miércoles, febrero 02, 2011

Cine / Inglaterra: John Malkovich, de la pantalla al escenario

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El actor estadounidense. (Foto: Archivo)

C iudad Juárez, Chihuahua, 2 de febrero 2011. (RanchoNEWS).- John Malkovich está hablando en un tono tan bajo y lánguido que parece deliberadamente dirigido a hacer agudizar el oído. Para un actor que ha usado su voz para conseguir un notable efecto amenazador, ahora se vuelve más liviana y cadenciosa cuanto más la ejercita. «Mire –enuncia suavemente, sentándose contra el respaldo de su silla, como una serpiente desenroscada lista para atacar–, yo no necesito gustar». Durante las últimas tres décadas, esa voz se ha convertido en sinónimo de los personajes más oscuros del cine. Pero, ¿quién es el Malkovich real? El encuentro con el actor de 57 años se dio en el Festival de Cine de Marruecos, donde fue designado presidente del jurado. Y, de algún modo, la conversación se ha desviado hasta los espinosos terrenos de las políticas de la vida real. Una nota de Arifa Akbar para The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.

Es difícil afirmar si él realmente quiere decir lo que dice cuando hace esas declaraciones descabelladas, o si Malkovich, reconocido por opinar de cualquier cosa, desde el conflicto en Medio Oriente hasta los crímenes de los paparazzi (cuyo castigo debería ser «cortarles las cabezas»), simplemente disfruta de la pirotecnia verbal. Incluso, una vez él expresó el deseo de dispararle al experto en Medio Oriente de The Independent, Robert Fisk, por sus opiniones sobre Israel. Un colega actor que trabajó con él a fines de los ’80 se ha preguntado si la forma de desahogar la ira de Malkovich no es sino una gran broma. «Es tan de derecha que tenés que preguntarte si no está jodiendo», dijo William Hootkins. Malkovich no ha votado en años porque, dice, no quiere sentirse decepcionado por los «héroes» políticos que, durante una temporada en el poder, son reducidos a pantomimas del malo de la película. La presidencia de Obama y el cambio en el modo en que ahora se percibe a Estados Unidos es un buen ejemplo, insiste. ¿No es ése un punto de vista deprimente sobre el poder y la democracia? «No necesito gustar –repite él–. Doy vueltas por el mundo, trabajando con toda clase de gente a la que amo. No tengo un salvador o una familia real. Prefiero conducir mi vida basada en cómo trato a la gente».

Malkovich está enardecido, excitado, claramente en su ritmo favorito. Próximo tema: secretos. El botonazo sitio Wikileaks, dice él, es la extensión de una cultura Facebook que refleja nuestros apetitos lascivos acerca de actualizaciones de status y constante goteo de minucias acerca de todo, desde lo que estamos comiendo hasta la inteligencia internacional. «¿Cuáles son las sorpresas? ¿Los árabes no están contentos con Ahmadinejad, Putin es autoritario, Berlusconi dedica mucho tiempo libre al dunga-dunga? Todo lo que está diciendo Wikileaks es ‘Miré en el cajón de mi maestra y fijate lo que encontré: un consolador grandote’. Todo el mundo cuenta sus secretos. Parece que hiciera falta decir ‘Me están entrevistando. En unos minutos voy a ir al baño. Quizá me corte las uñas de los pies... Y después quizá vomite’. ¿A quién le importa? Lamentablemente, a algunos sí les importa. Es parte del mundo moderno que no haya privacidad. Pronto vamos a tener proctología en los aeropuertos antes de abordar nuestros vuelos. Créame, eso está llegando». Uno se pregunta si la raíz del enojo de Malkovich radica en la invasión a su propia privacidad. Él se encoge de hombros. Ni siquiera está tan mal ahora, en el enclave de Cambridge, Massachusetts, en el que ha vivido durante los últimos años, después de regresar tras una década en Francia. Era más evidente cuando vivía en el continente, y peor en Gran Bretaña, dice él. «Pero en Cambridge a nadie le importa quién sos».

A pesar de su exterior sereno, Malkovich parece ser un hombre de emociones fulminantes que van y vienen en un segundo. Se lo ve muy atento en un momento y distante al siguiente. «Soy un súper llorón», dice, hablando acerca de la última película que lo hizo llorar («es probable que haya sido Mysteries of Lisbon», un drama portugués), y entonces agrega: «A veces lloro porque algo es bueno. Vi una película en la que me irritaba cuando el actor trataba de verse triste, pero cuando intentaba verse feliz o divertido, era bastante conmovedor». Su rostro, con su refinamiento felino, ocasionales hoyuelos y su afilada y neandertalesca frente, es igualmente móvil: atractivo por un momento, raro e irregular al siguiente. Malkovich ha tenido pocos protagónicos románticos –Refugio para el amor, de Bernardo Bertolucci, es uno de ellos– y también pocos giros cómicos: ha sido anfitrión de Saturday Night Live e hizo de sí mismo en ¿Quieres ser John Malkovich?, de Spike Jonze. Esta última mostraba a un público que pagaba para trepar hasta la mente del actor a través de un portal, antes de salir a borbotones por una compuerta después de quince minutos, para aterrizar en una cuneta al costado de la autopista de Nueva Jersey. La película, con su mezcla de comedia oscura y angustia existencial, le valió a Malkovich un enorme prestigio indie y un culto de seguidores.

En los ’80, su floreciente carrera cinematográfica se consolidó por su performance consagratoria en Relaciones peligrosas, de Stephen Frears, en la cual apareció, pícaro y demasiado elegante con peluca empolvada y volados, como el perversamente seductor Vizconde de Valmont (Annie Lennox se sintió tan impresionada que lo llamó para aparecer como el Vizconde en su video para «Walking on Broken Glass»). Desde entonces, la habilidad de Malkovich para encarnar una inteligencia maligna a la Yago de Otelo le ha provisto de papeles como criminales y psicópatas inteligentes. Las mejores de estas actuaciones, de las cuales muchas fueron como actor secundario, han sido tan irresistibles que han eclipsado a los protagonistas. Las peores se malograron por una sobreactuación de historieta.

Irónicamente, los papeles de malo no son aquellos en los que él se ubicaría a sí mismo, según dice. Se siente más a gusto haciendo trabajos fuera de los géneros como Strap Hanging, el corto que hizo en 1999 con la diseñadora de modas Bella Freud. Está basado en una historia real acerca de un viajero japonés que se obsesionó tanto con los tsunamis que inventó calzoncillos de goma que se inflaban si eran golpeados por una ola. «Eso tiene mucho más que ver conmigo», confiesa. O la simpática comedia familiar The Great Buck Howard, en la cual interpreta a un psíquico de televisión de los ’70.

El personaje que ha sentido como más cercano, afirma, es Lennie, el sencillo gigante y asesino por accidente que interpretó en la adaptación de La fuerza bruta, de John Steinbeck, en 1992. Asumir las identidades de tipos difíciles con oscuros secretos puede ser agotador, dice. «Pero es para lo que me llaman y lo que la gente quiere que haga». Aun así, las complejidades técnicas y morales de interpretar «malos» no deberían ser subestimadas. Actualmente está de gira con una producción teatral de The Infernal Comedy, interpretando a Jack Unterweger, el asesino serial australiano que fue condenado por asesinato en los ’70 y que volvió a matar cuando salió, después de convertirse en una causa célebre entre intelectuales que lo veían como un buen ejemplo de rehabilitación. «Muchos tipos malos piensan igual que tipos buenos. No siento pena por Jack Unterweger, la siento por las chicas que mató, pero eso no me impide vivirlo. Juzgar es trabajo para la opinión pública, las cortes y el sistema de libertad condicional». En el mismo Festival de Marruecos, Keanu Reeves sugirió que generalmente era más fácil el papel de villano, con menos matices. Ese pensamiento erróneo, dice bruscamente Malkovich, es lo que lleva «a tantos tipos a interpretar esos roles tan mal».

John Malkovich ha trabajado con consistencia desde mediados de los ’70: dirigió o protagonizó más de 70 películas, y produjo un puñado más, incluidos los éxitos indie La joven vida de Juno y Ghost World. La demanda de los estudios de Hollywood para contar con Malkovich continúa sin disminuir: una película de Disney sobre carreras de caballos, Secretariat, se estrenó hace poco, y la franquicia de acción de Steven Spielberg Transformers 3 está programada para estrenarse durante este invierno. Pero en estos días, el actor parece estar produciendo su trabajo más innovador en teatro, que es donde empezó su carrera, en 1976. Está preparando una ópera de cámara llamada Giacomo Variations, que pondrá música de Mozart a las vastas memorias de Casanova, para contar la historia de sus últimos días. Allí se verá a Malkovich vestido de época como el envejecido Lotario.

Mientras tanto, The Infernal Comedy ha recibido fantásticas críticas en Estados Unidos, Canadá y, significativamente, en Viena, donde fue estrenada justo cuando la historia similarmente truculenta de Josef Fritzl salía a la luz. La obra llegará al Barbican de Londres en junio. Fue su propia idea, explica el actor, dramatizar la vida interior de Unterweger, después de que lo contactara un director de orquesta vienés que quería que Malkovich dirigiera y actuara en una obra cualquiera junto a una orquesta barroca completa. «Le dimos (al director Martin Haselbock) muchas ideas. Le dije que lo que podía ser interesante, si realmente quería que fuera gente, era hacer una ópera sobre Jack Unterweger».

La proximidad con el caso Fritzl no ofendió sensibilidades en Viena, asegura. «Tuvo una fantástica recepción. No fue tomada como una difamación nacional, y hay montones de locos en Estados Unidos. Tenemos al menos nuestra buena dosis de ellos, y no sólo locos sino a veces violentos y asesinos. Tuvimos nuestro Jack Unterweger antes de Jack Unterweger. Se llamaba Jack Henry Abbott. Él escribió In the Belly of the Beast, un libro horrorosamente sólido, apesadumbrado, preocupante y brillante, y había pasado toda su vida en el sistema penitenciario antes de que una campaña de celebridades, a algunas de las cuales conozco, logró que saliera. Tan pronto como estuvo fuera, mató a alguien, a un chico, y volvió a prisión». A Malkovich inicialmente se lo había reclutado como director, pero más tarde se lo persuadió para protagonizar el unipersonal. «Quería a algún joven austríaco que hablara muy bien inglés para que se hiciera cargo del papel, porque Unterweger era pequeño, liviano y bastante lindo. Pero al final acepté hacerlo porque el director (de orquesta) quería fervientemente que fuera yo. Improviso mucho».

Fue el casual comienzo de Malkovich en teatro en los ’70 el que lo llevó al más comercial mundo del cine en Hollywood. Estudió biología en la universidad de su Illinois natal y había tenido una carrera itinerante como conductor de buses escolares y pintor de casas hasta que se enamoró de una actriz. Al ir a buscarla a un ensayo, quedó fascinado con el escenario. Eso lo llevó a tomar clases de actuación y hacia 1976 ya era miembro regular de la compañía de teatro Stephenwolf en Chicago. La joven compañía llevó la obra de Sam Shepard True West a Nueva York en 1980, y un par de años más tarde, él dirigió una producción de Stephenwolf, que le valió elogios y un debut en Broadway como Biff en La Muerte de un viajante, de Arthur Miller, junto a Dustin Hoffman.

Tres décadas más tarde, se ha mantenido fiel a su primer amor por el teatro. Los papeles más desarrollados están en el escenario, sugiere él, porque en el teatro sólo hay actores dándole su ímpetu al drama, mientras que los talentos de los actores se diluyen en cámara. Cuando su carrera se extendió al cine, se sintió como un conductor de Fórmula 1 manejando un karting. «Podés hacer una película con un camionero de la calle», ha dicho, porque en las películas hay involucrados otros factores más allá de la pura habilidad para actuar. Pero su ambivalencia hacia el éxito mainstream continúa, a pesar de haberlo logrado y en abundancia. Él expresa, con un aire de sutil desdén, que lo atrae más dirigir una obra en Europa o América del Sur, que Broadway. Es una extraña clase de internacionalismo que se extiende a su vida y que lo predispone a un cariño por Europa del que claramente ha sido partidario en el pasado, por sobre la vida norteamericana. Hasta hace dos años, vivía en Francia con su pareja, Nicoletta Peyran, y dos hijas, Lowey (18) y Amandine (20), y sólo regresó a Estados Unidos después de una prolongada disputa sobre impuestos (durante el mismo año, perdió más de dos millones de dólares en el fraude de Bernie Madoff).

Su eurofilia sugiere una curiosidad culta, pese a las protestas en contrario. «Soy un analfabeto. No pretendo ser culto», dice, aunque su currículum demuestra que esa afirmación no es cierta: habla francés con fluidez, posee un nightclub en Portugal y es un anglófilo notorio con un inesperado conocimiento de la política británica: ha marchado contra el ex parlamentario George Galloway (quien cobró notoriedad por su oposición a la invasión a Irak). Además, sazona sus oraciones con modismos ingleses. Por ejemplo, llama «rasca» a un guión que le dieron cierta vez.

Su relación con Peyran se ha mantenido desde 1989, cuando se conocieron en el set de Refugio para el amor, en el cual ella era asistente de dirección. La primera boda de Malkovich había sido con la actriz Glenne Headly, después de un affaire con Michelle Pfeiffer, cuando su química sexual en pantalla con su coprotagonista de Relaciones peligrosas se trasladó a la vida real. «Salir con una actriz es igual que salir con cualquier otra mujer –dice hoy–. Si hay algo que pudiera separarlas de las demás, es que a ellas realmente les gusta lo que hacen. Muchos hombres y mujeres no tienen esa oportunidad en la vida. Hay actrices que quieren controlar completamente su imagen y hay algunas que ni siquiera se miran al espejo». Ahora, a los cincuenta y pico, Malkovich tiene una actitud pragmática hacia su trabajo, la fama y la vida útil en la industria. «Ya no tengo 25. Uno no sabe por cuánto tiempo más va a hacer eso o cuánto tiempo más va a querer hacerlo. No estoy planeando jubilarme; mi teoría es que ellos van a jubilarme a mí».

Pero la industria no da muestras de disminuir su interés en Malkovich. Después de su interpretación de Jack Unterweger, abrazará el desafío de cantar en escena para su rol de Casanova. Una movida valiente, sin dudas. «Es valiente o tonta», dice él. Sin embargo, su aprensión todavía no lo ha impulsado hacia el entrenamiento vocal o las lecciones de canto, o al menos no lo admite. «Yo era un cantante correcto, mucho tiempo y muchos cigarrillos atrás. Voy a estar en una situación en la que no seré confundido con Pavarotti –dice con una sonrisa–. El director dijo que sería una cruza entre Mozart y Tom Waits. Me pregunto qué saldrá de eso».


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