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El dramaturgo mexicano. (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua, 4 de marzo 2012. (RanchoNEWS).- Por su vocación teatral, desde donde ejerció crítica política, fue recordado Adam Guevara, director de escena y dramaturgo fallecido ayer, a los 70 años, en la ciudad de México. Una nota de Alondra Flores para La Jornada:
«Fue siempre ejemplo de compromiso, con lo teatral y con lo político. Su dramaturgia revela una posición muy crítica hacia nuestro país. Hoy es más importante que nunca tener este tipo de miradas, porque los tiempos que vivimos exigen mucha claridad, y la pluma del maestro Adam ayudaba mucho», expresó Gilberto Guerrero Vázquez, director de la Escuela Nacional de Arte Teatral (ENAT).
Adam Guevara nació en el Distrito Federal en 1941. Estudió en la Escuela de Artes Teatrales, institución adscrita al Instituto Nacional de Bellas Artes, donde «dio clases hasta el último día que pudo», debido a los problemas de salud que padecía desde hace más de un año.
Con «una trayectoria orgullosamente independiente», dirigió casi medio centenar de montajes escénicos, como El camino rojo a Sabaiba, de Óscar Liera; Los títeres de cachiporra, de Federico García Lorca; Silencio, pollos pelones, de Emilio Carballido, y La mudanza, de Elena Garro, entre otros.
La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) le otorgó el reconocimiento Una vida en el teatro. La Asociación Mexicana de Críticos de Teatro lo distinguió por su obra ¿Quién mató a Seki Sano?, por mejor dramaturgia actual, en 1997.
Del mar, del amor, del tiempo y de la muerte es el título del compendio de sus obras completas, cuya presentación en noviembre pasado, en la ENAT, se convirtió en una ceremonia de reconocimiento y una de sus últimas apariciones en público.
«Fue uno de esos actos vibrantes para nuestra comunidad, en el teatro Salvador Novo a toda su capacidad, con alumnos de muchas generaciones. Aunque él no creía en homenajes, el cariño y los libros agotados fueron testimonio del aprecio de la comunidad teatral, en particular de la escuela», describió Guerrero Vázquez.
Por su parte, el director teatral Ignacio Escárcega señaló que «es una pérdida que lamenta el teatro mexicano, debido a la vocación de Adam por devolver al teatro su dignidad como herramienta de integración social, de cuestionamiento, a partir de un juego con los elementos de la creación dramática; es decir, a partir de la reflexión sobre qué es teatro y qué es realidad. Esta reflexión fue uno de los pilares de su trabajo».
Después de 20 años de carrera como director teatral, escribió su primera obra, Hoy me enseñaste a querer, en la cual hace una reflexión sobre el movimiento estudiantil de 1968, las demandas que lo impulsaron y contra la impunidad de los responsables de la matanza del 2 de octubre.
Escarcéga consideró al respecto que se trata de «una versión de la historia generacional, una parte de la historia que transcurría en el 68, y otra en 1988. Fue una obra que tuvo mucho éxito, con muy buen nivel, y marcó la carrera de Guevara como dramaturgo y director. En ella utilizó recursos de desdoblamiento, como actor y personaje, lo cual utilizaba mucho».
También ejerció la docencia en otras instituciones, como el Centro Universitario de Teatro (CUT) en la Universidad Nacional Autónoma de México, y en la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEM), en esta última publicó el libro Siete obras de teatro.
Así la recordó Escárcega: «De haber iniciado como director, se fue convirtiendo, al cabo de los años, en dramaturgo; con esa experiencia generó muchos textos, la mayoría pensados para estudiantes de escuelas profesionales de teatro, sobre todo de la ENAT».
Sobre su labor en la enseñanza, Guerrero Vázquez consideró que «mucha de la conciencia que tienen los alumnos que egresan de la ENAT depende de maestros como Adam, quien siempre llevó los problemas de México a las aulas, a los escenarios, a la discusión con los jóvenes. Para él, fue imprescindible desterrar la indiferencia de los jóvenes, no llevarlos hacia un candidato o partido, pero sí fomentar conciencia crítica de que la pasividad y la abstinencia sólo favorecen al sistema. Era parte de su quehacer cotidiano, lo vivía como un compromiso muy profundo».
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