre estimación de uno, pensando «lo que acabo de hacer es para caerse de espalda», y otros en los que uno esconde la cabeza bajo tierra, pensando «oh la la, con respecto a fulano soy una larva». Se necesita de esa ciclotimia. Yo por lo menos, sí.

Dice usted que empieza a buscar cada vez más atrás en su vida las explicaciones de por qué es usted así...

Sí. No sé por qué, debe ser una cuestión de edad, empiezas a acordarte de las cosas. Lo de mi padre no es literario, es más inquietante. Me doy cuenta de que empiezo a comportarme como él a su edad. Es molesto y deprimente. Al mismo tiempo, mi caso no es una catástrofe, su vida no estaba mal. No es como si se hubiera suicidado y que un día matara a mucha gente, no es trágico, sólo que esa contradicción con la idea de que uno es libre es un incordio.

Imaginemos que la literatura ya no es rentable por la revolución digital, que tal vez la próxima generación de autores tendrá que vivir de otra manera...

Sería un problema, tendríamos que volver al sistema aristocrático, al mecenazgo. Yo siempre dije, en parte porque lo pienso y en parte para fastidiar a todo dios, que hubiese vivido sin problemas en un sistema soviético. Puesto que soy bueno, el partido me hubiera protegido.

O tal vez le hubieran cortado la cabeza, siguiendo indicaciones de algunos críticos.

En la URSS no creo, eran más liberales de lo que pensamos.

¿Un Michel Houellebecq no sería posible sólo en democracia?

Sí, es probable. Pero hay que suponer... [silencio y cambia de tema]. Hace falta que los escritores encuentren trabajos menos absorbentes. La administración pública en Francia hizo mucho por la literatura. Mallarmé fue funcionario a un momento dado, hacen falta zonas así. Yo estuve diez años de mi vida escribiendo y trabajando.

Pero se habla de eficiencia, de adelgazar el estado del bienestar...

Yo sólo digo lo que había. En situaciones de pocas ventas, la función pública jugó un papel muy esencial. Yo solo dimití hace un año, hasta entonces estaba en disponibilidad por conveniencia personal. Conveniencia personal, la expresión es magnífica. Con un trabajo como el que tenía en la Assamblée Nationale [como técnico informático] podría haber seguido sin problemas

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