miércoles, agosto 03, 2011

Música / Inglaterra: En el 40º aniversario de Queen, Brian May habla de su pasado excesivo y su espacial presente

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El músico, en sus tiempos de guitarrista de Queen, en una imagen de 1986. (Foto: Denis O'Reagan)

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iudad Juárez, Chihuahua, 3 de agosto 2011. (RanchoNEWS).- A Brian May le obsesionan las elipsis. «Las lineales, no las circulares», apostilla. Ve su vida como una con forma de cometa: en línea recta, a toda velocidad, pero con la obligatoria cuenta del regreso. Una nota de Jesús Ruiz Mantilla para El País:

También cree en la importancia de los paréntesis. Para ejemplo, su propio destino. Antes de triunfar como guitarrista de una de las bandas de rock más exitosas y carismáticas, estudiaba astrofísica. Cuando Queen acabó, pese a los intentos de redención posteriores a la muerte de su divo Freddie Mercury, Brian May recuperó sus telescopios: hoy es doctor en astrofísica y rector honorario de la Universidad John Moores, en Liverpool. Aquel largo paréntesis de estrella del rock lo cerró de modo un tanto académico.

Conoce todas las acepciones de la palabra estrella. La que habla de personas que destacan en su especialidad artística ha ocupado intensamente 20 años de su vida: desde que se creó Queen –de quien se relanza ahora su discografía remasterizada–, hasta la muerte de Freddie. Hoy se centra más en esa otra definición que habla, según la Real Academia, de cuerpos celestes que brillan en la noche.

A ambos ejemplos les une un rasgo común: el polvo. Del desgaste del primero supo mucho con la muerte de Mercury, víctima del sida, en 1991. Del otro polvo, el interestelar, sabe aún más porque su tesis doctoral se basaba en eso. Lo explica él, que hace apenas un mes dictaba una conferencia en el Festival Starmus, celebrado en Canarias, en La Palma, el lugar preferido de May para observar las estrellas desde que estudiaba en los años sesenta: «En mi tesis», explica, «me fijé en el movimiento en las nubes que originan esas partículas, algo diferente a lo habitual, que es centrarse en la luminosidad que desprenden».

Cuando May arranca a hablar de astrofísica, sonríe y avisa: «Si me extiendo mucho, por favor, dígamelo», aconseja con ese aire de caballero apartado del mundo en su mansión de Surrey, al sur de Londres. Allí guarda su mítica guitarra Red Special, armada por él junto a su padre cuando tenía 16 años. Desde hace tiempo la llama «vieja dama». Todos los días toca un poco: «Aunque he perdido algo de sensibilidad en la yema de algún dedo». El instrumento está rodeado también de los animales –zorros, pájaros– que el músico rescata con una asociación benéfica para alejarles del maltrato y de una caza segura.

Pero pese a sus rizos de chamán, su obsesión por alcanzar y medir los confines del universo y la defensa de las causas perdidas, Brian May, cuando habla, en vez de apariencia excéntrica, produce una fuerte impresión de sentido común con su té entre las manos. El efecto resulta muy raro.

No le costó reengancharse a la física ni al ambiente universitario. «Me hicieron trabajar duro. Fue una cura de humildad, algunos me miraban algo extrañados, como diciendo, a ver si éste, por haber sido famoso, se cree que le vamos a regalar la nota». El encierro para continuar sus investigaciones dio sus frutos y ahora no es extraño encontrar retratos suyos tocado con birrete. «Saqué a relucir en una entrevista mis estudios de astrofísica y recibí una llamada del encargado del Imperial College ofreciéndose a dirigir mi tesis. Con 60 años me animé».

Pese al brillante presente de Brian May, que ha dado frutos como su aportación al libro ¡Bang! La historia completa del universo (Crítica), el mundo, a qué negarlo, sigue interesado en su pasado. «Siempre huimos de las modas, por eso creo que aún nos escucha la gente. No clasificar lo que hacíamos, ayuda a entendernos mejor. Creo que creábamos las cosas muy instintivamente y nos fue bien».

Y todo se definía con la voz de Mercury como gran divo, como tenor, y la guitarra de May, en contrapunto y diálogo constante con el solista cual soprano o consiguiendo los efectos de un violín o un chelo. Para May, en el rock, es mucho más importante la voz que cualquier instrumento. «El cantante es el rey». Mercury lo era. Destacaba. Brillaba. «Era un chico humilde, de barrio, pero en el escenario se transformaba. Cuando Freddie murió me encerré a solas con su voz, tratando de ver qué podía servirnos de lo que nos había dejado. Llegué a obsesionarme». Ahora convive en paz con él. «Me quedan buenos recuerdos, siempre que nos reunimos y lo recordamos pensamos qué hubiera dicho él de esto y de aquello. Se le echa mucho de menos. Es muy curioso que ahora Queen haya cumplido 40 años y, de ellos, 20 hayan sido con Freddie y otros 20 sin él».

Los últimos tiempos lidió con la muerte de cara. Pero cantando, sin tener que hablar de ello. Se nota en temas como Show must go on. «Se la escribí sin decirle en ningún momento la verdadera intención que guardaba. A veces me ponía nervioso pensando en que me lo echaría en cara, ahora cuando la escucho veo que era una metáfora de su drama. Ese fue mi tributo. Creo que le ayudó a trascender la muerte. La única pega que me ponía estaba en las notas altas. Me recriminaba: '¿Por qué me obligas a meterme en esos putos tonos?'. Pero luego se bebía unos vodkas y accedía: 'Vale, perfecto, coño, lo haré'».

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