miércoles, febrero 23, 2011

Literatura / Entrevista a Hernán Firpo

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«Soy el único asesino serial sin club de fans», dice el narrador de Todo lo que maté. (Foto: Página/12)

C iudad Juárez, Chihuahua, 23 de febrero 2011. (RanchoNEWS).- Una voz salvaje, curtida por el sistemático rechazo de las editoriales, regresa al hogar. Hernán Firpo vuelve al ruedo digital con su segunda novela, Todo lo que maté, que puede leerse en el blog La Lectora Provisoria. Después de haber alcanzado el deseado «canon de papel», previo ataque virtual kamikaze, un blog en el que sacaba los trapitos al sol y revelaba las peripecias que padecía un escritor en busca de alguien que lo publicara, el retorno confirma un diagnóstico: la escritura de ficción como enfermedad. «Esto no es literatura, es un arrebato de entusiasmo que empieza con lo del huevo, la gallina, las zapatillas All Star y el flequillo beatle. El pasado y el crimen, porque se puede matar sin ser precisamente un asesino, así como se puede vivir sin estar estrictamente vivo», dice el trastornado narrador, que pronto se sumergirá en el trámite de la separación y mudanza. Una entrevista de Silvina Friera para Página/12:

Cuando está angustiado, el protagonista del folletín digital Todo lo que maté se desquita mirando mucho fútbol, «el único desnivel que le permite dejar de pensar en otras cuestiones». Sin dudas, pertenece a la estirpe de los «locos lindos»; esos inimputables que despotrican su rabia, aunque «narrar no tiene demasiado sentido», o se burlan de su inercia. «Estoy solo, absolutamente solo, disfrutando de mi intemperie. Soy el único asesino serial sin club de fans». Las fauces del rencor se desplazan hacia el terreno fértil del disparate bizarro. «Mi abuela me armó el primer porro que probé y mientras lo encendía me dijo: ‘La gente es muy complicada’», se lee en uno de los capítulos. Escritor y periodista, Firpo publicó su primera novela, Escupir, en el blog La Lectora Provisoria, de Quintín; luego pegó el salto cuando consiguió que la editara Mondadori. La segunda parte de esa novela, titulada Diario de un escritor de ficción –«el mayor puterío del mundo editorial actual», según el autor–, alimentó el cotilleo. La voz de un outsider tironeado por su afán de pertenecer narraba las miserias del mundillo y no dejaba títere grande o pequeño con cabeza. Ni las editoriales independientes, tan ponderadas como semilleros de nuevas promesas de la literatura vernácula, se salvaron de la lapidación. «Lo que particularmente me interesó en Todo lo que maté es escribir como un animal en el sentido más amplio de la palabra. Ésa es una costumbre: escribir como un animal», subraya Firpo a Página/12.

Cuando se publicó Escupir, en una entrevista definió su literatura como «costumbrismo hardcore». ¿Todo lo que maté encajaría también dentro de esta definición?

Me arrepiento de haber dicho eso. Soy un entrevistado nuevo y seguramente me falta experiencia. Pensándolo mal y pronto, el costumbrismo me irrita. Me irrita pensar en las costumbres de todo tipo y a la vez soy una bestia, un verdadero animal de costumbres que hasta extraña Fútbol de Primera los domingos porque me ordenaba, me permitía opinar de fútbol, conocer jugadores. Con el Fútbol para todos, todo más que bien, claro, pero no sé qué hacer, no sé cómo administrar tanta generosidad. El costumbrismo es como la tolerancia: en algún punto tiene que ver con una búsqueda de consenso para la que no fuimos concebidos. Costumbrismo tiene que ver con socialización y socializar no es cosa de individuos. Es más, te diría que Todo lo que maté es una continuación menos costumbrista de Escupir. Quizá Escupir, sin el «El diario de un Escritor de Ficción», el apéndice complementario, hubiera servido para competir en algún concurso; Todo lo que maté es mucho más sacrificado y más íntimo. El problema, si se quiere, es que la naturaleza del argumento, lo que nos permite leer de corrido en el bondi, fue reemplazada por los vaivenes de una cabeza y sus consabidos estados alterados.

«Esto no es literatura, es un arrebato de entusiasmo», se enuncia en el primer capítulo. ¿Por qué opone literatura y entusiasmo?

La literatura es muy nociva, hace muy mal. Fabrica editoriales, suplementos culturales, críticos, agentes de prensa y algo mucho peor: escritores... Es espantoso de solo imaginarlo (risas). ¡¿Cómo no voy a oponer literatura con entusiasmo?! Se llevan pésimo. Es como coger y hacer el amor, como salir a comer con amigos o con compañeros de laburo, como jugar al fútbol y jugar a la pelota. Si me preguntás, preferiría no tener jamás el oficio de la literatura. Escribir es otra cosa, es una enfermedad que te lleva a colgar las novelas en la web. Es una malformación artística, lo reconozco. Ninguna editorial espera nada de mí y yo no espero nada de ninguna editorial. No sabés qué poder te da eso.

En uno de los capítulos aparece mencionado Mario Levrero. ¿En qué sentido lo ayudó este escritor?

Levrero me ayudó a experimentar con su literatura, literatura dicho aquí con el mayor de mis respetos. Había un momento en que las manos se me iban derechito a las teclas y no podía avanzar, sentía que las letras eran cubitos de hielo muy chiquititos. Estaba sin palabras y con García Márquez no nos llevamos bien con eso de que hay que tener disciplina y estar todos los días una hora intentando, aunque sea poner una coma. Eso es oficio, Gabo, y a mí me importa un rábano la industria. Agarré La novela luminosa que me regaló el amigo Luis Chitarroni y me dediqué a marcarla. Después le pegué una patada a la computadora y dije que nunca más en mi vida iba a escribir una puta línea más. Al otro día me fui a Garbarino y compré una notebook y en el shopping me pedí una silla de escritor. «¿Una silla de escritor?», me preguntó la mina. «Si hay escritorios, tiene que haber sillas de escritor», le dije, y ahora que tengo mi kit completo me dedico a regalar novelas por la web (risas).

«Escribir ficción, mínimo, es tener un problema con la realidad», admite el narrador de Todo lo que maté. La frase interpela a Firpo. «Vivir en estado de ficción permanente es una búsqueda que posiblemente me conduzca al alcoholismo, pero hay que correr el riesgo, y más cuando sabemos que los honestos somos inadaptados sociales», ironiza el escritor. «Ya todo está escrito y sería demasiado soberbio de mi parte atribuirme alguna de las definiciones diletantes que figuran en cualquier línea que pueda escribir –plantea–. Quiero pensar que soy un producto de mi imaginación y mis insomnios, pero no soy más que un tipo que viene aprendiendo y obedeciendo desde hace tantos años que me costaría reconocer un solo gesto propio».

En el blog los lectores dejan comentarios capítulo por capítulo. Algunos son muy alentadores y otros muy agresivos. ¿Cómo vive la inmediatez de la lectura?

El comentarismo suele ser una especie decadente. Me acuerdo de que Chitarroni quiso publicar Escupir y «El diario de un Escritor de Ficción» –el mayor puterío del mundo editorial actual– con sus comentarios; pero después de leer cuatro o cinco, descartó la idea. Yo no habilitaría que la gente opine lo que pasa en cada hoja. Me hace acordar a Kill Bill, que era una película larga partida en dos y los críticos hicieron, quizá por primera vez en sus vidas, el comentario de una obra inconclusa. Pero, bueno, es el lenguaje de los blogs y La Doce ilustrada necesita su para-avalancha.


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