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El escritor cubano. (Foto: Daniel Mordzinski)
C iudad Juárez, Chihuahua, 3 de marzo 2012. (RanchoNEWS).- A Guillermo Cabrera Infante le gustaba definirse a sí mismo como «un periodista que escribe novelas». Lo que parecía casi una broma más del autor de Tres Tristes Tigres, que entendíamos como la reivindicación de su aparición continua e iluminadora en la prensa escrita, porque lo habíamos leído primero como novelista, tiene ahora significados nuevos: vocacionales y estrictamente profesionales. Efectivamente, Guillermo Cabrera Infante fue un periodista, un crítico y un informador, y de primerísimo nivel. Este primer tomo de las Obras Completas (Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores), que es también el primero de los tres dedicados al cine –si incluyen finalmente sus guiones–, rescata, en torno a Un oficio del Siglo XX, la infinidad de críticas, reportajes, entrevistas y artículos sobre cine, más de 1.500 páginas en total, que G. Caín, uno de los seudónimos del joven Cabrera Infante, firmó en la revista Carteles, entre 1954 y 1960. Es decir, cuando Guillermo Cabrera Infante era un «periodista profesional». Y aparece exactamente cuando se cumplen siete años de su muerte. Una nota de Rosa Pereda para El País:
Antoni Munné, editor de la obra –y léase la palabra editor en el sentido anglosajón de la palabra: que ha investigado, contrastado, recuperado y fijado cuanto aparecerá en los ocho (o nueve) tomos proyectados–, ve en este primer volumen un valor añadido: «Las críticas de cine, y en general sus trabajos periodísticos, son la escuela en que forja su estilo. Cuando publica Ella cantaba boleros, en 1961, o Un oficio del Siglo XX, en 1963, ya está formado el gran escritor de sus grandes novelas». Un escritor que, para Toni Munné, todavía no ha sido enteramente valorado: «Tres Tristes Tigres y La Habana para un infante difunto ya han sido reconocidas, pero la publicación de las Obras Completas va ser una revelación. Vamos a ver a ese escritor profundamente renovador, a contracorriente, que fue muy incomprendido en su momento, porque la intelectualidad iba ideológicamente por otro camino. Yo creo que la escritura de Cabrera Infante pone en duda el canon de la literatura contemporánea, y que las Obras Completas le pondrán en el lugar que le corresponde».
Toni Munné ha trabajado en íntima colaboración con Miriam Gómez, la viuda del escritor, durante más de tres años. «Se ha sentado aquí», me dice Miriam Gómez, «días y días, horas y horas. Traía sus notas y preguntaba todo. Para que nada se le escapara». Miriam dice de sí misma que sólo es «la médium» de Guillermo, pero es mucho más que eso: no sólo ha custodiado, leído y muchas veces «traducido» la enorme cantidad de papeles manuscritos, anotados, corregidos, que el escritor dejó en un montón de carpetas. Es que su memoria, y las notas que fue tomando en sus agendas a lo largo de los casi cincuenta años de convivencia, han servido de contraste y guía para la ordenación y localización de los papeles, para su certificación. Y hay muchos inéditos rescatados de las hemerotecas, particularmente en la de la Biblioteca de la Ciudad de Nueva York, donde se guarda la colección completa de Carteles, y otras revistas cubanas de la época. De ahí han salido esas mil páginas hasta ahora inéditas en libro. Por ejemplo, el que Miriam recordara todos los seudónimos que utilizó Cabrera Infante, Pastora Niño, entre otros, ha permitido la identificación y publicación de artículos que ni siquiera se le adjudicaban. Pero el hecho de que Toni Munné decidiera actuar como un lector que no da nada por sabido ha descubierto algunas claves. Una, da una vuelta de tuerca al sentido de Un oficio del siglo XX: dice Antoni Munné al final de su magnífico prólogo: «Sólo había un detalle que en todos estos años parece no haber llamado la atención de nadie. Al final del libro se indica, como es habitual, el lugar y las fechas de su escritura (…) Dice así: ‘Taco-Taco, 28 de diciembre de 1961-29 de febrero de 1962’. Triple broma», continua Munné, «el 28 de diciembre es el Día de los Inocentes, el 29 de febrero de 1962 nunca existió, no fue aquel un año bisiesto. Y el lugar, ¡ah el lugar! Taco-Taco, lugar en el que nunca estuvo Guillermo Cabrera Infante, y que nunca más aparecerá en toda su obra, es… la prisión cubana de Pinar del Río». Por cierto, un lugar clave para la victoria de Fidel Castro, cuya toma permitió su entrada en La Habana. Toda la literatura de Cabrera Infante es un milagroso juego de cajas chinas.
«La edición de la obra completa de Cabrera Infante es un work in progress», dice Toni Munné. «Cuando empecé a trabajar con Miriam Gómez me di cuenta de que Guillermo había publicado en libro una parte muy pequeña de lo escrito. Hay mucho papel inédito y todo un ingente trabajo de periodista, no sólo en la prensa cubana de su juventud, o en la española y latinoamericana durante el exilio, sino también en la prensa inglesa, europea y norteamericana». Sólo en este periódico, según datos de su servicio de documentación, Cabrera Infante ha publicado 224 artículos, desde el 17 de abril de 1977, en que inauguró su sección Icosaedros en el dominical, al 27 de febrero de 2005, en que se publicó, ya póstumo, La castroenteritis aguda, sin duda su último artículo. Aún el 28 de mayo, salió en Babelia ‘Una pesadilla con personajes cubanos’, el relato breve que había enviado a Esther Tusquets para su antología El libro de los sueños, poco antes de morir.
El trabajo de Miriam Gómez y Antoni Munné tiene que ordenar todo ese material, en dos direcciones: por un lado, ir cumpliendo el proyecto de las Completas, que no ha hecho más que crecer a medida que se descifraban y ordenaban los papeles, entre los que hay un importante material escrito en inglés. Como éste, todos los ocho tomos —que pueden ser nueve — irán vertebrados en torno a un libro publicado en vida, de modo que las piezas se vayan ajustando como en un puzle. (Pienso que a Guillermo, que tantas veces combinó sus textos en ordenaciones distintas, siempre con significados nuevos, le hubiera encantado este juego). Por otro lado, tienen que ir dando a conocer las obras cerradas pero inéditas. Cuando Guillermo murió, había, al menos, cuatro novelas inéditas, Cuerpos divinos y La ninfa inconstante, que ya han visto la luz, y dos más: La ciudad perdida, escrita a partir del guión de cine que hizo para Andy García, y la que muchas veces había anunciado como Itaca vuelta a visitar, o Mapa dibujado por un espía, en la que, dice Munné, que la ha leído, «relata los cuatro meses que pasó retenido en La Habana, adonde había regresado a la muerte de su madre, y de resultas de los cuales fue el exilio». No va a ser la próxima que se publique. Dice Miriam Gómez: «Necesito tiempo. Tengo que leerla, y todavía no he sido capaz. Este texto lo escribió Guillermo en Londres, después de lo que él llamaba ‘su locura’. Se refiere a los cuatro meses que pasó retenido en Cuba, en su último viaje, cuando fue al entierro de su madre. Y cuenta el horror y el terror que pasó. Como yo le recibí tal como volvió, destrozado, sé que aquel viaje fue indescriptible. Creo que escribir el Mapa… fue una suerte de terapia, que contribuyó a su curación. Lo escribió del tirón y lo guardó, y nunca me lo dejó leer, ni volvió sobre ello, aunque alguna vez lo mencionó. Toni sí lo ha leído y está entusiasmado, pero respeta mis ritmos. En cualquier caso, ya está en un disco duro, bueno, en varios, como todo el resto de los papeles. Y una vez que me sienta con fuerzas para leerlo, se publicará».
Tampoco estarán los cuentos de Las lecciones de agosto. Lo primero que aparecerá como obra individual e independiente será El cartucho. Se trata de un proyecto de la década de los ochenta: una caja, un envoltorio, un cucurucho, que en cubano –como aquí, cuando se trataba de chocolatinas en los cincuenta– se llama cartucho. Lleno de papelitos con ideas sueltas, bromas, hallazgos… «Queremos hacer dos ediciones: una en libro convencional, con esas notas sueltas que Guillermo tomaba al hilo de las lecturas, de la tele, de la vida, ordenadas por temas, y otra, una tirada corta, de doscientos o trescientos ejemplares, como él la quería: un cartucho con los papelitos sueltos, dentro. Guillermo empezó a hablar de él, y a guardar esos papelitos, hace muchos años». Yo creo que un doble sentido no se le habrá escapado a Guillermo, el de proyectil de escopeta, para que me entiendan.
Pero aquí, en El cronista de cine, está, sobre todo, el periodista. Ese que convierte en personaje de ficción cuando recoge algunas críticas, en Un oficio del siglo XX, y, consciente del significado de su acróstico, G. Caín, lo mata, convirtiéndolo en Abel por un momento, por un libro, porque «la única forma en que un crítico puede sobrevivir en el comunismo es como ente de ficción». Y muerto. El resto, todas en realidad, nos muestran a un periodista moderno, uno que tiene una historia que contar. Así, encontraremos temas recurrentes, tanto en las magníficas entrevistas como en las críticas, de una extrema coherencia. El neorrealismo, por ejemplo; la omnipresencia del contraste entre el cine europeo y el norteamericano, las difíciles condiciones del difícilmente existente cine cubano… Resuelve de manera maestra, en entrevistas y reportajes, el conflictivo equilibrio entre el sujeto que escribe y la objetividad de lo narrado, sin escaquear su presencia formidable y sin achicar la distancia entre lo vivo y lo pintado. O lo filmado, o lo escrito. Y con una habilidad descriptiva, apenas un par de adjetivos muy descargados, muy objetivos, pone a sus personajes en suerte. O a sus ambientes. Es, en más de un sentido, un «nuevo periodista». Y no se puede saber qué fue antes, si el huevo o la gallina: si el que estaba escribiendo Así en la paz como en la guerra nutría al autor de la entrevista con Hemingway, con Buñuel o con tantos otros, o al revés. El tema es que Cabrera Infante estaba, casi proféticamente, legitimando los recursos literarios en la escritura periodística. Advirtiendo que, siempre, cuando algo está escrito, se trata de eso, de escritura.
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