viernes, octubre 07, 2011

Literatura / Entrevista a Tomas Tranströmer

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El poeta en 2006. (Foto: Laurent Denimal)

C iudad Juárez, Chihuahua, 7 de octubre 2011. (RanchoNEWS).- El autor sueco fue galardonado ayer con el gran premio de las letras universales. Días antes había conversado por correo electrónico para El País con el poeta Juan Antonio González Iglesias. Desde 1990 sufre una afasia que le impide hablar.

Parece fácil decir que a los poetas todo se les convierte en acontecimientos, pero es así. Hace unas semanas recibí una llamada de Babelia –el suplemento cultural de este periódico– proponiéndome entrevistar a Tomas Tranströmer. Un diálogo de poeta a poeta, así me lo dijeron. Ajusté la idea, pensando que al menos un poeta grande iba a ser entrevistado por uno de sus lectores.

Nacido en Estocolmo en 1931, puede asegurarse de él, sin que suene anacrónico, que es un poeta. También traductor, músico, y psicólogo en instituciones penitenciarias suecas. Es uno de los poetas suecos más influyentes en las letras universales, traducido a más de cuarenta idiomas y galardonado con importantes premios internacionales. Aun así, el Nobel me parecía difícil, porque no deja de ser sueco y la paradoja persigue especialmente a los poetas.

Tomas Tranströmer responde mis preguntas por escrito. No por la moda electrónica de nuestra época, sino porque hace dos décadas que se comunica así con el mundo. Él mismo hará alusión en la entrevista al ictus que sufrió hace unos años. Aquello lo privó del habla, y dejó paralizada la mitad derecha de su cuerpo. Sus lectores siguen asombrados y desconcertados porque el propio poeta había publicado varios años antes unos versos que anunciaban una hemiplejia. Está reconocido internacionalmente como alguien que pone absolutamente al día las antiguas funciones del poeta. Hemos intercambiado correos electrónicos con la ayuda de su traductor, el poeta uruguayo Roberto Mascaró.

Pocos poetas actuales han dejado tan claro que Horacio se encuentra en su principio. En su primer libro, escrito en plena juventud, guardó usted un torrente poético vanguardista en las serenas formas horacianas.

En la década de los cuarenta, el estudio del verso clásico, además de la lectura y la traducción de Horacio, estaban incluidos en los estudios secundarios. Los alumnos tenían 17 o 18 años, y fue por ese tiempo que empecé a escribir poesía. Sentíamos a Horacio tan contemporáneo como René Char y los otros surrealistas. Realmente, era «tan ingenuo que se transformó en sofisticado», es decir, se confundió lo que para mí era algo cotidiano y normal (recibir influencia de Horacio) con un gesto de «vanguardia».

Veo, por cierto, muy horaciana su percepción del hielo y la nieve, en la medida en que propician el apartamiento. ¿Sigue usted reclamando diez minutos de soledad poética para inaugurar el día y clausurarlo?

Ahora, ya cumplidos los 80, tengo tiempo de sobra para satisfacer mi necesidad de soledad. Hoy son otras las dificultades para mi ejercicio de la escritura.

La sonoridad de su poesía es un placer. Por ejemplo barkborrarnas protokoll suena también rotundo en la traducción: «El protocolo de la termita».

¡El sonido de las palabras me proporciona una inmensa alegría!

Hablemos también de la metáfora, el recurso al que un poeta recurre con la mayor naturalidad del mundo, y que a veces es rechazada, especialmente por parte de los jóvenes. Es preciosa la sencillez de esta metáfora: «Un kilo pesaba apenas setecientos gramos». No hay modo mejor de expresar la ligereza proporcionada por la luz de la nieve.

Para mí, el pensamiento en forma de imágenes es una base fundamental para la poesía. Los jóvenes, y en general todos nosotros, somos hoy inundados de información, imágenes y un perpetuo fotografiarlo todo que, sin duda, embota nuestro pensamiento en imágenes. Sin embargo, tengo la sensación de que el rechazo a la metáfora que se notaba claramente en Suecia hace como un lustro se ha modificado; y la metáfora no es algo que produzca hoy rechazo.

Usted ha escrito: «Esta tarde se refleja la belleza del mundo». Quizá los poetas y sus lectores sean los más sensibles al bien y al mal en estado puro. Es apasionante esa voz que usted guarda en un poema, la que dijo «Hay uno que es bueno / hay uno que puede verlo todo sin odiar».

Esas últimas líneas pertenecen a un poema que se llama En el delta del Nilo, y que está basado en un hecho auténtico y en un sueño que tuve cuando viajaba por Egipto con mi esposa. La zona rural de Egipto era, hace 50 años, parte del mundo subdesarrollado, y el encuentro con esta realidad fue para nosotros muy provocador. En el sueño llegó esta voz, que no sé qué representaba, pero sé que me dio una especie de consuelo; no provocó una aceptación pasiva a esa realidad, sino más bien brindó un sentimiento de esperanza y de la posibilidad de transformación.

Imagino que haberse formado y haber ejercido su profesión fuera de la literatura le ha permitido mayor libertad. Me refiero tanto a la creación misma de los textos como a su independencia personal.

Siendo joven, reconocí que no podía mantenerme ni alimentar a una familia con la escritura de poesía; de modo que elegí una profesión que no perturbase la escritura, sino que le agregase experiencia. Por esto elegí la profesión de psicólogo, de lo cual nunca me he arrepentido.

Es muy valiosa la poesía que circula fuera de los libros. Usted envió algunos de sus primeros haikus como felicitación de Año Nuevo para su amigo Åke Nordin. ¿Fueron escritos también pensando en ese formato más breve, más poético que literario?

Åke Nordin, que era también poeta y psicólogo, trabajaba como director de una prisión para jóvenes. Fue a través de Nordin que yo también comencé a trabajar en la prisión de Roxtuna. Los nueve haikus fueron escritos como agradecimiento de una visita a la prisión. Fueron enviados en forma de carta. Eso fue en 1960, sin que tuviese planes de publicarlos. Cuarenta años después, alguien descubrió la carta y los haikus se publicaron hace poco, junto con mis poemas completos.

Estamos conversando sobre el mapa de Europa, de norte a sur, como si nada. Pero quizá haya algo que matizar ahí. La Europa profunda que Tranströmer ha detectado en sus libros va más allá de las descripciones: «La catedral ennegrecida, pesada como una luna, hace flujo y reflujo». En esas líneas se contiene una definición simbólica de Europa. Cosa que no debe desdeñarse, porque es actualidad pura.

Ante la fragilidad económica de Europa, ¿podemos pensar en una poesía europea, con independencia de los idiomas?

El poema va a depender siempre de la lengua en que nació. Pero tal vez en el futuro va a ser más fácil para el poema atravesar fronteras.

El sueño (de dormir) y los sueños (de soñar) son constantes en su obra. No ha tenido miedo a ver en el despertar una resurrección. ¿Es el poeta el que mejor puede convertir el sueño o los sueños en lenguaje?

Un poema no es otra cosa que un sueño que yo realizo en la vigilia. El sueño y el poema vienen de la misma persona. Tienen algunas leyes compartidas. Tengo una relación de mucho amor con el sueño. Me voy a la cama como si fuese a una fiesta. El despertar es casi siempre una desilusión.

A un poeta tan cercano a la música, que también es músico, atento a la escultura, a la pintura, le pregunto: ¿corresponde a la poesía ser el arte que contiene todas las demás artes?

Si la poesía contiene todas las otras artes, eso no lo sé. Pienso a menudo en imágenes, y la música es una parte importante de mi vida. Esto se expresa, naturalmente, en mi escritura de poemas.

Convierto en pregunta una afirmación suya. No le pido más que un monosílabo. ¿Todo canta?

Le respondo con tres sílabas españolas: ¡a veces!

Tomas Tranströmer contesta de tres modos muy distintos, y en los tres se aprecia su trato poético con el lenguaje. Normalmente «responde respondiendo», si se me permite la obviedad (y se nota al poeta en su amor al sonido, a las sílabas, en las metáforas, como la de la fiesta). Sin embargo, también se ha explayado por su cuenta, fuera de lo que le propongo, en una excursión por las cosas que también es propia de un artista. A raíz de la última pregunta, que le obligaba a sujetarse a un monosílabo, ha querido desbordarse añadiendo una serie de preciosos comentarios sobre la música, lo que da la clave de la enorme importancia que este arte tiene para él: «A menudo me preguntan qué significa para mí la música. Hoy podría responder que la música significa si no todo, una inmensidad de cosas. No tengo oído absoluto y tampoco una buena memoria musical, pero la música me mueve de una manera muy intensa. En mi temprana adolescencia, yo creía que la música sería mi profesión. Mi camino hacia la música fue entonces el piano. Comencé a tocar en serio a los 16 años, y el pasaje por mi primera crisis vital lo hice martilleando el piano. Más tarde en la adolescencia, la escritura de poemas fue lo dominante, pero la música ha sido siempre mi refugio durante toda mi vida, y he tocado el piano diariamente. Después del stroke que me afectó en 1990, he seguido tocando con la mano izquierda. La música para la mano izquierda era para mí entonces un territorio desconocido, y fue con asombro que fui descubriendo todas las obras que se han escrito. He dedicado mucho tiempo, en los últimos años, a buscar esas obras, con mayor o menor éxito. También se han escrito algunas piezas para mi mano izquierda; como aficionado que soy, esto lo he sentido como un gran honor».

Y, casi a modo de compensación, hay varias preguntas a las que no ha respondido, después de tomarse tiempo para pensarlo. Tal como está el mundo, y siendo el tipo de poeta que es, estos silencios resultan tan significativos como las respuestas, si no más.

No ha respondido nada a una cuestión sobre los mitos, él, que sentenció hace años que «el círculo interior es el del mito». Tampoco a la posibilidad de que el poeta fuera un mediador entre la naturaleza y los ciudadanos, cuando nos ha invitado a fluir «con el arroyo». Y en fin, destaco aquí sus dos intensos silencios, que lo dicen todo, ante estas dos preguntas:

No sé si quiere añadir algo nuevo sobre la vieja cuestión del compromiso político. No sé si quiere añadir algo a estas palabras de uno de sus versos: «El funcionario del Partido...».

Usted ha anotado que Dios escribe en la arena y lo ha sentido como un soplo de viento. ¿Dónde queda, después de que estas dos líneas suyas «Y la energía de Dios / arrollada en la oscuridad»?

Estos silencios probablemente no sean una omisión o una negativa explícita a contestar, sino algo mucho más fino: generalmente los grandes poetas no tienen nada que añadir a lo que ya dijeron en verso. Prefieren no incurrir en declaraciones que podrían alcanzar la categoría de ocurrentes o actuales, pero siempre serán inferiores a lo que dijeron en un poema. Por no hablar de que los asuntos muy delicados –mitos, Dios, naturaleza, ciudadanos, compromiso– requieren la precisión máxima del lenguaje, y ésta se logra en el lenguaje poético. Así que los versos citados quizá sean respuestas dadas con antelación. Quizá las únicas posibles.


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