viernes, junio 03, 2011

Literatura / Entrevista a Ricardo Piglia

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El escritor argentino. (Foto: Pablo Piovano)

C iudad Juárez, Chihuahua, 3 de junio 2011. (RanchoNEWS).- Una ola de alegría recorre los pagos latinoamericanos. Imposible resistirse al embrujo narrativo de Ricardo Piglia. Lo han comprobado los lectores de Blanco nocturno (Anagrama), extraordinaria novela que lo acaba de consagrar como ganador de la XVII edición del Premio Rómulo Gallegos, el Nobel latinoamericano de las Letras, dotado de 100 mil dólares. El jurado eligió esa formidable «ficción paranoica» del escritor argentino «por su gran talento para situar la trama en un mundo preciso, su rigurosa observación de hechos y personajes, la nitidez de su lengua, la sabiduría literaria que le permite cautivar al lector y mantener la tensión del relato», ponderó la escritora mexicana Carmen Boullosa, integrante del jurado junto con el autor colombiano William Ospina y el venezolano Freddy Castillo. «Me sorprendió y me alegró mucho», cuenta el flamante ganador a Página/12; porque es un premio en el que «los editores mandan los libros». «No ha cambiado nada para mí; voy a seguir diciendo las mismas cosas que decía antes», aclara Piglia, como si atisbara la amenaza de perder el perfil bajo que ha adoptado para dosificar, de tanto en tanto, sus intervenciones en el campo literario argentino. En esta edición hubo un batallón de finalistas con chances. Lo recuerda, generoso ante todo, cuando agrega que fue «muy agradable» estar en compañía de argentinos como Sylvia Iparraguirre y Leopoldo Brizuela, y del ecuatoriano Javier Vásconez, «un autor extraordinario». Una entrevista de Silvina Friera para Página/12:

El autor de Respiración artificial inscribe su nombre en la tradición de un premio que tuvo como ganadores a Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Elena Poniatowska, Fernando Vallejo, Mempo Giardinelli, Enrique Vila-Matas y Roberto Bolaño, entre otros. «Es imposible resistirse al embrujo de su manera de contar», reconoció Ospina, jurado en esta ocasión y ganador de la pasada edición. «Uno sabe que se está premiando un libro concreto pero también un estilo y a un gran autor. El puede contar cualquier historia de manera encantadora porque tiene ese talento, esa abundancia de recursos y esa sabiduría narrativa de los grandes autores». Rómulo Gallegos, autor del clásico Doña Bárbara, es considerado como el novelista venezolano más relevante del siglo XX. El premio que Piglia recibirá el próximo 2 de agosto fue creado en 1964 y entregado por primera vez en 1967 con el afán de estimular la actividad creadora de los escritores de habla castellana.

«Los concursos y los premios son arbitrarios; la literatura no se puede organizar con una jerarquía fija: no hay un ranking», plantea Piglia. «Los concursos organizan una idea ficticia de orden, que siempre es confuso. Aparte de esta cuestión, uno recibe los premios con mucha alegría y prueba cierto tipo de repercusión de las lecturas que se hacen en distintos contextos». Ganadora en abril del Premio Nacional de la Crítica en España, Blanco nocturno transcurre en un pueblo del sur de la provincia de Buenos Aires en 1972, un año de «tensa calma». Perón aún no ha regresado al país, ni siquiera su muerte se avecina en el horizonte, pero la ficción capta y absorbe el entramado político y económico que terminará de eclosionar con la última dictadura militar. Dice y repite que es una novela «demasiado argentina», pero este anclaje, precisamente, es su mayor virtud.

¿Qué encontró el jurado en esta novela «demasiado argentina»?

Es difícil contestar esta pregunta; no puedo imaginar lo que interesó del libro. La literatura cuanto más localizada está, mejor funciona. No me interesa la idea de una literatura internacional; los libros que suceden en lugares lo suficientemente generales como para atrapar supuestamente a todo el mundo. La literatura se alimenta de tradiciones propias, trabaja sobre la base de lo que ya se hizo; nosotros tenemos una tradición riquísima y en ese río nadamos todos los escritores. Hay que ir en contra de cierta manía globalizada que circula, como si todos tuviéramos que escribir y hablar desde lo universal.

Quizá entre todas las artes, la literatura sea la que más resiste a esa «manía globalizada» como la llama usted, ¿no?

Es verdad; la manía globalizada sucede básicamente con los best-sellers, que suelen trabajar con arquetipos con los que muchos se pueden identificar rápidamente. Pero no en la literatura que a uno le interesa leer. Quizá se resiste a la «manía globalizada» porque la literatura depende de las lenguas nacionales; en este caso estamos hablando de lecturas que se hacen en el interior de una misma lengua, en España y América latina; pero también son lenguajes que tienen su particularidad. Yo hice la experiencia con Plata quemada, una novela que está prácticamente escrita en una lengua hermética, una lengua baja muy argentina, y, sin embargo, siento que los libros pueden superar esos límites. Tenemos que confiar en la propia tradición de nuestro lenguaje, de nuestras historias. Pero no es una receta literaria, sino una idea contra cierto tipo de supersticiones, como los temas universales, los personajes universales o el lenguaje neutro. En ese sentido, los premios son reconocimientos a poéticas que no son las más visibles en el mercado, como pueden ser las nuestras y la de los escritores que me interesan.

¿Cómo se conjuga en Blanco nocturno esta idea de localizar la ficción para que funcione mejor?

Si los libros funcionan, uno tiene que alcanzar una dimensión que no sea solamente local. Estamos pensando que llegar a otros lugares no depende de la temática o los elementos más exteriores de la historia. Localicé Blanco nocturno donde ocurrió, en la pampa, en la llanura, porque me encontraba con toda esa tradición que tenemos del paisaje, que nos lleva a la gauchesca inmediatamente; venimos de esa tradición. Pero esa localización tiene que ver también con emociones de mi infancia. Yo pasaba los veranos en Bolívar, en un pueblo de la provincia de Buenos Aires, y hay cierto tipo de emociones de la infancia que uno recupera casi sin darse cuenta, como la relación de la noche con el campo, que de chico era una cosa que me impresionaba mucho. Esos sentimientos aparecieron cuando estaba escribiendo la novela, los sentimientos del paisaje que estaban presentes. Una novela se escribe con ese tipo de percepción, que a veces uno tiene incorporada y ni siquiera recuerda bien.

Después de trece años sin publicar una novela, regresó con la esperadísima Blanco nocturno el año pasado. Piglia lo hizo. Cambió el escenario de su narrativa, localizada en la ciudad; pero volvió Emilio Renzi, su alter ego, escritor de una eterna novela y cronista del diario El Mundo, que se desplaza de la capital al «pueblo chico» para escribir sobre el asesinato de Tony Durán, un mulato portorriqueño tan aventurero como seductor. «Yo soy un hombre de ciudad, pero hacer ese viaje a otro espacio fue un desafío. Necesitaba saber si podía transmitir cierta emoción del paisaje», recuerda el autor de La ciudad ausente y El último lector, entre otros títulos. «Venezuela vive un proceso de cambios y de transformaciones muy importantes, y siempre ha respetado la literatura», subraya el escritor y cuenta que el gobierno venezolano está por realizar un homenaje a Angel Rama, creador de la Biblioteca Ayacucho, esa gran usina de clásicos latinoamericanos que marcó y formó a varias generaciones de lectores. «Esas son las líneas de la cultura latinoamericana que nosotros tenemos que impulsar; hay una presencia demasiado pesada de España en nuestra cultura. No debemos esperar que todo venga de España», critica Piglia.

Pero ahora España, con la crisis, está mirando con mayor atención a América latina.

Me parece muy bien que España esté atenta a lo que está pasando en América latina, pero nosotros tenemos que tratar de mantener nuestras propias tradiciones y valorarlas. Este premio es una de las tradiciones que hay porque tiene más de 40 años. La Biblioteca Ayacucho es uno de los grandes proyectos literarios que se hicieron en América latina, y ojalá se repita la idea de una gran colección crítica de los clásicos latinoamericanos, algo que también nuestros gobiernos tendrían que impulsar y hacer.

¿Cree que el momento político argentino es favorable para recuperar la tradición latinoamericana?

Sí, me parece un momento auspicioso. Por de pronto se ha empezado a hablar de la tradición latinoamericana. No estamos pensando si somos Primer Mundo o no; estamos tratando de recuperar una tradición que nos permita encontrar formas de ser contemporáneos. Uno tiene que mirar la cultura del mundo desde un lugar específico; desde ahí se descifra e incorpora lo que se lee, pero tiene que haber un lugar propio para percibir y seleccionar. Más en esta época que hay una circulación de cultura y noticias que nos abruma. Todo lo que sea localizar y trabajar desde un lugar específico es lo que nos permite incorporar la cultura de una manera que sea propia, en el sentido de un lugar desde el cual leemos. Las relaciones que estamos entablando están retomando formas que parecían olvidadas, porque todo el mundo quería ser como Estados Unidos en la política argentina de los años ’90.

Quizá por eso se percibe con mayor nitidez que el kirchnerismo cambió el eje y mira más hacia Latinoamérica, ¿no?

Sí, por supuesto que creo que es así, después criticaría cierto tipo de percepción, pero sería una crítica «entre amigos». Estamos de acuerdo en recuperar esa tradición y después vemos qué tradición es y cómo definimos cada uno de nosotros ese espacio. La obligación de ser contemporáneo de los Estados Unidos era una imposición que producía efectos negativos.

Cuando viaje a Venezuela en agosto para recibir el premio, hablará de Rómulo Gallegos, un novelista que le interesa. «La figura de la mujer en Doña Bárbara me parece interesantísima, aunque ahora leemos esa novela de otra manera, después de (Juan) Rulfo y de (Joao) Guimaraes Rosa», explica Piglia. «Ése y otros textos han puesto la naturaleza en el eje de la construcción narrativa, como si fuera un elemento de intrigas; son escritores con los que tenemos relaciones de enfrentamientos a ciertas poéticas, pero también de asimilación». La cordialidad de Piglia aumenta, pero el tiempo escasea.

Cuando Fernando Vallejo ganó el Rómulo Gallegos, donó los 100 mil dólares a una institución que protege a los perros callejeros. ¿Qué piensa hacer usted con el dinero?

Voy a ir al casino, a ver si duplico la plata... (risas).


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