martes, abril 17, 2012

Fotografía / España: Una reflexión sobre «Instagram»

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Ejemplos de la aplicación (Foto: El Mundo)

C
iudad Juárez, Chihuahua, 17 de abril 2012. (RanchoNEWS).- «¡Qué chulo!», repetimos todos, ante la fotografía capturada por el móvil en la que, filtros mediante, nuestra hija de dos años y medio parece vivir en nuestra propia infancia amarillenta, como si, en vez de en 2009 hubiera nacido en el setenta y tantos. Tan irresistible es el juguete que Facebook ha pagado 1.000 millones de dólares por Instagram y hasta los fabricantes de cámaras fotográficas lanzan modelos que «envejecen» artificialmente las fotografías. Una nota de Luis Alemany para El Mundo:

¿Qué tiene el invento que todo el mundo enloquece por él? «A cualquier usuario le permite obtener un resultado que parece profesional y, sobre todo, compartirlo con sus amigos», explica Ángel Casaña, redactor jefe de multimedia de El Mundo y autor del blog 'La foto'. «Yo he usado muy poco esas aplicaciones y me parece mentira que las utilicen algunos fotógrafos profesionales. Si hace unos años alguien le ponía un filtro a una foto era tomado por alguien con poco gusto fotográfico».


La palabra se la toma Alberto Cuéllar, fotógrafo de este diario: «La gente ve unos resultados muy originales con fotos, en apariencia, muy comunes. Los móviles, de origen, sacan unas fotos planas, como cualquier cámara. Sin embargo, con estas aplicaciones, los resultados sorprenden. La marca no deja de sacar nuevos filtros lo que hace que sigas investigando cuál es tu favorito».

Más duro es el fotógrafo y subdirector de El Mundo José María Conesa: «Lo que gusta es la facilidad de dar apariencia artística a cualquier imagen. Es la ficción artística, con la que cualquier usuario sueña cuando dispara la cámara. Abunda en la ficción del concepto de autor que en el fondo todos tenemos con respecto a nuestras capacidades».

«Profesionalmente no le veo uso», continúa Conesa, «dado que lo más importante de la actividad profesional es el control del uso de la información que generamos, y el invento sirve sólo para compartir; por tanto, descontrolas el uso».

Por ahí va la gran pregunta: ¿tiene algún valor fotográfico, intelectual o artístico este juego de manierismos? ¿O estamos sólo ante la tontería del momento? «Yo no creo que pase la moda. Se ha estandarizado hasta tal punto que incluso algunos profesionales las utilizan», contesta Casaña.

Aunque puede que el valor de Instagram, Hipstamatic y similares consista en introducir a millones de personas en los placeres de la edición fotográfica, igual que la cámaras pocket extendieron la fotografía como afición: «El éxito de estas aplicaciones no sólo se basa en el aire retro de sus resultados, sino en otros aspectos, van más allá. Sus colores y contrastes también son muy originales y difíciles de conseguir, incluso para los muy hábiles con Photoshop. También creo que ayuda al aficionado a interesarse más por la fotografía. Se ven más 'fotógrafos' gracias a estas aplicaciones...», contesta Cuéllar. «Desde la llegada del mundo digital a la fotografía se ha producido toda una revolución que no acaba. Todo es distinto al negativo incluso para los profesionales que nos hemos visto obligados a subirnos a esta nueva ola».

Chema Conesa, en cambio, no está de acuerdo en que el nuevo juego sea lo mismo que editar fotografías: «Editar es elegir imágenes para un contexto, para un producto, para narrar mejor la secuencia, y eso no afecta al aspecto de las fotografías, sino al orden que, elegido de una manera u otra, consigue un discurso adecuado al producto para el que se destine».

Al final, queda una reflexión: la fotografía no profesional, que antes se quedaba en el cajón de la cómoda del cuarto de estar, aparece ahora por todas partes. ¿Cómo se llevan los fotógrafos profesionales con esta insólita visibilidad? ¿Les divierte, les inspira ver los 'flickr' de sus amigos? ¿O les irrita tanto amaneramiento?

«Yo acepto esto como lo que es: la democratización de la fotografía, que ya no está en manos de gente adiestrada técnicamente sino en el bolsillo de cualquiera que tenga un teléfono inteligente», explica Casaña. «La fotografía profesional y no profesional, es un lenguaje, y como tal sirve igualmente para construir delicados poemas o bazofia redundante», continúa Conesa. «Exactamente igual que en literatura. Por tanto no importa tanto cada imagen sino lo que queremos decir con la imagen, el mensaje, la intención. Puedo pasarmelo bien viendo cualquier imagen, pero sólo cuando hay una intención de comunicar algo y el mensaje es efectivo, se graba en mi conciencia. En definitiva no importa tanto la forma de las imágenes, que irán cambiando continuamente, sino la relevancia del mensaje que sean capaces de transportar».

Termina Alberto Cuéllar: «El aficionado no deja de ver la fotografia como un mero pasatiempo, un juguete en el móvil. Miles de fotos, de grandes fotos, se pierden en discos duros y paginas web sin importarles nada su almacenamiento. Nadie copia una foto de un móvil. Son fotografías desechables. El profesional sigue usando sus cámaras y copiando o guardando sus trabajos de un modo más convencional. Dando a la fotografía la importancia que siempre tuvo, antes de esta repentina 'democratización'».


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