martes, abril 26, 2011

Danza / México: La crítica de danza, una voz que se apaga en las páginas culturales

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Danza aérea e innovadoras propuestas coreográficas caracterizan el trabajo de esta compañía mexicana Humanicorp. (Foto: Archivo)

C iudad Juárez, Chihuahua, 26 de abril 2011. (RanchoNEWS).- Anna Kisselgoff podría ser, quizá, una de las críticas con más autoridad en el mundo de la danza; desde las páginas de The New York Times se hizo de afectos y de odios. Artistas como Rudolf Nureyev, considerado por muchos como el mejor bailarín del siglo XX, hacia el final de su carrera le cerraba las puertas de los teatros a la especialista porque sólo ella le cuestionaba la baja calidad que había adquirido. Así llegó a ser el poder y la valentía de una crítica. Una nota de Alida Piñón para El Universal:

En México, si bien existen críticos de danza de reconocida trayectoria que les ha valido el respeto de la comunidad cultural, lo cierto es que su oficio ha sido aniquilado poco a poco de las páginas culturales de periódicos y suplementos, sus textos no son bien remunerados; tanto el gremio dancístico como los funcionarios culturales los ignoran y, algunos, tienen vicios como responder a intereses particulares, han bajado la guardia o están dispuestos a legitimar propuestas de cuestionable calidad.

Además, las nuevas generaciones de periodistas culturales que han ido adentrándose a la danza carecen de profesionalización y reducen la información sobre este arte a notas que sólo reproducen opiniones de los creadores, y son incapaces de brindar el análisis y el rigor que la disciplina exige.

La otra historia

Este escenario no siempre fue desolador. De acuerdo con el crítico Gustavo Emilio Rosales, en su investigación «Aproximaciones a la crítica de danza en México», fue a partir de los años 80 cuando ante el boom creativo que vivía este arte, por inercia se dio un crecimiento en el número de críticos, quienes abrieron la brecha para el oficio como Campos Ocampo, Óscar Flores, César Delgado, Evangelina Osio, Patricia Camacho, Rosario Manzanos, Colombia Maya, Patricia Pineda, Manuel Arista y Roberto Aguilar, entre otros.

Fenómeno que sucedió en muchos países de América Latina. De acuerdo con el crítico argentino Valerio Cesio, la amplia cartelera dancística estimuló la utilización de profesionales a cargo de teatro o de música a abordar el desafío de ejercer la crítica de danza. De manera que en los años 80 la proliferación de la creación coreográfica fue proporcional a la proliferación de espacios en la prensa, consiguiendo que la crítica como género obtuviera visibilidad, autonomía y respeto.

En México apareció en 1983 el Centro de Investigación y Documentación de la Danza que hoy se llama Centro de Investigación, Documentación e Información de la Danza «José Limón» adscrito al Instituto Nacional de Bellas Artes, que también fomentó la nutrida profesionalización e investigación de la danza mexicana. El sueño, sin embargo, duró poco.

Sobre ello, reflexionan algunos de los críticos que han logrado mantenerse en activo pese a la crisis del oficio y comparten sus tesis sobre cómo y por qué de la gloria se cayó al infierno.

Rosario Manzanos, crítica de danza de la revista Proceso, una de las pocas publicaciones que ha sostenido el espacio a este oficio, advierte que el problema está en la paulatina reducción de los espacios culturales en la prensa, sobre todo, escrita.

«Los medios dejaron de pertenecerle a los periodistas y se convirtieron en el patrimonio de los empresarios. Entonces la perspectiva de información es muy diferente porque ahora se busca información ‘vendible’, es decir, la comercial, efímera y banal; así que ya no creen necesaria la crítica de danza. La oportunidad de publicar y de vivir de tu trabajo es mínima. No es mi caso, pero muchos de mis compañeros con gran renombre no logran tener un espacio con permanencia. Esto es un fenómeno mundial, el propio The New York Times redujo los espacios a las artes. Colarse en esta situación, es difícil».

En ello coincide Juan Hernández, periodista y crítico de danza, pero añade que durante la época dorada de la danza contemporánea hubo un interés de los medios por documentar el movimiento porque los grupos tenían un fuerte compromiso social que no podía pasar desapercibido.

Considera que hoy, en cambio, los creadores se han alejado de lo social y se han replegado con tal de «caer bien» a las instituciones y así obtener becas y subsidios, por lo que sus propuestas dejaron de interesar no sólo a los críticos sino, sobre todo, al público.

Hernández pone el dedo en la llaga: «La cultura tenía una importancia política fundamental, los creadores no sólo de danza, sino de todas las artes reflexionaban sobre su quehacer pero también sobre las grandes problemáticas del país y del mundo. Esto cambió, ahora ya no hablamos de colectivos sino de artistas que están muy interesados en las becas del Fonca, si a esto le sumamos que los medios determinaron, por ignorancia, que la danza es irrelevante, pues tenemos un panorama crítico».

Grupos y crítica

Gustavo Emilio Rosales, periodista, investigador y crítico, apoya la visión de Juan Hernández: «A los grupos dejó de interesarles la crítica, sobre todo si los cuestionaba y eso no les sirve mientras están buscando las becas, de modo que ante la domesticación de los grupos debido a los apoyos institucionales, han querido orillar a los críticos a legitimizar sus obras, si no es así, entonces simplemente nos volvemos invisibles. ¿Esto a quién le sirve?», cuestiona.

A esa reflexión se suma Rosario Manzanos: «Generaciones van y vienen y en ballet no somos ninguna potencia, estamos muy debajo de los estándares mundiales. La danza contemporánea quizá se salva un poco, pero seamos francos ¿quién viaja desde el primer mundo a nuestro país para tratar de llevarse a una compañía y difundirla más allá de la curiosidad folclórica?

«No digo que el crítico sea el único que puede determinar quién sí es bueno y quién no, pero nuestro oficio es fundamental para marcar las coordenadas. Yo me pregunto quién es el curador del Palacio de Bellas Artes porque quién determinó que un grupo como Pilobolus era merecedor de ese espacio, cuando se trata de un grupo desgastado que está muy bien para otros espacios, pero no para el máximo recinto cultural».

Para Colombia Moya, crítica de danza de La Jornada, otro problema radica en que los críticos poco a poco dejaron de comprometerse por miedos o intereses. «Hay gente que de pronto se alió con ciertas personas y pocos se atreven a decir la verdad de lo que ven. ¿Quién se atreve a cuestionar a las figuras? Además, a nadie le importan los bailarines, sólo los directores o coreógrafos. Uno puede ver el programa de mano de las funciones y los nombres de los bailarines no existen», sostiene.

Ante este panorama, Rosales refiere: «Como crítico tienes que seguir empujando y abriendo los espacios. La crítica debe de nacer como una costumbre de creación, de pensamiento, no sólo de los que nos dedicamos al oficio, sino también de los propios creadores».

Así, mientras persiste la reducción de los espacios a disciplinas artísticas en general y en un país en donde la información del día a día retrata una realidad adolorida y violenta, que soslaya las referencias al arte, la crítica de danza y sus hacedores se mantienen firmes en ser testigos y partícipes de un movimiento dancístico, sin duda, necesario.


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